Ignacio Camacho-ABC

Tras firmar el documento y estrecharse las manos, Sánchez abrazó a Casado. «No vas a ser tú menos que el otro Pablo»

«Presidente, no hay nada que hacer». La cara de Carmen Calvo estaba demudada al entrar en el despacho. «La Abogacía no traga, y los letrados amenazan con un plante público si se les impone el criterio. En Esquerra se han enterado, no sé cómo; he hablado con Aragonès y dice que nos olvidemos de la investidura. Es más, van a convocar una manifestación para el domingo exigiendo la libertad inmediata de Junqueras. Se han vuelto locos». Sánchez no dijo nada; apretaba los labios con esa expresión suya de contrariedad que presagia cualquier cosa. Al cabo de unos minutos pidió a la vicepresidenta que lo dejara sólo y ordenó a su secretaria una llamada urgente: «Ponme con Pablo Casado. Ya.»

Menos de una hora más tarde, el coche del líder del PP entraba en secreto al complejo de La Moncloa. La reunión fue larga y al principio tensa. «Esto no es lo que queríamos pero ninguno de los dos tiene más remedio. Eso sí, has de decidirte ahora; si me contestas que no convocaré a la prensa, diré que renuncio a la candidatura por falta de apoyos y a ver cómo salimos de ésta. Bien no va a ser, desde luego». Casado dudaba. Sobre todo respecto a Cataluña, pero comprobó que Sánchez estaba inflamado de cólera por el desplante nacionalista: casi tuvo que frenarlo él. La mayor discrepancia residía en la fórmula del acuerdo; el jefe del Gobierno quería sólo un programa común; el popular, una coalición con vicepresidencia y el 40 por ciento de las carteras. «Es lo que le diste a Iglesias, y yo tampoco me fío de ti. Así nos comprometemos ambos, y si sale mal vamos juntos al hoyo». Finalmente, tras un forcejeo intenso, el presidente cedió. Quedaron en que Calvo y García Egea se reunirían al día siguiente para dar forma al pacto en una comisión negociadora. «¿Y Arrimadas? -preguntó el dirigente conservador- No nos hace falta pero…». «Yo me encargo de ella. Cuantos más seamos, mejor. Le aceptaremos algunas propuestas. No será problema. El lío gordo lo voy a tener con Podemos… y tú con Vox. Y los dos con los separatas. Pero no te vayas a echar atrás que se lo voy a comunicar al Rey esta misma noche». Casado pidió garantías por escrito. En el acto, para evitar filtraciones, redactaron en el ordenador presidencial, como un par de estudiantes ante un trabajo de fin de curso, el documento con el compromiso. «Si te desistes tú te vas a tener que ir de España». Lo firmaron y se estrecharon la mano pero el presidente quiso además darle un abrazo. «No vas a ser menos que el otro Pablo…». Acabaron bromeando con la mutua desconfianza. «Va a ir bien, ya lo verás. Quizá no sea la mejor manera de empezar a ser socios pero igual es el comienzo de una amistad, como en Casablanca».

No fue hasta bajar del coche, ya de vuelta a Madrid, cuando el joven político liberal soltó un taco con todas sus ganas al darse cuenta de que llevaba un monigote blanco pegado a la espalda.