El asesinato del policía francés ha vuelto a mostrar la naturaleza primaria e instintiva del comportamiento etarra: hacerse las víctimas para poder soportarse en su oficio de verdugos; movimientos de expansión seguidos de otros de contracción; compensar con un discurso jactancioso unas carencias fácticas en aumento.
El asesinato del policía Jean-Serge Nérin ha vuelto a mostrar la naturaleza primaria e instintiva del comportamiento etarra; la sofisticada simplicidad de una trama violenta que logra subsistir mediante movimientos muy básicos. Uno, el que les lleva a hacerse las víctimas para poder soportarse en su oficio de verdugos. Dos, ese otro más fisiológico que se compone de momentos de expansión seguidos de otros de contracción. Tres, su manifiesta proclividad a compensar con un discurso jactancioso unas carencias fácticas en aumento. Sólo que las dimensiones del organismo que opera tan a impulsos reactivos van reduciéndose, y su presencia coactiva se hace cada día más irrelevante.
Ese cuerpo en reducción había vuelto a encontrar su fuente nutricia más natural en las extrañas circunstancias en las que se produjo la muerte de Jon Anza. La aparición del cadáver en la morgue de Toulouse les llevó incluso a provocar altercados a las puertas del hospital. Todavía desconcertados ante una autopsia a la que no pueden darle la vuelta, se vieron sorprendidos por un hecho sin precedentes: la muerte a tiros de un policía francés. Eran víctimas cuando, de improviso, se convirtieron en verdugos. Claro que frente a eso siempre estará el viejo truco de mirar hacia otro lado. El que volvió a emplear la izquierda abertzale ayer señalando que se trató de un «encuentro fortuito» entre policías y miembros de ETA. Ya se sabe: lo ocurrido a las afueras de París fue el reflejo de un problema que requiere una solución dialogada. Lo importante mañana será responder al desafío lanzado por el Departamento de Interior del Gobierno Vasco al prohibir las movilizaciones convocadas en protesta por la muerte de Anza. Nada mejor que unas cuantas algaradas protagonizadas por los reclutados más jóvenes para demostrarse que siguen siendo las víctimas.
Junto a ese movimiento instintivo, es probable que se produzca otro paralelo en Francia. A la expansión que supone el asalto al concesionario y el ataque a la patrulla policial podría seguirle un período de contracción en el que los activistas de ETA permanezcan agazapados a ver si la memoria de la República francesa se vuelve quebradiza y olvida lo ocurrido o lo archiva como un suceso accidental; a ver si la opinión pública francesa no se siente interpelada. Mientras, en la retaguardia etarra se producirá un sordo debate que no puede llevarles más que a la conclusión de que ‘los de los coches’ hicieron lo que tenían que hacer. «Fueron coherentes, fueron consecuentes», se dirá. Y los más entusiastas sentenciarán que ya es hora de que la ‘Organización’ asuma su papel en el ‘conflicto armado’ que mantiene con el Estado francés. Aunque habrá quien tiemble al oír esas palabras, al descubrir que los más jóvenes se disponen a reescribir la historia. Es lo que tímidamente expresó ayer la izquierda abertzale al apuntar que «no hay que restarle gravedad a lo ayer acontecido».
ETA y la izquierda abertzale apelaron a la responsabilidad del Estado francés tras declarar las treguas de 1998 y de 2006. Fue como si necesitaran compensar el silencio temporal de las armas con un grandilocuente emplazamiento a Madrid y París. La cosa tenía su aquél, porque el mensaje etarra desafiaba al Elíseo a resolver negociadamente un conflicto que los terroristas habían tratado de soslayar durante tres décadas largas de refugio en Francia. Sólo que alguien ha acabado creyéndose el cuento, y le ha dado por lanzar un pulso cruento a París precisamente cuando ETA no parece en condiciones de negociar ni con su propia sombra. Esa sombra llamada izquierda abertzale que ayer nos ofreció su último número de prestidigitación.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 18/3/2010