Hace unos meses el debate político era sobre la conveniencia de que los terroristas pidieran perdón por el daño causado y renegaran de su trayectoria. Ahora, la izquierda abertzale retoma la bandera de la amnistía, y en vez de plantar cara a ETA, emplaza al Ejecutivo a negociar un precio político. ¿Dónde está el avance?
O ingenuos o acomodados en el engaño. Así se han mostrado algunos de nuestros representantes políticos que, durante las últimas semanas esperaban que los manifestantes del pasado sábado se dirigieran a ETA para reclamarle el fin de la violencia. Nada que ver con lo que ocurrió. El lobo sigue ocupando las principales páginas del cuento sin que sus cómplices se atrevan a decirle que tiene que jubilarse. Los observadores de otros procesos similares al que ahora estamos viviendo no podían esperar otra cosa. Porque nos contaron un cuento de Navidad que, a pesar de haberse convertido en un ‘clásico’ de la narrativa y haber servido para calentar el ambiente político, crear expectativas para quienes quieren volver a presentarse a las elecciones municipales, y servir de plataforma de propaganda para que los políticos se hayan convertido en los oráculos del momento, no ha podido estampar un final feliz. Quizás ni siquiera un final.
Este cuento ya lo conocíamos. Nos lo van contando por ciclos. Hace cuatro años, once o quince. Y su escena ‘estrella’ la protagonizó la izquierda abertzale, en su manifestación habitual, el pasado sábado. La que convoca a principios de cada año para mantener elevada la moral de la tropa. Algunos políticos, incómodos a la hora de justificar por qué se ha permitido ahora una marcha promovida por los mismos círculos políticos a los que se les suele prohibir el mismo tipo de actos en verano, decían que esperaban que Batasuna aprovechara la situación para emplazar a ETA a su retirada. O era un cuento chino o una fábula sin moraleja; el caso es que la izquierda abertzale ha vuelto a instalarse en el túnel del tiempo para reclamar amnistía para sus presos. A estas alturas.
Vuelta al año 1977, con las primeras elecciones democráticas. Como lo leen. Como hace cuatro años, once o quince. Y no parece que la exigencia de los manifestantes obedeciera a un calentón del momento. Si esa puesta en escena responde a una estrategia cuidadosamente elaborada para impedir que el fin de ETA se produzca sin conseguir, a cambio, una contraprestación política, habrá que reconocer que el cuento se ha parado donde suele. En la misma página. En la negociación a cambio del cese del terrorismo. El cuento, cuyo último capítulo corrió a cargo de Rufi Etxeberria como narrador y protagonista, y que dejó una estela de esperanza en las ondas de Radio Euskadi, se va difuminando en la nebulosa de un comunicado que va perdiendo interés a medida que la tardanza en asomarse a la luz del escaparate, ha dejado en un incómodo lugar a la izquierda abertzale.
El cuento navideño se ha llenado, de repente, de reclusos que quieren dejar vacías las cárceles, que a pesar de haber sido condenados por haber estado implicados en asesinatos se consideran presos políticos y cuyos amigos, desde la manifestación, los homenajeaban para pedir su «repatriación». Y los partidos abertzales presionando a Batasuna para que funcione al margen de ETA y desde la izquierda abertzale soportando el peso de la organización terrorista a la que han apoyado durante tanto tiempo y ahora no ven el momento de demostrar que ellos siguen una vía que no tiene por qué estar condicionada por la banda. Un poco tarde para aceptar esa versión dulcificada de la historia de las relaciones entre ETA y todas las Batasunas de los últimos treinta años.
La Justicia, a través del Tribunal Supremo, el Constitucional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos sentenció que Batasuna es un instrumento de ETA. Y ahí es donde están enmarañados: en el nudo gordiano de la dependencia de la banda. No sólo no pueden actuar como si pertenecieran a un partido democrático, que hoy por hoy no lo es, sino que, precisamente por haber mantenido sus vínculos probados con ETA, su rechazo a la violencia tendrá que ser expreso. Con más concreciones que las que mostró en 1999 Euskal Herritarrok al apoyar la legislatura de Ibarretxe. Entonces renunciaron por escrito «a la vía armada en beneficio de la política» pero ETA volvió a atentar y ellos tuvieron que romper el hechizo de la declaración porque no fueron capaces de desvincularse de los terroristas. Un cuento repetido. Y a medida que las fábulas sobre la deuda del Estado democrático hacia los presos de ETA vuelven a tomar cuerpo, se evapora la esperanza de que esta vez la izquierda abertzale haya aparcado sus trampas para apostar por una ruptura con atentados y amenazas.
Hace tan sólo unos meses el debate político giraba en torno a la conveniencia de que los terroristas pidieran perdón por el daño causado y renegaran de una trayectoria injustificada para que ninguna generación posterior tomara el testigo del terrorismo. Ahora, sin embargo, la izquierda abertzale retoma la bandera de la amnistía. Un paso atrás en las expectativas en las que había empezado a creer el propio Gobierno de Zapatero. La izquierda ilegalizada ha vuelto a tomar la calle. Y en vez de plantar cara a ETA, emplaza al Ejecutivo a negociar un precio político para que la banda se retire. ¿Dónde está la novedad? ¿En qué se centra el avance?. Por mucho que el vicepresidente Rubalcaba haya repetido que sólo tienen dos caminos, las bombas o los votos, la resistencia del conglomerado político a pasar por el aro de la democracia, sin lograr una contraprestación política a cambio, se presenta tenaz, rebelde y engañosa. Nuestro Gobierno, además de estar en deuda con las víctimas, está ya mayor para creer en cuentos chinos.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 10/1/2011