Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Si damos por sentado que el IPC es la base casi exclusiva para fijar el salario y no lo es la productividad, es decir el producto obtenido con el trabajo que paga, entonces la propuesta de crear un salario mínimo de ámbito vasco tiene mucho sentido, pues es evidente de que en Euskadi el IPC acostumbra a ser más elevado que en el resto del Estado. Pero este asunto se puede encarar desde varios puntos de vista, pues desborda con mucho el ámbito empresarial y económico para inundar el político. Hace semanas, el prófugo que dirige el país desde Waterloo pedía también un SMI propio para su grey y exigía la instauración de un sistema de pensiones propio para Cataluña, pasando por alto de que en un sistema de reparto, como el nuestro, no es el IPC autonómico quien determina el nivel de las pensiones sino las cotizaciones previas de los trabajadores. Es decir, los pensionistas catalanes cobran exactamente lo que les corresponde en base a lo cotizado, como les sucede al resto de españoles. El ministro Cuerpo, que es un hombre sensato y formado, se ha opuesto a la idea de regionalizar el salario pues asegura que creará distorsiones severas en el mercado interior. «No tiene discusión», ha zanjado con contundencia.

Pero hay más. ¿Se imaginan en qué se quedaría el Estado con unos salarios troceados en 17 autonomías y con unas pensiones divididas por comunidades, una vez que ya hemos troceado la sanidad, la educación, la policía, los impuestos, las carreteras, la vivienda, la mayoría de las normativas en vigor, los ámbitos electorales, los puertos, los aeropuertos y estamos a punto de trocear las fronteras? Yo entiendo que los dirigentes de ERC, Junts, Bildu y el PNV, a quienes el Estado les importa un bledo y solo en la medida que sirve para sus fines lo secunden, pero no logro entender que quienes se suponía que amaban, creían, servían y protegían al Estado, es decir a lo común, a la igualdad, a la libertad y a la solidaridad entre todos los ciudadanos lo abandonen y hagan jirones con todo ello. Si durante el franquismo muchos prefirieron una España roja a una rota, en el sanchismo se prefiere una España rota a una azul.

Pero volvamos al SMI vasco. ¿Está seguro el vicelehendakari Torres, gran promotor, de que en este momento en el que asoman por ahí fuera las guerras comerciales y aquí dentro se cierra Guardian, Mercedes y Stadler amenazan con ERE, Siemens Gamesa los padecen, las Cámaras de Comercio muestran su preocupación por la atonía industrial, la ventanilla que acoge a las iniciativas de inversión se encuentra cubierta de telarañas y Elkargi alerta del descenso de la inversión en la industria vasca, la exigencia de un SMI vasco, que solo puede añadir un extra de subida al SMI nacional es la prioridad máxima del momento, la urgencia total de la economía vasca? Pues se equivoca, no lo es. Hay cosas más preocupantes que atender.

El vicelehendakari Torres afirma que la negativa de la patronal «alimenta la confrontación». Dado como están las cosas es posible que así sea, pero me parece extraño que le haya entrado justo ahora la preocupación por la tensión laboral del país, cuando hace muchos años en que los principales sindicatos vascos han hecho de la confrontación su ‘leivmotiv’. ¿No le importaba antes la confrontación o no se había dado cuenta de su existencia?