Iñaki Ezkerra-El Correo

El puritanismo clásico ha sufrido una mutación genética. Lo ha hecho para sobrevivir, que es para lo que se producen las mutaciones. De alojarse en la tradición reaccionaria ha pasado a buscar un nuevo acomodo en la doctrina progresista. Un ejemplo nos lo brinda la ciudad de Copenhague, donde se ha montado una verdadera conjura para retirar una estatua, la Gran Sirena del escultor Peter Bech, de su actual ubicación en el Fuerte Dragor porque, según un crítico local, un tal Mathias Kryger, es una obra «fea y pornográfica». La verdad es que ninguna de esas dos razones son de peso en nuestra época. La fealdad está más que legitimada en el arte moderno, e incluso en el antiguo de carácter religioso (véanse las gárgolas de las catedrales), y el calificativo de pornográfico es siempre muy subjetivo. ¿Lo es toda desnudez en la escultura? ¿Es el David de Miguel Ángel una obra porno? ¿Por dónde empezamos?

En el caso que nos ocupa, el de la mujer pez de Peter Bech, cuyo principal objeto de crítica son sus pechos exuberantes, lo más interesante son las intervenciones en la polémica de una sacerdota evangélica llamada Sorine Gorfredsen, que condena la estatua porque «representa el sueño erótico de un hombre». Sorine generaliza arbitrariamente el gusto sexual del colectivo masculino. Da por hecho que a todo hombre le gustan las tetas grandes y, por otro lado, ignora al gremio lésbico, donde esos atributos también podrían alcanzar su éxito. Sorine Gorfredsen, que posee un colorista currículum (teóloga, periodista deportiva, teóloga, párroca de Jesuskirken en Valby…) dice cosas como que «nos estamos asfixiando en cuerpos autoritarios que toman el espacio público».

Cuerpos autoritarios. Uno piensa en esa temible sentencia que homologa las ubres voluminosas al fenómeno sobre el que teorizaron Adorno, Linz o Fromm y no acaba de ver la relación. A uno le choca que en la Dinamarca pionera de la Ley Trans y la inclusión de la diversidad de «géneros», reine esa intolerancia para la hipertrofia mamaria. Extender una condición política o moral (la autoritaria) a los bustos femeninos, a la fisiología, al cuerpo, es un paso inquietante y lombrosiano. ¿Hay tetas fascistas y/o democráticas?