Ignacio Camacho-ABC

  • La amenaza de Puigdemont es una confesión patética y tardía de haber comprendido que Sánchez ya no lo necesita

Confianza y Sánchez son palabras que juntas componen un oxímoron. No queda nadie que pueda confiar ya en un político al que sólo le falta traicionarse a sí mismo. A estas alturas no hay ninguna persona, institución o partido –salvo quizá Bildu– a los que no haya incumplido una promesa, una oferta, una palabra, un compromiso. No cabe, pues, llamarse a engaño, y menos si se trata de Puigdemont, que estaba o debía estar sobre aviso cuando accedió a facilitar la investidura sin cobrar por adelantado la amnistía que exigió a cambio. Ambos sabían que el resultado final de la transacción no estaba en sus manos porque los tribunales no iban a pasar por el aro y ahora es demasiado tarde para que el prófugo se queje del quebrantamiento de un pacto. Sobra el escándalo; cuando alguien se sienta a jugar con un tahúr lo más probable es que acabe desplumado, y eso es lo que le ha sucedido al prófugo de Waterloo.

La solicitud de una cuestión de confianza es un quiero y no puedo, dado que esa iniciativa corresponde en exclusiva al jefe del Gobierno. Las proposiciones no de ley (PNL) son meros brindis al sol del Parlamento; el Ejecutivo puede ignorarlas sin mayor riesgo que el de perder el apoyo de un proponente que tampoco parece dispuesto a llevar el envite mucho más lejos. Lo que pretende Puchi es renegociar el acuerdo elevando su precio pero para eso le basta con apretar las tuercas del Presupuesto. Sus lamentos son patéticos, una confesión a destiempo de haber mordido el anzuelo y de que el sanchismo le ha perdido el respeto. A buenas horas se da cuenta de que Pedro ya no lo necesita aunque conserve la clave de la mayoría y el consiguiente poder de tumbar alguna votación más o menos decisiva. Ni siquiera consiguió evitar que la pinza del PSC y Esquerra sacase adelante la elección de Illa, cuyo pragmatismo absorbe una significativa parte del deprimido voto independentista.

Así las cosas, su única arma es la amenaza de una moción de censura, cuyo carácter suicida la vuelve desaconsejable para un tipo con bien ganada reputación de cobarde, condición que no se encuentra entre los muchos defectos de Sánchez. Todo este circo gimoteante revela que los siete votos de Junts están perdiendo la capacidad de chantaje porque su líder no se atreve a hacer saltar la legislatura por los aires. En materia de credibilidad ninguno de los dos ¿aliados? está en condiciones de dar clases. Y en asuntos de ética y de responsabilidad política, mucho menos. Acaso alguna vez nos planteemos los españoles cómo pudo llegar un momento en que la estabilidad del país dependiese de dos embusteros para quienes no existen reglas de juego. Y todavía se pregunta Feijóo si esta milonga de la votación de confianza va en serio. En un concurso de ingenuos, el jefe de la oposición quedaría en segundo puesto. Porque es demasiado candoroso para que no le quiten el primero.