Ignacio Camacho-ABC
- Cuando el poder lo ejerce la izquierda no rige la ética de los principios sino la lógica de la resistencia
Si piensas que Marlaska debería dimitir, o ser destituido, por una cuestión de elemental ética política, tienes razón pero al mismo tiempo estás equivocado. Aciertas porque es obvio que el despido de De los Cobos es un atropello que, además de irregular o ilegal -una reciente sentencia del Supremo exige motivación fundada de los relevos de altos cargos cuando son funcionarios- ofende cualquier escrúpulo democrático: el coronel obedeció a una juez y cumplió con la ley y con su deber, y el ministro demuestra que lo sabe cuando miente al Congreso arguyendo que lo relevó por pérdida de confianza y no por el motivo real que ha quedado patente con la filtración del oficio de cese. Pero yerras al creer
que eso tiene alguna importancia para el Gobierno, porque no estamos en la lógica de los principios sino en la del poder. Y la lógica del poder, cuando lo ejerce la izquierda con su sedicente superioridad moral, se convierte en la lógica de la resistencia.
Te lo diré de otro modo: Sánchez, e incluso Iglesias, son conscientes de que se trata de un abuso de autoridad. Y hasta puede que consideren que Marlaska se ha columpiado en las formas, víctima de un ataque de nervios o de ira que tal vez fue provocado por los reproches de Moncloa. Ya sabes, algo del tipo «no te enteras de nada y tal, a ver cómo lo arreglas». Pero precisamente por eso se niegan a entregar su cabeza. Eso sería un signo de debilidad y un triunfo de la oposición que de ninguna manera están dispuestos a conceder. La teoría ésa de la conspiración de los jueces, los poderes económicos -fácticos, se decía en la Transición que ellos no vivieron-, las fuerzas de seguridad y la prensa se la creen a medias; la exageran por propaganda pero sí están convencidos de que lo que queda de sociedad civil autónoma se está resistiendo a su proyecto de instrumentalización del Estado. Y no van a aflojar porque les va en ello la esencia de su mandato, que es la ocupación de las instituciones por puro asalto; la última, la CNMV, en la que han metido mano sin el menor recato. Cuando uno se siente en el lado correcto de la Historia no se pide perdón ni se actúa con reparos.
Te preguntarás si no queda en Marlaska un rasgo de respeto a sí mismo, o más exactamente al juez que fue, ejemplar en la defensa de su independencia. Ese cambio entra en el terreno de la psicología política; ahí arriba, en el Gobierno, sea del color que sea, la gente se ve víctima de un acoso -en parte con razón- y se atrinchera no sólo contra el adversario, sino contra sus propios remordimientos. Y sin darse cuenta se acostumbra a prescindir de ellos. Es el poder con su maldito influjo magnético. Pero si el asunto se vuelve insostenible para Sánchez, lo acabará dejando caer como un juguete roto; nada personal, por supuesto. Y acaso se arrepienta de no haber sido él quien al menos tuviese el gesto de dignidad de irse primero.