JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-El Correo

Santiago Abascal pronunció anteayer un discurso tremendista y conspiratorio. Catastrofista. Todo él fue un esperpento sin orden ni concierto. Pero donde desbarró del todo es cuando, queriendo alardear de estadista, se adentró en el área de la política internacional y lo mismo alabó a Trump que criticó a Soros y se enredó con el virus chino y el mismísimo Hitler. De patochada lo calificó Aitor Esteban, movido sin duda más por el imperativo legal de su partido que por su deseo frustrado de lucirse en una facilona dialéctica con el máximo dirigente de Vox. Fuera como fuere, no le faltó acierto en la calificación, tal y como pudo constatarse en la mañana de ayer, cuando los demás oradores coincidieron en destacar el ridículo que hizo quien se atrevió a presentar una moción tan impresentable.

Lo que resulta ya más dudoso es que proceda limitarse a calificar el espectáculo de patochada y rehuir la confrontación con ella. Y es que patochadas como la de estos dos días en el Congreso están orquestándose actualmente en otras partes del mundo y no por ello se desprecian ni se les da el silencio por única respuesta. Las hay, en efecto, que no pueden ni deben tomarse a broma ni conviene tampoco dejarlas pasar sin réplica. Ahí está, por ejemplo, la enorme patochada que lleva cuatro años escenificando Donald Trump y que ha logrado poner patas arriba el orden mundial. Alguien deberá hacerle frente y detenerla, si no se quiere que, en cuatro años más, acabe en un caos del que sea muy complicado salir. O, más cerca de nosotros, las que montan dirigentes como Orban en Hungría y los herederos de los Kaczynski en Polonia.

El problema es cómo acertar en la confrontación. Para ello es imprescindible hacerse consciente de qué es lo que Vox se trae entre manos y pretende llevar a cabo. Como muy bien señaló Inés Arrimadas en su intervención, Vox oculta bajo un barniz de indignación y protesta popular por lo que ocurre -y por cómo se gestiona lo que ocurre- un disparate programático que es capaz de desestabilizar a todo un país y de llevar al enfrentamiento guerracivilista a toda su sociedad. Como Trump en 2016 y, aunque sea amenazadora sólo su mención, los populismos de entreguerras del siglo pasado, sus adeptos los tiene, no como se piensa, en ‘los ricos’, sino en esas clases depauperadas de trabajadores desempleados o con salarios precarios y en esa pequeña burguesía de comerciantes y autónomos que han perdido sus expectativas de futuro. Del ‘obrerismo’ de siempre, pero abandonado a su suerte, es de donde Trump sacó los votos necesarios y suficientes para hacerse con el poder en 2016 y de donde los populistas de toda ralea esperan ahora sacarlos. De hecho, y no es una ‘boutade’, Abascal ha hecho estos días un discurso de corte musoliniano, al que sólo le faltó el carisma que desparramaba entre su gente la retórica gesticulante y verborreica del ‘Duce’. Payasos parecen siempre en sus inicios todos estos charlatanes. Pero, aunque falto de las dotes necesarias, Abascal ha dejado el terreno abonado para que otro mejor dotado y más carismático se dedique a sembrarlo. ¡Cuidado, pues, con las patochadas!