Óscar Monsalvo-Vozpópuli
El 11-M y Covid son los dos acontecimientos que constituyen al partido socialista español contemporáneo
Marzo es un mes que debería poner a todos los españoles en alerta. Es el mes del PSOE. El 11-M y Covid son los dos acontecimientos que constituyen al partido socialista español contemporáneo. El atentado mostró lo que el Partido se puede permitir hacer para llegar al poder -hablamos, en principio, de la gestión comunicativa del mismo- y la pandemia ha mostrado lo que se puede permitir hacer mientras está en el poder.
Al PSOE no lo definen sus líderes modernos ni sus líderes pasados. Largo Caballero es tan importante en su historia como el portavoz Rubalcaba. Tampoco lo definen sus acuerdos con los terroristas vascos ni su terrorismo de Estado contra los terroristas vascos y contra otros ciudadanos que pasaban por allí. Lo define su concepción necrofílica del acceso a y la conservación del poder. Allí donde hay muertos, el PSOE florece.
Los españoles obedecieron como corderos drogados a un Gobierno que se reía de ellos mientras les obligaba a bailar como si fueran animales domesticados en un circo abandonado.
Los atentados del 11 de marzo permitieron a Zapatero llegar al poder contra todo pronóstico. El PP, partido en el Gobierno, parecía estar noqueado y desubicado mientras llegaban los datos. El PSOE parecía que jugaba en casa. Que sabía las preguntas del examen. En cuestión de horas armó un programa electoral con el que convenció a los españoles de que el atentado, los muertos, eran culpa de la derecha. Llegó al poder, retiró las tropas de Irak y enmoquetó los accesos a Moncloa para que la siguiente legislatura fuera sólo un paréntesis en el natural gobierno socialista. El PSOE era el partido que más se parecía a España, y ahora España debía ser el país que se convirtiera en el PSOE.
Los atentados del 11M nos envilecieron a casi todos, y la gestión de la pandemia profundizó en ese envilecimiento. Ningún gesto durante aquellos meses fue tan dañino, tan infantilizador, tan mezquino y tan desagradable como los aplausos a las 20:00 mientras el Gobierno evitaba hacer bien su trabajo y hacía a la perfección el trabajo que le convenía. Los españoles obedecieron como corderos drogados a un Gobierno que se reía de ellos mientras les obligaba a bailar como si fueran animales domesticados en un circo abandonado.
El quinto aniversario debería haber servido para recordar todo aquello que nunca aprendimos. No, no sirvió para nada. Evidentemente. Ni salimos más fuertes, ni salimos más conscientes, ni más críticos, ni nada. Salimos de todo aquello más amaestrados, más desactivados y más tristes. Y el PSOE salió más convencido de que los muertos, las tragedias, son su mejor baza electoral.
Lo importante es que haya cadáveres. Y lo curioso es que son capaces de rentabilizar una catástrofe incluso cuando se ha producido, o cuando ha alcanzado una dimensión mayor, debido a sus acciones
Da igual que los muertos se produzcan cuando gobiernan o cuando intentan llegar al poder. Lo importante es que haya cadáveres. Y lo curioso es que son capaces de rentabilizar una catástrofe incluso cuando se ha producido, o cuando ha alcanzado una dimensión mayor, debido a sus acciones.
Lo primero que hay que recordar es que el Gobierno socialista animó a los españoles a salir a la calle, a rozarse, a toserse, a ocupar espacios masificados, semanas después de que comenzásemos a leer noticias terribles sobre Italia. El 8 de marzo 16 millones de italianos fueron puestos en cuarentena. El 8 de marzo el PSOE decía a 40 millones de españoles que no había ningún peligro. Muchos de esos españoles, acostumbrados a la adoración al Partido, no necesitaron más. Todo lo que pusiera en cuestión el mensaje oficial debía ser error, mentira o traición. Ya había comenzado el festival de muerte e irresponsabilidad.
Es solo una gripe
La prensa amiga dedicó aquel 8 de marzo a reforzar el mensaje del Gobierno. Se lanzaron a recoger y mostrar pancartas muy, muy simpáticas. “El machismo es más peligroso que el coronavirus”. “Mata más tu machismo que ningún virus”. Antes se había dedicado a desinformar, tal y como haría también después, cuando se declaró oficialmente la pandemia. Es sólo una gripe. No nos preocupemos, sólo mueren viejos. Se extiende más el alarmismo que los datos. Coronahisteria. No sorprende que esa misma prensa fuera la más dramática cuando se pasó a la siguiente fase. Los mismos que se reían de quienes pedían prudencia cuando la catástrofe estaba produciéndose fueron los que con más vehemencia justificaron las posteriores barbaridades del Gobierno cuando comenzaron las críticas a su gestión.
Con las mascarillas, el Gobierno y el periodismo de teletipo ministerial alcanzaron la cima. ‘La ministra de Exteriores garantiza que “habrá mascarillas cuando sean necesarias”’, recogía un titular de comienzos de abril. Lo que querían decir -lo que sabíamos que estaban diciendo- es que sólo se dirían que eran necesarias cuando las hubiera. El ministro Marlaska concedió el 5 de abril una entrevista a El Diario Vasco. Le preguntaron, por ejemplo, esto: “Si desde enero se conocía la gravedad de la situación, ¿por qué España no empezó a comprar material entonces?”. La respuesta del ministro fue la siguiente: “¿Y por qué no empezó a comprarlo Italia?”.
El gobierno de Madrid repartió mascarillas cuando el de todos los españoles aún estaba ocupado con otras cosas. Ante tal provocación, el escuadrón de tertulianos y periodistas entró en escena. De repente había mascarillas “insolidarias”, “egoístas”; asesinas, podrían haber llegado a decir
Pero sin duda fue el gobierno autonómico de la Comunidad de Madrid el que mejor permitió ver en acción la teoría del poder socialista. El gobierno regional repartió mascarillas cuando el de todos los españoles aún estaba ocupado con otras cosas. Ante tal provocación, el escuadrón de tertulianos y periodistas entró en escena. De repente había mascarillas “insolidarias”, “egoístas”; asesinas, podrían haber llegado a decir. Eran precisamente las de Madrid. Las FFP2. Había perioexpertos diciendo que todas las FFP2 tenían válvula. Encontraron médicos que advirtieron sobre la enorme dificultad de colocarse una de esas mascarillas, tal vez pensando en los académicos que recomendaban ponerse gel hidroalcohólico en los pies. Otros, habituales en los platós desde los primeros días, pusieron en duda incluso que las mascarillas protegieran.
Y llegó el Zendal. Risas, primero. Después denuncias. Se habló de que era una movilización de recursos innecesaria en medio de una pandemia. Campañas para que los sanitarios se negasen a ser trasladados allí. Sabotajes similares a los que sufren las ambulancias cuando hay algún conflicto laboral interno. No les pareció suficiente.
Estos días se está promocionando un anuncio electoral del PSOE con forma de documental. En los créditos deberían aparecer los agentes habituales. Desde el presidente del partido hasta los presentadores de informativos y programas de actualidad en la televisión pública, pasando por las asociaciones que homenajean a aquella inolvidable portada de Hermano Lobo: “Es igual, también somos nosotros”.