PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA-EL CORREO
- Las movilizaciones feministas se desaconsejan y se convocan casi a la vez
Faltan diez días para el 8-M, pero el previo está siendo interesantísimo. El miércoles la ministra de Sanidad dijo que la situación epidemiológica no permite manifestaciones y ayer Pablo Echenique anunció que Podemos acudirá a todas las manifestaciones que se convoquen. En el País Vasco la situación es distinta. Es más veloz. Nos bastó la mañana de ayer para que la consejera de Igualdad pidiese que no se celebren «manifestaciones masivas» el 8-M y para que el feminismo vasco anunciase movilizaciones, unas buenísimas, además, que van a «resquebrajar el sistema capitalista, heteropatriarcal, racista y colonial».
Por no resquebrajar también la lógica habrá que recordar que estos días está habiendo manifestaciones. Unas piden la libertad de raperos asintácticos, otras tienen que ver con protestas laborales, las hay de apoyo al deporte escolar. El derecho de reunión es uno de los que la Constitución considera fundamentales y eso no lo cambia un portavoz gubernamental poniéndose muy serio. El problema es por supuesto que el 8 de marzo convoca multitudes. Y eso sí que es mejor evitarlo. Por más medidas de seguridad que se puedan adoptar.
Pero todo da un poco igual. Si se fijan, lo de menos del 8-M es el 8-M, que ya no es un día de reivindicación, sino un espacio simbólico que absorbe todo el foco mediático y le permite a la política hacer trucos y aspavientos sin el menor riesgo y con el mayor beneficio, o sea, generando la narrativa simple y furiosa del guiñol que distingue nuestra vida pública. Que el Gobierno libre otra de sus guerras internas por el lado del feminismo, y que esa guerra sea especialmente agresiva y despiadada, hace pensar que quizá lo del género sí sea relativo y Caín y Abel fuesen hermanas.
Si nadie lo remedia, vamos a ver cómo el feminismo pierde la oportunidad de fardar por el lado revolucionario y emancipador prescindiendo de las concentraciones y haciendo de ello una exhibición responsable y adulta, o sea, poco masculina. Retirarse para evitar contagios sería una aplicación ejemplar de la teoría de los cuidados. Por lo demás, avanzo en mi lucha contra el patriarcado. Ya casi puedo escribir ‘cuidados’ sin que me entren sudores, convulsiones y ganas de pedir un arma de fuego con la que terminar dignamente con mi vida.