- Los socialistas veteranos que critican a Pedro Sánchez sin dejar de votarle son tan responsables como él
Hace medio siglo, descubiertos los peores aspectos de los regímenes de la Unión Soviética, China, Cuba y similares, tuve amigos —de cuya limpieza de corazón no dudo— que no querían sentirse cómplices de dictaduras y aseguraban que ellos eran comunistas pero no estalinistas. La culpa de los abusos autoritarios y los disparates colectivistas no eran responsabilidad de una ideología errónea, sino de la mala índole de un autócrata criminal y los imitadores de su culto a la personalidad (Mao, Fidel, Ceaucescu, etcétera). Gracias a este subterfugio podían seguir siendo creyentes sin sentirse culpables, como los católicos cuya fe no vacila pese a la Inquisición (Javier Pradera lamentaba con humor su disforia ideológica diciendo “he sido comunista con Stalin y católico con Pacelli”). Por fin, los más despejados de esos herejes acabaron comprendiendo que lo malo era el comunismo, no los gerifaltes, a cual peor que indefectiblemente propiciaban esa aberrante doctrina.
Ahora pasa algo parecido. Se dice que la cifra de nuestros males es el sanchismo, patología narcisista de un mentiroso empedernido dispuesto a compincharse con lo más indeseable del espectro —nunca mejor dicho— político con tal de que no le descabalguen del poder. Ayer fingía que le horrorizaban las concesiones al insaciable separatismo que hoy le parecen la vía de reconciliación nacional. Culpa del ególatra, dicen, no del socialismo, cuyos mejores representantes se supone que siguen siendo los veteranos que le critican, pero sin dejar de votarle y a los que nadie hace ya caso en las filas cerradas del partido. No es verdad: la culpa la tienen los que refunfuñan, pero apoyan a Sánchez en nombre de la santidad de la izquierda, los incapaces de aceptar que Vox es un partido constitucional, pero la amnistía y la autodeterminación no, los socialistas con y sin carné. Mañana, en Barcelona, libres e iguales.