ABC 08/11/16
JUAN VAN-HALEN, ESCRITOR Y ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LAS REALES ACADEMIAS DE HISTORIA Y BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO
· Las grandes acciones españolas que recoge nuestra Historia con mayúscula, no la ficción manipulada que figura en ciertos textos y planes escolares a los que durante decenios los sucesivos gobiernos de la nación no han puesto coto sin prever las consecuencias, fueron posibles gracias al conjunto de los españoles cualesquiera que fuesen sus orígenes geográficos
ALBERT Einstein, la mayor personalidad científica del siglo XX, considerado, a su pesar, pues era pacifista, «padre de la bomba atómica», dejó escrito: «No sé con qué armas se luchará en la III Guerra Mundial, pero en la cuarta se luchará con palos y piedras». Su dilatada experiencia vital le llevó a reflexionar sobre infinidad de materias ajenas a su eminente aportación a la física. Entre ellas, sobre la defensa y la seguridad en el seno de este globo todavía misterioso que llamamos mundo al que Einstein, como vemos, auguraba un futuro de retroceso y acaso de autodestrucción.
En ámbito más casero, el de nuestra defensa nacional, un sondeo del CIS para el Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa desveló que la mitad de los españoles (47,1%) no sacrificarían su vida por defender más allá de su familia. Solo un 16,3% estarían dispuestos a defender el territorio nacional en caso de agresión exterior. Un 55,3% de ciudadanos rechazan o se muestran reacios a esa defensa, mientras el 22,4% se manifiestan «más bien proclives» a participar. La encuesta es de 2013, pero se hizo pública bastante después. Los analistas especializados opinan que cada año el sentimiento de defensa nacional decrecerá, como ha ocurrido en los últimos años, ya que existe una carencia de cultura de seguridad en la sociedad española.
La creencia generalizada de que «no existen riesgos ni amenazas importantes para España» acaso está detrás de esa desmovilización anímica de los ciudadanos por su defensa común. Sin embargo, no deben despreciarse los términos más elementales de la geopolítica y la economía, que tanto tienen que ver con los conflictos, desde nuevas formas de guerra paralelas a los avances tecnológicos y a una defensa conjunta, territorialmente amplia, que desborda el viejo entendimiento de los grandes ejércitos nacionales que a través de los siglos fueron limitando el peso del factor hombres sobre el terreno en favor de una poderosa maquinaria de guerra con tecnología capaz de ser eficaz alejada incluso miles de kilómetros de sus objetivos.
El remoto y emblemático tratadista militar Sun Tzu, cuya filosofía partía de que «el supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar»; el clásico Clausewitz, que dedicó muchas páginas a la estrategia de la defensa tanto como a la ofensiva, y su contemporáneo y adversario Napoleón no podían imaginar el grado de evolución que supondría el tiempo para ese binomio ataque-defensa al que los tres dedicaron tantas reflexiones.
La creciente desafección en España respecto a la defensa de su territorio no es ajena a ese secesionismo rampante que surge históricamente en algunas regiones cuando los gobiernos de la nación muestran debilidad o desmotivación sobre su realidad común, o así lo entienden los sectores independentistas. Quienes no se sienten miembros de un todo, de una comunidad de destinos y anhelos, resulta natural que, desde esa sinrazón, se manifiesten ajenos a defenderla. Lo escribió Chesterton, vigente en tantos aspectos: «El verdadero soldado no lucha porque odia lo que hay delante de él, sino porque ama lo que hay detrás de él».
Las grandes acciones españolas que recoge nuestra Historia con mayúscula, no la ficción manipulada que figura en ciertos textos y planes escolares a los que durante decenios los sucesivos gobiernos de la nación no han puesto coto sin prever las consecuencias, fueron posibles gracias al conjunto de los españoles cualesquiera que fuesen sus orígenes geográficos. El ejemplo señero es la empresa del descubrimiento, conquista y evangelización del Nuevo Mundo. Los españoles llevaron allí la lengua, las universidades, el Derecho, el mestizaje… Algunos supuestos retro-solidarios analfabetos tildan de genocidio, sin sonrojo, esa obra colosal. Los descendientes de aquellos españoles no tienen conciencia hoy de la defensa de su propio territorio nacional si fuese amenazado.
La teoría de que la única motivación para defenderse, incluso hasta dar la vida, sería un ataque al ámbito de la propia familia me recuerda aquel verso final: «Luego vinieron a por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que me defendiera», del célebre poema «Ellos vinieron» de Martin Niemöller, atribuido erróneamente una y otra vez a Bertolt Brecht.
Las Fuerzas Armadas gozan de una notable consideración de los españoles y, sin embargo, el sondeo manifiesta la creencia mayoritaria de que «deben ser disminuidos sus presupuestos y sus efectivos», que se encuentran ya entre los más bajos de Europa. Los compromisos de una defensa globalizada, supranacional, con presencia de nuestras Fuerzas Armadas en misiones exteriores son vitales para nuestra propia seguridad, pero requieren inversiones suficientes. Los ciudadanos entienden el aumento de los presupuestos que les afectan en su día a día, y la carencia de una cultura de defensa, que debería haberse promovido desde los diferentes gobiernos, está detrás de la actual realidad, que resulta lamentable.
No poca culpa de esta desorientación en materia de defensa y seguridad debe achacárseles a ciertos políticos, el primero Zapatero, que en su día manipularon la verdad, como fue afirmar que España participó en la segunda guerra de Irak, la de 2003, a la que llegamos una vez finalizada. Las Naciones Unidas dieron por terminada aquella guerra mediante la resolución 1483 del Consejo de Seguridad, de 22 de mayo de 2003. En ella se urge a los estados miembros «a prestar asistencia a la fuerza multinacional incluyendo fuerzas militares». La resolución 1511 del Consejo de Seguridad, de 16 de octubre de 2003, califica las acciones violentas producidas tras el derrocamiento de Sadam Husein como «terroristas» y no como «acciones de guerra». Nunca entendí que el Gobierno de entonces, acosado en las calles, no quisiese o no supiese explicarlo.
Esa necesaria cultura de defensa debe abrirse a los españoles que la quieran asumir, para así potenciarla. España, como tantas otras naciones, cuenta con la fórmula de los reservistas, ciudadanos civiles que asumen, tras un periodo de formación, destinos militares durante etapas de activación como soldados, suboficiales y oficiales de nuestras Fuerzas Armadas. Desde 2003 se han formado 17.000 reservistas. El Ministerio de Defensa ha sido hasta ahora cicatero en la utilización de esta vía de toma de conciencia activa de los españoles y debería replantearse globalmente la Reserva Voluntaria. El verano pasado se celebró en Madrid el Congreso Internacional de Reservistas de la OTAN, y de sus conclusiones deberían extraerse enseñanzas.
El compromiso con la defensa y la seguridad de todos ha de entenderse como una responsabilidad del conjunto de la sociedad. Cada paso para reafirmarlo, ya sea del Gobierno de la Nación, de las Fuerzas Armadas o de sectores ciudadanos, supondrá el acercamiento a una normalidad necesaria.