Ignacio Marco-Cardoqui-El Correo

La noticia es preocupante porque la cuestión es crucial. En los últimos tiempos se ha generalizado en España una cierta sensibilidad hacia los temas europeos que propaga la injusta conclusión de que Europa es mala, insolidaria y egoísta porque no acepta mutualizar el riesgo con nosotros. Pero lo cierto es que de esta o nos saca Europa o no salimos. Vamos a necesitar dinero. Mucho dinero. Un dinero que, simplemente, no tenemos. Si no nos presta -o mejor lo regala- Europa no lo tendremos y si no compra el BCE nuestra deuda, tampoco podremos pedirlo prestado a los mercados. Así de simple, así de duro, así de peliagudo.

El acuerdo alcanzado la semana pasada entre la canciller Merkel y el presidente Macron apuntaba hacia una buena solución para nosotros. No llegaba al desideratum de mutualizar el riesgo, pero sí lo hacía de facto con el gasto. Es decir, serían los Presupuestos europeos quienes cubrirían las necesidades de financiación de los países en apuros. Además, nos dijeron que la ayuda sería sin condiciones y adoptaría la forma de subvenciones no reembolsables. Es decir, lo más cerca de lo ideal.

Pero entre los países miembros hay varios que no lo ven así. Ya no son solo los rígidos holandeses, hay un auténtico ‘frente del norte’ formado por Suecia, Dinamarca y Austria, además de Holanda, que aceptan ayudar, pero no ven bien eso de pagar deudas destinadas a financiar cosas que no todos ellos tienen, como la garantía de revalorización de las pensiones o el ingreso mínimo vital. ¿Tumbarán la iniciativa? Pues no es algo improbable porque el asunto tiene que pasar por el juicio previo de los parlamentos nacionales y en ellos no todos sus miembros se sienten obligados por los compromisos de sus gobiernos, ni por el siempre alambicado equilibrio de los pactos internos comunitarios.

¿Qué pasa si lo tumban? Pues pasaríamos a una nueva fase. No avanzaríamos en nuestras peticiones, sino que nos acercaríamos a esa idea terrible de la intervención, que nadie se atreve a mencionar. Si repasamos lo exigido a Grecia o a Portugal, veríamos cosas tan desagradables como los recortes de pensiones o de los sueldos de los funcionarios. ¿Qué repercusiones tendría para el Gobierno de coalición? ¿Aceptaría aquí Podemos lo que aceptó allí Syriza? Todavía es muy pronto para hablar de eso, pero no conviene olvidar que nuestras cuentas públicas tienen una espada sobre su cabeza. Como la que incomodaba a Damocles, colgada de una fina crin de caballo. Y somos nosotros mismos quienes la hemos colocado ahí arriba.