Cristian Campos-El Español
 

En realidad, la Selección, la Eurocopa, Lamine Yamal y Nico Williams siempre les han importado un rábano. A Yamal lo clasificaron como mena, lo que dice muy poco de su imaginación, pero mucho de su racismo («si parece un mena, será un mena, ¿qué otra cosa podría ser un tío con esa pinta?»). Por supuesto, Yamal no es ningún mena. Nació en Esplugas de Llobregat, creció en Mataró y es español de pleno derecho.

Yamal no ha sido ni de lejos el mejor del equipo, título que le correspondería más bien a Rodri o a Dani Olmo. Pero metió un gol bonito en la semifinal contra Francia y eso le catapultó al Olimpo de CruyffDi Stéfano Cristiano Ronaldo. Una exageración, claro, pero esto no va de crudas realidades, sino de ficciones golosas.

De Nico Williams, que nació en Pamplona, han recordado la historia de sus padres, que viajaron desde Ghana a Melilla y de allí hasta Bilbao, donde las pasaron canutas hasta que el chaval despuntó en Lezama, la escuela del Athletic Club.

Es interesante analizar los argumentos con los que se ha intentado instrumentalizar a Nico Williams y Lamine Yamal, como antes se instrumentalizó a las chicas de la Selección Femenina.

Porque no se ha hablado del esfuerzo, el trabajo y el sacrificio que han llevado a Williams y a Yamal a ser campeones de Europa. Se ha hablado de los padres de Williams y de la supuesta condición de mena de Yamal.

¿Por qué?

Porque poniendo el foco en sus orígenes, el mérito de su éxito no les correspondería a ellos, sino al Gobierno. A ese Ministerio de Hacienda que ha «robado a los ricos» para que Pedro Sánchez pueda «repartir el botín entre los pobres» y que estos lleguen algún día a campeones de Europa.

Williams y Yamal serían así sólo los beneficiarios de la bondad infinita de un Estado del bienestar maternal que estaría dispuesto a acoger a diez millones de inmigrantes «porque algún día uno de ellos podría levantar otra Eurocopa».

Lo que hagan los otros 9.999.999 inmigrantes es secundario. Un país entero jugando al Euromillón, a ver si le toca algún día el inmigrante campeón.

De hecho, ¿saben por qué el hermano de Nico Williams se llama Iñaki? Porque ese es el nombre del religioso de Cáritas que ayudó a los Williams cuando llegaron a Bilbao. Sus padres no le llamaron «Agencia Tributaria Williams». O «Impuesto Temporal de Solidaridad Williams». Ni siquiera le llamaron «PSOE Williams». Le llamaron Iñaki.

Vayan ustedes a saber qué lección puede extraerse de tan extraña decisión.

Hay más orígenes humildes en la Selección Española de Fútbol, e incluso alguna historia dramática, pero sólo dos de sus jugadores tienen los ingredientes que convienen a la matraca.

Ahora la matraca se ha caído porque la Selección Española, con Dani Carvajal al frente, ha demostrado no simpatizar con Pedro Sánchez, pero sí con Felipe VI.

De GaviJesús Navas y Fabián Ruiz, que posaron en el pasado con una bandera de la coronación canónica de Nuestra Señora de las Nieves, nadie ha dicho por cierto nada, y les dejo a ustedes que adivinen el porqué.

A esos recién llegados al sentimiento nacional les encantaba la diversidad de la Selección hasta que la Selección ha demostrado diversidad de pensamiento y ahí se ha caído el mito al suelo porque hasta ahí podríamos llegar. ¡Librepensamiento en la España sanchista! ¿Qué será lo próximo? ¿Un Gobierno que no politice el fútbol? ¿Un Gobierno que no lo intoxique todo con la pútrida fetidez de la ideología?

La diversidad sólo es buena cuando todos pensamos lo mismo que el Gobierno. Lo otro es, ¿lo adivinan?, fascismo.

Les ha gustado la Selección Nacional mientras han creído que no era Selección (es decir meritocracia) ni Nacional (es decir patria), sino un conglomerado de identidades incompatibles, sin mayor nexo en común que la declaración del IRPF, formada por jugadores que hoy juegan con España y mañana podrían jugar con Marruecos, Ghana o Camboya. Multimillonarios, sí, pero con las neurosis ideológicas correctas y el desarraigo político, profesional y personal en orden de revista. El ideal aspiracional de todo funcionario del pensamiento: la cuenta corriente a reventar y las luxury beliefs en orden. Seres sin vínculos, moldeables. Barro en manos de los burócratas de la Administración.

También habían defendido con fervor el derecho, e incluso la obligación, de los jugadores de fútbol de manifestarse políticamente hasta que Dani Carvajal y la Selección Española de Fútbol han hecho eso que hizo Pedro Sánchez frente al rey: meterse las manos en los bolsillos.

Y hasta ahí podríamos llegar.

Porque una cosa es Mbappé, que se manifestó contra los radicalismos, en el sobreentendido de que radicales sólo lo son los de derechas, y otra cosa Dani Carvajal, que también ha opinado sobre los radicalismos, pero con la mala suerte de que era sobre el radicalismo bueno. El del Gobierno.

Ya saben, lo mío es un escrache democrático y lo tuyo, acoso.

Y ahí han empezado las disquisiciones sobre la buena educación. Algo con lo que hasta yo podría estar de acuerdo. Pero sólo si hago un soberbio esfuerzo de voluntad para olvidarme de todas esas ocasiones en las que el Gobierno ha demostrado una mala educación rayana en el macarrismo e incluso en formas de gobierno predemocráticas.

Quiero decir, que están hablando de Carvajal los mismos que aplaudían a rabiar cada vez que Sánchez demostraba de forma ostensible su desprecio por el rey, o por los jueces, o por Feijóo, o por los españoles que no le votan a él.

Estamos hablando de un Gobierno que ha insultado a ciudadanos particulares, que les ha amenazado en redes sociales y que ha empleado todos los recursos del Estado para reventarles la vida. Que amenaza con promulgar una ley de prensa para destruir a los medios que publiquen información sobre los casos de nepotismo que afectan al entorno más cercano del presidente. Que lanza operaciones de distracción cada vez que despunta un nuevo caso de corrupción y al que no le tiembla el pulso cuando debe destruir la reputación de cientos de personas a cambio de 24 horas más en la Moncloa.

No es este un Gobierno de lords británicos victorianos, en resumen.

Pero aquí estamos, debatiendo si Carvajal ha mirado o no ha mirado a Sánchez cuando le daba la mano.

Aunque ese es en el fondo un tema secundario. Lo importante es que la Selección ha sido el emblema de la España monocorde, monótona y monotemática a la que aspiran quienes piden multiculturalidad allí donde ya la hay (Madrid) mientras la niegan donde no existe (Cataluña y el País Vasco), hasta que los jugadores se han expresado en libertad, han mostrado su antipatía por Sánchez y el cuento ha cambiado radicalmente.

Ahora todo son sofocos y golpes de abanico en el pecho. Ahora estamos debatiendo si los cánticos («Gibraltar español», «Lamine Yamal come jamón») son de buen o mal gusto. Ahora todos a levantar el meñique y pedir las sales.

Que se vaya con cuidado Yamal, que todavía acabarán pidiendo su deportación. Por mena, claro.