JORGE BUSTOS-EL MUNDO

La mano arriba, cintura sola, da media vuelta, ¡danza Pedrette! Ya está aquí el verano, y un tema escala en todas las listas para acompañar nuestras barbacoas de chancla y sangría en la España eterna del acomodo al poder a cambio de una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. La canta la izquierda, la canta el moderao, la canta el tertuliano con el tópico en la mano. Suena en bucle la danza Pedrette en la radiofórmula y la corean en la tele bailarinas mestizas, llegadas de todos los puntos de la España plurinacional, a las que llaman las pedrettes. Sus contoneos son castos, inequívocamente empoderados, pero lo que de ellas seduce es su sincronización coreana, el balanceo mental al compás que marca La Moncloa. ¡Baila como Iceta, hermano!

La danza Pedrette celebra que Pedro es amor, corazón electoral, Doñana para todos. ¿Quién puede resistirse? El hosco sanchismo de manual de resistencia murió el 28 de abril. Por obra y gracia del mismo porcentaje de voto que cosechó Rubalcaba cuando era un fracasado, nació el pedrettismo como una fe renovada, un góspel de gratitud a Sánchez por habernos salvado del Maligno, mítica criatura que habita el averno localizado en Colón, según los Iker Jiménez del pedrettismo.

Como en toda liturgia posconciliar –el santo concilio se celebró el 28-A y mañana está programado el sínodo que termine de atar los cabos doctrinales–, no importa tanto la música, que versiona viejos éxitos del siglo pasado, como la eficacia catequética. Así, las pegadizas letras de las pedrettes difunden el relato de los buenos, que por serlo merecen el poder, y de los malos, la oposición que desafina, los ateos que no contestan al salmo responsorial. Si una voz chillona rompe la melodía Pedrette es la de Rivera. ¿A quién le preocupa la ley cuando se derrama la gracia, cuando los batasunos afean provocaciones y nuestros golpistas serán perdonados? Que aprenda de Casado, de su solícito silencio en la bella sesión constitutiva de las Cortes dirigida por la batuta Batet.

Tal es el volumen y la ubicuidad de Lo Pedrette que nadie se atreve a calcular las carreras que relanzará esta legislatura. Cuántos chiringuitos amenizará, cuántos felipistas rejuvenecerán de pronto al módico precio de ver en Pedro a otro Felipe–con menos lecturas pero más guapo– y cuántos monaguillos formados en la diócesis caraqueña devendrán estadistas, como ese troyano de Roures apellidado Pisarello. Todo cabe en la iglesia de Pedro, y ya Irene Lozano, la quinta evangelista, dispone pluma y papel biblia para recoger las hazañas inspiradas por el espíritu santo del progreso, que sopla donde quiere y penetra toda institución, doblegando voluntades por la dulce persuasión del erario. ¡Pedrettes de España, alabad su nombre!