Rosa Diez-Libertad Digital

  • Sánchez miente incluso cuando calla. Aquí andamos, pagando las consecuencias: Marruecos, capital La Moncloa.

Dice mi amigo Jesús Cuadrado –un socialdemócrata clásico que fue Diputado Nacional encabezando la candidatura del PSOE por Zamora y que abandonó ese partido cuando se convirtió en una empresa propiedad de Pedro Sánchez— que cuando un sanchista abre la boca se sabe que va a mentir. Naturalmente que entre los hoy miembros de la tribu sanchista hay personas que en algún momento de su vida fueron fiables, personas que en sus relaciones humanas e incluso profesionales no iban con la mentira por bandera. Pero esas personas saben que para seguir siendo oveja del redil y continuar pastando en el PSOE han de adaptarse al comportamiento guía del jefe supremo. Y lo han hecho con tal mansedumbre que el PSOE funciona hoy como una sola oveja.

La relación en negativo que tiene Sánchez con la verdad es permanente y patológica, está en su temperamento. Miente siempre que habla y miente incluso cuando calla, por ejemplo, al negarse a revelar el por qué de su cambio de posición ante Marruecos al ser interpelado en el Congreso de los Diputados. Sánchez miente siempre porque está en la naturaleza de un tipo cuya personalidad narcisista le invita a no rendir cuentas ante los demás, pues fantasea con un poder ilimitado y cree merecer un estatus superior. Y como él no tiene ningún tipo de escrúpulo ni empatía, además de contar con un poderoso aparato de propaganda, sus reiteradas mentiras terminan en muchos casos adoptando la apariencia de verdad.

Esta semana que acaba hemos vivido un par de episodios que pueden servir como ejemplo de la propensión de Sánchez y los suyos de encadenar mentiras para falsificar la historia rindiendo culto al impostor. El primero de ellos se refiere a la propaganda en relación con la invitación del Presidente de Estados Unidos. He de decir que me ha resultado patético el despliegue de todos los ministros y dirigentes o cargos del PSOE tratando vender esa visita de Sánchez a la Casa Blanca como un ejemplo de liderazgo, de actor global. Actor sí que es, en la acepción segunda del término: «Persona que tiene gran capacidad para fingir», en este caso en todo el mundo. Los patéticos esfuerzos de toda su tropa de asalariados para revestir al personaje de una relevancia en el mundo de la que carece se desmontan recordando las visitas a la Casa Blanca que han realizado los presidentes españoles: Adolfo Suárez, dos veces; Felipe González, cuatro; José María Aznar, cinco; José Luis Rodríguez Zapatero, una. Pedro Sánchez cero, una contando la que aún no se ha producido. Dato contra relato.

La segunda performance de la realidad ha tenido como escenario el Coto de Doñana. Hasta allí, huyendo de la votación sobre la reforma del la ley suelta violadores, se ha ido el impostor vestido de ecologista y prismáticos en ristre para reiterar el eslogan: Doñana no se toca. Y mira tú que ahí le ha traicionado el inconsciente, porque es justo lo que él y su Gobierno han hecho con el Coto al no implementar las actuaciones para salvaguardar el humedal a las que se comprometieron en el año 2018. Las únicas inversiones que Sánchez ha hecho en Doñana se han concretado en obras en el Palacio de las Marismillas, para que él y su séquito puedan pasar allí días de solaz disfrutando de todo tipo de comodidades y bañándose tan ricamente en la piscina. En el año 2019 Sánchez invitó al Palacio de las Marismillas a un grupo de sus amigos que llegaron acompañados de sus parejas e hijos para disfrutar junto con Begoña y sus niñas de los lujos del enclave. El Gobierno se ha negado a rendir cuentas y contestar a todas las preguntas parlamentarias que le exigían conocer cuantas personas componían el grupo de amigos y cuánto nos costó pagarles las vacaciones. Que eran «datos privados», fue la respuesta. Datos privados pagados con fondos públicos.

Lo dicho, Sánchez miente incluso cuando calla. Y para una vez que dice la verdad, va y se la dice al teléfono… Y aquí andamos, pagando las consecuencias: Marruecos, capital La Moncloa.