José Rosiñol-Vozpópuli
Está demostrado que la polarización, el enfrentamiento y la crisis económicas son el caldo de cultivo para que prosperen los populismos, las tiranías y el despotismo
“España es el único país en el que se puede ser demócrata sin ser antifascista”, esta es la afirmación de Juan Carlos Monedero uno de los intelectuales de esta nueva izquierda transformadora. Sí, acabo de utilizar el mismo concepto con el que les gusta identificarse (transformador) para subrayar cómo desde sus esquemas mentales utilizan juegos del lenguaje con el objetivo de confundir a la sociedad. Cabría preguntarse ¿por qué le llaman transformación cuando quieren decir involución? Como ven, han cambiado el término ‘revolución’ por el de ‘transformación’. En planteamientos como estos se vislumbra el esquema con el que pretenden imponer un cambio de régimen aupados por la más que previsible debacle económica y social que azotará nuestro país en los próximos meses.
Llama la atención sin embargo, que esta estructura de mentiras comunicacionalmente construidas se estén dando a nivel global, vemos cómo en distintos países se está cayendo en una espiral de disonancias cognitivas que hacen creer firmemente en realidades inexistentes, problemas magnificados o claramente distorsionados, me refiero a la lucha antifascista cuando el fascismo en más que residual, la lucha antirracista haciendo pasar por norma lo que son un brutales, condenables y perseguibles situaciones eposódicas y, lo más llamativo, es cómo se va difundiendo por todas las democracias avanzadas esta especie de empatía distópica a lomos de esta nueva Internacional Populista.
Los discursos en contra de las fuerzas del orden, de la judicatura, de la libertad de expresión o contra otros partidos forma parte de una estrategia desestabilizadora de nuestra democracia
Más allá del necesario estudio de psicología de masas, deberíamos hacer hincapié en el sentido político de estas movilizaciones y estos discursos. Esta rabia propulsada desde los púlpitos neorevolucionarios se focaliza precisamente contra las instituciones democráticas y azuzan la polarización política como herramienta para alcanzar sus objetivos. Los discursos en contra de las fuerzas del orden público, contra la judicatura, contra la libertad de expresión (solo es libertad de expresión lo que favorece a sus tesis) o contra otros partidos forma parte de una estrategia desestabilizadora de nuestra democracia y de la democracia en general.
Arrodillarse ante el bien
La estructura de los marcos mentales que están sabiendo imponer en parte de la población son más que preocupantes porque son una mezcla de resentimiento hacia un problema inexistente, sumisión a un discurso único, creación de un sentimiento de amoralidad para el discrepante y creación de una presión social en contra de la diversidad y la individualidad. Estos cambios paulatinos, esta creación de un sistema de coherencia basado en principios morales que esconden objetivos políticos es una reedición de las tendencias totalitarias de los metarrelatos escatológicos del siglo XX. Es una tendencia propia de los regímenes comunistas: la ortodoxia y la asfixia de la pluralidad, ortodoxia que significa arrodillarse ante lo que se supone es el Bien que este Gran Hermano posmoderno difuso y moralista tiene a bien imponer.
Siendo pragmáticos y retomando la frase con la que inicié el artículo, fijémonos que lo único que trata el autor es situar el marco de debate en los términos que interesa al populismo otorgando el carné de demócratas únicamente a los que están en el perímetro de sus ensoñaciones. Fijémonos, si hay que definir al demócrata, ¿no sería más apropiada una definición inclusiva que una excluyente? Como por ejemplo, demócrata es todo aquél que cree en la libertad, individual, positiva y negativa; todo aquél que respeta las normas e instituciones democráticas; todo aquél que entiende la democracia como un fin en sí misma y no como un instrumento para acabar con el sistema; todo aquél que cree que la resolución de problemas se resuelve por el diálogo, apuesta por la convivencia y cree que la diversidad y la pluralidad son síntoma de calidad democrática y no lo contrario.
¿Es posible ser demócrata y tratar de ahogar la voz de la disidencia hacia el discurso único mediante la persecución social y la muerte civil?
Si aceptamos su juego, ¿no deberíamos ampliar el número de exclusiones para dejar fuera a todos los que dicen ser demócratas y, en realidad, no lo son? Pongamos el caso y siguiendo el ejemplo de Monedero, ¿es posible ser demócrata y defender sistemas autoritarios (comunistas, socialistas o de cualquier otra índole)? ¿Es posible ser demócrata y creer que solo tú puedes decidir quién lo es y quién no en función de tu propia ideología? ¿Es posible ser demócrata y tratar de ahogar la voz de la disidencia hacia el discurso único mediante la persecución social y la muerte civil?
La teoría de la ‘mano muerta’
Para finalizar me gustaría hablar de las dos tendencias principales con las que se pretende hacer frente a esta ofensiva populista. Por un lado, tenemos los que practican la ‘mano muerta’ hacen como si no existiese o, como máximo, creen que podrán domesticar a la bestia acercándolos hacia ellos o incluso que podrán sacar provecho de esta situación, sin ver que el problema no es un problema de disensión política, este es un problema sistémico.
Y, una segunda tendencia, que se basa en la confrontación directa centrada en la negación argumental del populismo. El problema es que esta última es caer en la trampa del populismo ya que solo refuerza el escenario de polarización extrema que es lo que necesitan para aumentar la situación anómica de la sociedad. Como ya la historia nos ha demostrado, la polarización, el enfrentamiento y la crisis económicas son el caldo de cultivo para que prosperen los populismos, las tiranías y el despotismos de todo pelaje.