En medio del torbellino de Ábalos, Koldo, Marlaska, Illa y otros artistas invitados bueno será recordar qué significa dimitir en la sanchesfera. Como todo sucede a velocidad de vértigo y el escándalo de hoy tapa al de ayer recordemos que pasó con el primer gobierno de Sánchez. El 25 de mayo de 2018 los socialistas registraron una moción de censura en contra de Mariano Rajoy. El candidato Sánchez la ganó, entre otras cosas, porque el mismo PNV que acababa de aprobarle los presupuestos al líder popular se apuntó a la excursión del Frankenstein. Para que te fíes de los herederos de Sabino Arana. Sánchez juró guardar y hacer guardar la Constitución, es un decir, el 2 de junio y sus ministros el 7. La moción de censura a Rajoy era por el tema de la corrupción. Madre mía. A veces la historia tiene esquinas malignas que suelen desconcertar a los que la estudian. Así pues, tras el bolso de Soraya y las arengas de Sánchez, acabó por gobernar.
A veces la historia tiene esquinas malignas que suelen desconcertar a los que la estudian. Así pues, tras el bolso de Soraya y las arengas de Sánchez, acabó por gobernar
Y hete aquí que el 18 de ese mismo mes dimitió el flamante ministro de cultura y deporte, Máximo Huerta, por un asunto fiscal que hoy no merecería siquiera un breve en cualquier diario. Yo lo lamenté, porque siempre he creído que es un buen escritor y una buena persona. Pero no paró aquí la severidad sanchista, que propició el hasta luego Lucas de la ministra de Sanidad, Consumo y Bienestar, Carmen Montón, por conocerse algunas irregularidades en su Máster de la Universidad Rey Juan Carlos. Todavía quedaban lejos los Masters de Sánchez o los currículums hinchados de algunos ministros. Y si no dimitieron otros como Irene Montero fue, simplemente, porque el pacto con Podemos se lo impedía al Gran Timonel, que tuvo que tragar sapos y culebras e inventase esa marca blanca del sanchismo llamada Sumar. Ahí estoy de acuerdo con los de Iglesias, fíjate que cosa. Pues bien, con los precedentes de Máximo y Montón uno podía creer que se iba a ser intransigente con cualquier ministro que mascase chicle en la fila, no llevase la bata bien abrochada o no presentase un justificante para no acudir a clase de gimnasia, como se llamaba en mi época hacer deporte.
Y si no dimitieron otros como Irene Montero fue, simplemente, porque el pacto con Podemos se lo impedía al Gran Timonel, que tuvo que tragar sapos y culebras e inventase esa marca blanca del sanchismo llamada Sumar
De aquel falso rigor impostado hecho de cartón piedra que impidió, insisto, que alguien del nivel de Huerta ocupase una cartera que tiene tanto peso e importancia para un servidor y tan poco para los políticos en general, hemos llegado al extremo de que Ábalos se niegue a abandonar su escaño. Y que, cosa curiosa, Sánchez no se lo pida más que con indirectas, al más puro estilo Gila, que explicaba de manera hilarante como detuvo a Jack el Destripador con frases tipo “A ver si por aquí andará un asesino”. Pues Su Pedridad, y la Chiqui ministra, y el resto de los Coros y Danzas del Ejército Sociata han hecho lo mismo, siendo pieteusement pareilles con su amado líder. Pero, ¡ah!, Ábalos salió en la Sexta y dijo que no veía la necesidad de entregar su acta de diputado, que no sabía nada, que no había hecho nada y qué pasa en Cádiz. Solo le faltó añadir que ignoraba quien era el tal Koldo y que Sánchez le sonaba de algo, pero poco.
Ábalos sabe que si larga lo que sabe la legislatura, Sánchez y posiblemente el PSOE se van a hacer puñetas
Tamaña desvergüenza no está exenta de una amenaza silente, pero palpable. Al igual que advirtiera Pujol en el parlamento catalán acerca de que había que tener mucho cuidado con sacudir el árbol, Ábalos sabe que si larga lo que sabe la legislatura, Sánchez y posiblemente el PSOE se van a hacer puñetas. E incluso que Sánchez podría marcarse un Bettino Craxi en toda la regla. Es enorme el poder que tiene el ex ministro en sus manos. Y también es enorme el cabreo de quien fue omnipotente secretario de organización del partido y gran muñidor en asuntos peliagudos como el tema de las maletas de Delcy. Con eso tan solo la lía parda si da una rueda de prensa explicando el qué y el cómo. Por cierto, ¿quién acompañaba a Ávalos aquella misteriosa noche? Efectivamente, Koldo. Querido Máximo, aquí hay una novela. O dos. O una saga. ¿La escribimos a cuatro manos?