JORGE DEL PALACIO-El Mundo
El caso de Matteo Salvini es ilustrativo. El político italiano se ha convertido en símbolo del bien o del mal en un estado de opinión en el que los matices parecen prohibidos. Si la izquierda española hoy odia a Salvini, se impone que la derecha lo adore. Y lo hace aunque hasta ayer mismo fuese visto como un sospechoso secesionista. Porque la reciente transformación de la Lega en partido nacional, en sentido italiano, ha hecho que sus amigos y enemigos en España hayan cambiado de bando y con ello de juicio. Mientras, su retórica sigue siendo prácticamente la misma.
Los discursos del fundador de la Lega, Umberto Bossi, se apoyaban en los mismos temas que Salvini explota con éxito. Acusaba a la izquierda de fomentar la inmigración sin control, de amenazar la familia tradicional, de animar la descristianización de Occidente y de apoyar la destrucción de la soberanía de los pueblos acelerando la globalización. Por no mencionar las bravatas de Bossi contra la inmigración ilegal. Ahí están las hemerotecas. Pero, ¡oh sorpresa!, este discurso era perfectamente absorbido por cierta parte de nuestra opinión pública. ¿La razón? La Lega, a fin de cuentas, era un partido independentista que denunciaba el centralismo italiano como proyección histórica del Estado fascista. ¡Roma, ladrona! Ahí están las fotos de Salvini con ikurriñas y esteladas. No son muy antiguas.
En 2013 Salvini demostró instinto político al decir adiós a la Padania para proyectar su territorio de caza a toda Italia, aprovechando con éxito la decadencia de Berlusconi y el momento populista europeo. Pero si su discurso se cataloga como xenófobo y racista hoy, había crédito suficiente para hacerlo desde antiguo. Pues Salvini no surge de la nada, sino que es un producto particular de la cultura de su partido y de la familia del nacionalismo secesionista europeo que renace con el colapso de la URSS. Sin embargo, nos entretenemos con debates bizantinos sobre el retorno del fascismo, sin importar que su matriz cultural e histórica sea distinta. No vaya a ser que una genealogía adecuada nos lleve a concluir que de aquellos polvos vienen estos lodos.