Iñaki Ezkerra-El Correo
El anunciado estreno mundial de ‘Joker: Folie à Deux’, la nueva entrega de Todd Phillips en la que Joaquin Phoenix vuelve a encarnar al psicoanalítico payaso, me trae al recuerdo la inolvidable cara pintarrajeada de Jack Nicholson en el ‘Batman’ que Tim Burton estrenó en 1989. Yo, la verdad, creo que con aquello bastaba. Bastaba con el planteamiento argumental de un tipo que se ganaba el fervor incondicional de la población a base de envenenarla, de inocular sustancias tóxicas en los productos de belleza y de provocar diversas catástrofes que sembraban la ciudad de cadáveres. Los fans de Gotham City que jaleaban al Joker con pancartas eran una lograda alegoría de la estupidez populista que lleva a ciertos seres a ver un líder carismático en un chalado que los conduce al abismo. Eran, sí, la gráfica imagen de esa modernidad líquida de la que habló Zygmunt Bauman y que ha convertido la política en un circo. Y es que el Joker era un ser desfigurado, bien, pero, frente a él, la Justicia también llevaba máscara. La paradoja es esencial: de Bauman a Batman. O, dicho de otro modo: el rostro deformado del mal frente al bien sin rostro.
A lo que uno no le ve sentido es a la versión que hizo Todd Phillips del personaje en 2019 y que halla ahora una continuación en ese musical en que hace pareja con Lady Gaga. No entiendo cuál es el objetivo de la humanización de una caricatura. Es algo así como trabajar a conciencia en la prolongación de un chiste triste. El Joker estaba bien como estaba en la versión de Burton: un villano psicótico aterrizado en un estanque lleno de productos químicos que lo dejaban guapo y convertido en un payaso fisiológico. No lo toques más que así es el Joker. Contarnos su triste infancia me parece improcedente y fuera de lugar, un torpe recurso para exprimir comercialmente al personaje. Es lo que ha hecho Phillips al transformar a Jack Napier en Arthur Fleck, el clon fracasado que interpreta Phoenix y que ahora va a descubrir el amor y la música en el manicomio adonde le lleva esa segunda parte que a uno le recuerda el aforismo del gran Perich: «Dicen que los payasos ríen por fuera mientras lloran por dentro; será por eso por lo que son tan sosos».