«Lo admiraba, porque tiene mérito salir de aquí y llegar a alcalde de Blanes, pero después de lo que ha dicho… No quiero saber nada de él». Así habla Miguel Porto, quien al igual que Miguel Lupiáñez –hoy alcalde del PSC del municipio gerundense de Blanes– nació en Narila, un núcleo de población en la Alpujarra granadina donde ayer por la mañana todavía se sorprendían con las palabras de su paisano, que equiparó a España con el Magreb y a Cataluña con Dinamarca. «Parece mentira que sea de aquí», dicen.
A los nacidos en Narila los habitantes de los pueblos cercanos los designan con un gentilicio desconocido fuera de los estrictos límites de la comarca: churregos, por una curiosa cacofonía del destino, muy parecido al charnegos de matiz despectivo con el que en Cataluña se bautizó a la emigración andaluza.
De Narila cuenta una leyenda que toma su nombre de una hija de Boabdil, escondida en este paraje durante el asedio al último bastión de la dinastía nazarí. Y a Narila, a 90 kilómetros de Granada, se llega por una carretera de curvas continuas que alargan el trayecto a casi dos horas de viaje a través de paisajes de monte y arbolado en el corazón de la Alpujarra, al sur de Granada, camino del ya cercano límite con la provincia de Almería.
Mostrando su fotografía casi todos dicen conocerlo: «Estuvo aquí el año pasado, por las fiestas». De su paso por esas fiestas patronales conserva un buen recuerdo su homólogo de Cádiar –el municipio del que depende administrativamente Narila–, José Javier Martín Cañizares. «Me pareció una persona muy sensata y afable», dice.
Cañizares es del PP. Más joven que Lupiáñez, había oído hablar de él y en el verano de 2016 por fin coincidieron: el alcalde de Vícar, que es del PSOE y alpujarreño, le presentó a su paisano y regidor de Blanes, que es del PSC. Los tres alcaldes, fuera del foco de sus partidos, conversaron en un clima de cordialidad, entendimiento y hasta complicidad. Un encuentro del que Cañizares conserva un grato recuerdo, aunque considera «desafortunadas» las palabras de Lupiáñez de los últimos días. «No sé si se han malinterpretado o quería decir otra cosa o si está seguro de lo que dice, pero habiendo nacido aquí sus afirmaciones me parecen desafortunadas».
En el contexto actual de la política en Cataluña, «con lo que les están contando», lamenta Miguel Porto, «se dicen estas cosas». Este vecino hoy jubilado también se marchó de Narila, «en 1956, antes de que él naciera». Un pueblo donde entonces «todos eran tío, aunque no fuésemos de la familia».
Uno de ellos era el tío Frasquito, el padre de Miguel, como recuerda Antonio López Picón, responsable del museo del pueblo, reunido con las donaciones de las familias. Una colección de aperos de labranza y ajuar doméstico, testimonio de los oficios más frecuentes en otra época, el de zapatero y el de garbancero, en una «economía de subsistencia» donde se aprovechaba cualquier rincón o roal para plantar y recoger «trigo para una familia para todo el año».
«¿Eso ha dicho?», pregunta el único viandante que ha desafiado el sol en la mañana de Narila para pasear al perro. Se trata de Rosendo, que cuando se le muestra la página de EL MUNDO con la imagen de Cañizares se muestra expansivo: «Somos primos». Pero cuando se le pide una valoración de sus opiniones esquiva precisar el parentesco.
Rosendo, como los Lupiáñez, también se fue a Cataluña: «Yo, a Granollers; ellos, a Blanes». Pero no concreta en qué trabajaron: «En lo que hubiera», en un tiempo en que «en Cataluña había trabajo para todos».
Miguel, que se marchó siendo niño, estudió Derecho. «Los he visto en Blanes y en Granollers. Nos juntábamos». Y también «cuando viene en verano, como el año pasado». Pero Miguel no quiere opinar sobre las comparativas nórdicas del alcalde. «Es que yo no entiendo de política. Si lo ha dicho… sus razones tendrá…».