Hermann Tertsch, ABC, 12/10/12
Es imposible que los fanáticos triunfen en su propuesta demencial a Cataluña de desandar el camino hecho por Croacia
EL ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo, estuvo ayer muy bien en el Congreso cuando respondió con firmeza, con la potencia que le da la verdad al verbo, a las incansables insidias separatistas, en este caso las de Joan Tardá. El ministro le explicó paciente que el cuento que los independentistas repiten ahora como un mantra en todos los medios del régimen nacionalista no se hará verdad aunque lo cincelen en piedra milenaria en Sant Jaume. Y le advirtió sobre las consecuencias en el impensable caso de que la independencia se produjera. Estaba a debate la ratificación del acuerdo de adhesión a la Unión Europea de Croacia. Las guerras balcánicas sembraron mucha confusión aquí en España. Y responsables de ello no son sólo los ultras separatistas catalanes o vascos. También los políticos de los dos grandes partidos han ayudado a sembrar confusión y malentendidos con sus paralelismos absurdos y sus miedos disparatados durante la disolución de Yugoslavia y después. Aquello hizo cometer un error tras otro a los gobiernos españoles en los Balcanes. Desmarcándose de la política de la Unión Europea con otros tres o cuatro díscolos marginales. Llegó a niveles disparatados con un ministro Moratinos convertido en defensor de las peores corrientes integristas serbias. Y sigue sin reconocer a Kosovo como estado en ridícula complicidad con las peores fuerzas antieuropeas. PP y PSOE se tragaron ese paralelismo. Tan absurdo. Entre una Yugoslavia artificial y forzosa creada en 1918 sobre la falla cultural y religiosa europea, que sólo pudo mantenerse 70 años en brutal dictadura. Y una España creada por la unión voluntaria de reinos en una nación que desde hace más de medio milenio es protagonista de la historia mundial. La tropa delirante de separatistas catalanes cree que Croacia u otros estados emergentes de la disolución son sus aliados naturales. Para nada. Aquellos países sí saben de historia. Porque la tienen grabada en sangre —y de verdad, no de mentiras poetizadas de 1714—. Y su independencia no surge del capricho de una casta política bien alimentada. Sino de vaivenes trágicos e incontrolados de la historia que pusieron en juego la supervivencia. Ha estado en Madrid la ministra de exteriores de Croacia, Vesna Pusic, una gran señora de la política democrática croata. Tuve con ella una larga charla en su hotel. Hablamos sobre todo del futuro. De Croacia, la UE y el agujero negro a los Balcanes occidentales. Pero también hablamos de la locura catalana. Pusic recordó «que nadie se separó de Yugoslavia. Se disolvió. La desmembración estaba en la constitución de 1974. Pero ante todo, hubo una dictadura militar comunista, de Slobodan Milosevic que destruyó Yugoslavia mediante la guerra». Croacia, Serbia, Eslovenia y los demás son países surgidos de una dictadura federativa comunista que estalló en guerra. De la implosión en sangre de un estado fallido en los arrabales de la historia. Nada que ver con un separatismo egoísta de parte de una nación en un estado democrático dentro de la UE. Cataluña no puede independizarse. Salvo en el caso que todos los catalanes enloquezcan y tiren por la borda su pasado, su seguridad, su bienestar y se declaren dispuestos a violar todas las leyes contra España y Europa. A recurrir a la violencia. A empobrecer y condenar a tres generaciones suyas a la tristeza, el dolor y el embrutecimiento jamás habido en aquella región española. Cataluña está en Europa dentro de España. Croacia llega ahora a Europa tras veinte años de privaciones, decenas de miles de muertos y dolor infinito. Es imposible que los fanáticos triunfen en su propuesta suicida y demencial a Cataluña de desandar el camino hecho por Croacia.
Hermann Tertsch, ABC, 12/10/12