JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 29/06/14
· La reaparición del EIIL y su progresión tiene mucho más que ver con la no intervención en Siria en 2013 que con la intervención en Irak en 2003.
En cuestión de días se han tambaleado las creencias más ampliamente extendidas sobre el estado del terrorismo yihadista. Desde que Osama Bin Laden fuera eliminado en Abbotabad, el 2 de mayo de 2011, el ataque continuado sobre los dirigentes de Al-Qaida en sus enclaves paquistaníes y la capacidad creciente de inteligencia sobre esta organización, han alimentado una impresión inequívocamente optimista sobre la amenaza yihadista. Estos análisis apuntaban razones reales pero incompletas. Por un lado, el debilitamiento de Al-Qaida habría privado al yihadismo de capacidad para atentar en suelo occidental ya que los grupos asociados, salvo tal vez Al-Qaida en la Península Arábiga, representan una amenaza local que no compromete por sí misma la seguridad global. Siguiendo esta línea de argumentación los riesgos más verosímiles serían los que proceden de la acción de individuos radicalizados pero no integrados en redes yihadistas –los ‘lobos solitarios’– y de ataques a intereses occidentales, especialmente estadounidenses y británicos, en países islámicos o con fuerte presencia yihadista.
La afortunada sensación de sentirse razonablemente a resguardo de ataques del terrorismo yihadista no debería hacer olvidar la oleada terrorista que se vive con atentados masivos en Nigeria, Pakistán y Kenia y la lucha que se sigue contra diversos grupos en más de una docena de países.
Un reciente informe de la prestigiosa Rand Corproration concluía que desde 2010 el número de grupos salafistasyihadistas ha aumentado un 58%, sus militantes se han duplicado y los ataques terroristas atribuibles a aquellos se han triplicado.
Pero es la emergencia del Estado Islámico de Irak y del Levante (EIIL) y su progresión en Irak lo que está haciendo cambiar la percepción de la amenaza. La sola posibilidad de que un grupo yihadista pueda deshacer un Estado e imponer de hecho las fronteras de una entidad islámica a partir de la desmembración de Irak y Siria es una hipótesis de pesadilla. La guerra en Siria ha atraído una nueva riada de adeptos dispuestos a encuadrarse en EIIL que cuenta con armas y dinero y, con el apoyo de los Estados suníes que lo consideran un instrumento eficaz en su lucha por la hegemonía regional contra el islam chií liderado por Irán.
Remitir la crisis en Irak a la intervención militar de 2003 que derribó Sadam Hussein es una forma de escapar del problema y de las decisiones que exige. Por muchos que fueran los errores entonces, lo cierto es que en 2009, cuando Obama llegó a la Casa Blanca se encontró con un Irak razonablemente pacificado, que había celebrado elecciones abiertas y que contaba con instituciones en las que estaba representada la diversidad del país. El refuerzo militar de Estados Unidos –el conocido ‘surge’ ideado y ejecutado por el general Petreus– y el esfuerzo político y diplomático para que el proceso de institucionalización no descarrilara por las tensiones sectarias, modificaron sustancialmente, y a mejor, las condiciones sociales y de seguridad en el país.
Tanto es así que a Obama le parecieron suficientemente buenas como para adelantar la retirada de sus tropas. Especialmente destacable fue el reclutamiento de más de 100.000 suníes que encuadrados en el llamado ‘Despertar’ y con el apoyo de los líderes tribales, a partir de 2006 combatieron, derrotaron y expulsaron de Irak a los terroristas del EII, el Estado Islámico de Iraq –todavía no se habían añadido ‘de Levante’–, que tuvieron que refugiarse en Siria donde han revivido al calor de la guerra civil para volver a territorio iraquí con armamento, militantes e importantes apoyos en la región. No se puede saltar de 2003 a 2014, con casi seis años de Administración demócrata en la Casa Blanca, sin intentar esclarecer qué ha ocurrido para que un grupo yihadista derrotado amenace hoy Bagdad y pueda redibujar el mapa de Oriente Medio; qué ha ocurrido para que la integración de los suníes se haya revertido y qué es lo que ha llevado a que la institucionalización integradora del país haya dejado paso a un enfrentamiento sectario abierto y encarnizado.
La reaparición del EIIL y su progresión tiene mucho más que ver con la no intervención en Siria en 2013 que con la intervención en Irak en 2003. Lo que está ocurriendo desde Damasco hasta Bagdad abre un nuevo debate. Durante más de una década, se ha discutido hasta la saciedad sobre el coste de la intervención, sus dilemas morales, su legitimidad jurídica, sus implicaciones humanitarias y su sentido estratégico. Es muy posible que ahora el debate, por las mismas razones, tenga que tratar sobre el coste de no intervenir. No hay aquí soluciones óptimas, ni neutrales. Los que tengan que hacerlo habrán de enfrentarse a su responsabilidad sabiendo que ninguna de las opciones que tomen estará libre de consecuencias. Hay ejemplos de sobra de males que han venido del hacer y del no hacer.
En otros momentos se ha visto en las tendencias intervencionistas el mayor riesgo para la estabilidad de un mundo que con frecuencia confiaba aquella al papel de gendarmes regionales que se encomendaba a dictadores diversos –Asad en Siria y Sadam en Irak entre ellos–. Ahora, en la Siria y el Irak de 2014, el riesgo puede venir más bien de la aversión a actuar en un mundo turbulento en el que la mayoría cree que a lo más que debemos aspirar es a mantener alejados de nosotros los conflictos que esperamos que nunca nos lleguen a afectar.
JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO – 29/06/14