Ramón González Férriz-El Confidencial
- El Ejecutivo de Pedro Sánchez genera escándalos y polémicas. La oposición política y periodística protesta airadamente. Pero nunca parece que eso dañe su supervivencia
Si uno ve las encuestas sobre intención de voto nacional, los resultados de elecciones como las de Madrid o las expectativas generadas en Andalucía, lee las columnas de opinión en medios no necesariamente conservadores y escucha las declaraciones de quienes sostienen a Pedro Sánchez en el Congreso, podría dar por hecho no solo que el Gobierno es un desastre, sino que tiene los días contados. Nadie es capaz de soportar tantos escándalos.
En parte, esta estupefacción es comprensible: el Gobierno ha convertido en un arte la adopción de medidas muy divisivas. Es el caso de la llamada ley trans, de la Ley de Memoria Democrática, de los indultos a los presos del ‘procés’, del establecimiento de una mesa de negociación con la Generalitat y, ahora, de los borradores para la implantación de la nueva ley educativa, que ponen énfasis en cuestiones como “la adquisición de destrezas emocionales dentro del aprendizaje de las matemáticas” o la “identidad de género”. (Lo cual no significa que esas medidas sean malas: en la ley trans o la Ley de la Memoria Democrática hay partes muy defendibles; e incluso quienes nos opusimos a los indultos podemos entender cuál era su finalidad y desear que se consiga, aunque seamos escépticos). Se trata de un empeño activo en alentar la polarización, una política premeditada cuyo fin, sobre todo en cuestiones culturales, es sellar por completo los bloques de la izquierda y de la derecha. Al mismo tiempo, por supuesto, que el PSOE y algunos comentaristas de izquierdas algo solipsistas atribuyen toda la polarización a la derecha.
El mecanismo funciona y refuerza de manera sistemática el Gobierno. La sociedad española ha aceptado los indultos con una sorprendente facilidad, aunque no los apoyara de forma mayoritaria; las cuestiones de moral sexual ya no movilizan a nadie cuando se circunscriben a decisiones entre adultos. Escándalos como el ‘Delcygate’, las ayudas a Plus Ultra o el auge y caída de Iván Redondo son asuntos que, pese a no ser intrascendentes, parecen preocupar mucho más a los periodistas que al resto de los ciudadanos. El PP acusa al Gobierno de ser “la casa de los líos, (…) una jaula de grillos”, pero no es capaz de proponer otra cosa que nuevas comisiones de investigación en el Congreso y un debate sobre el estado de la nación, que aunque llegaran a prosperar no serían más que acontecimientos mediáticos que durarían tres portadas. La derecha sobreactúa constantemente y luego observa perpleja cómo los escándalos pasan con mayor rapidez de lo que había planeado.
La promesa excesiva de los fondos
Por motivos comprensibles, el Gobierno está exagerando la capacidad de los fondos Next Generation para fomentar la reforma de la economía y el sistema productivo español, además de para impulsar el crecimiento de manera puntual. La forma en que se ha centralizado en Moncloa la toma de decisiones debería someterse a un mayor escrutinio, al igual que debería hacerse con la dudosa voluntad del Gobierno de llevar a cabo las reformas de las que depende la recepción de una parte de esos fondos. Sin embargo, la clase empresarial española parece tan entusiasmada con la llegada de dinero casi gratis, y el resto de nosotros tan dispuestos a asumir una retórica modernizadora que no sabemos si se traducirá en cambios reales, que no parece que las acusaciones de la oposición sirvan de nada.
Incluso un acontecimiento de los que tienden a suponer un problema serio para un Gobierno, como el aumento drástico del precio de la energía para los hogares, parece un obstáculo menor: la subida del precio del gas y el coste de los derechos de emisión de CO2 no son culpa del Gobierno, pero anteayer la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, fue más allá y afirmó que, en realidad, la culpa de esta subida era de los gobiernos de José María Aznar y Mariano Rajoy. Si bien ayer hubo en la prensa varias columnas que mostraban perplejidad ante tal autoexención de responsabilidad, tampoco parece que este escándalo vaya a influir en la estabilidad del Gobierno ni en su capacidad de resistencia. Siempre, agónica, inesperada, repentinamente, el Gobierno conseguirá algún apoyo, algún logro, que le permitirá seguir adelante.
La oposición se escandaliza
En ocasiones, la dinámica periodística nos hace olvidar que todos los gobiernos provocan polémicas e intentan taparlas de manera chapucera, mientras son defendidos por sus partidarios y brutalmente atacados por la oposición. Lo más llamativo del Gobierno actual no es que le salga una polémica tras otra, sino su inesperada capacidad de resistencia. Sobre todo, visto lo difícil que le resulta conseguir mayorías en el Congreso, las crisis de distinta naturaleza por las que pasan instituciones clave del Estado como la monarquía o el poder judicial, y su propia adicción a las medidas divisivas y polarizantes.
Pero quizás esto último no sea un ‘a pesar de’ sino un ‘gracias a’. Lo peor de la polarización es que se retroalimenta y permite a los gobiernos, sean del color que sean, no tener que rendir demasiadas cuentas ante la ciudadanía. Esa es una de las claves de la extraña resistencia del Gobierno de Pedro Sánchez. La otra, por supuesto, es que parece tener ante sí una oposición sin muchos más recursos que el de mostrarse escandalizada.