José María Romera, EL CORREO, 4/5/12
Lamentar los errores pasados es algo tan humano como obstinarse en ocultarlos o disfrazarlos de hazañas
Pasa con el tabaco y con el juego, y a otra escala pasa también con el terrorismo. El personaje del que lo está dejando siempre tiene un punto de fascinación que tendemos a mitificar confundiéndolo con la ejemplaridad. Me pregunto qué clase de perturbación intelectual o moral lleva a considerar que un arrepentido de ETA con varios muertos a sus espaldas es un arrepentido de mejor calidad que otro delincuente menor de la banda. Algo de eso parece ocurrir en el caso de la ex etarra Gisasola, punta de lanza de la ‘vía Nanclares’, a quien el Gobierno vasco acaba de invitar a intervenir en las Jornadas de la Memoria y la Convivencia que se celebrarán dentro de unos días en Bilbao. Es bueno convencer a los terroristas encarcelados de que fuera del tratamiento individual de su caso no hay solución. Disipar las esperanzas de los presos en una negociación colectiva sobre bases políticas es, antes que una táctica más o menos acertada, una obligación ineludible. Pero el proceso de vuelta a la normalidad no puede convertirse en una campaña de propaganda donde los criterios de imagen primen sobre la rectitud de las decisiones. Los conceptos de arrepentimiento, perdón, reconciliación y reinserción se han enmarañado tanto que forman una nube donde todo acaba perdiendo su contorno. Uno de los bienintencionados efectos de la confusión consiste en adjudicar a las rectificaciones alguna forma de grandeza o de gallardía. Lamentar los errores pasados es algo tan humano como obstinarse en ocultarlos o como disfrazarlos de hazañas dentro de un mal relato novelesco. Se nos presenta el arrepentimiento como el fruto de un tortuoso camino de reflexión, y tal vez lo sea en algunos casos, pero en otros solo es la consecuencia natural de la fatiga. Eso no significa que el disidente merezca el mismo trato que el empecinado, entre otras cosas porque a todos nos interesa alejar a la gente de la violencia. Pero el derecho a emprender una nueva vida y a disfrutar de beneficios penitenciarios tampoco borra las huellas del pasado, ni siquiera cuando se pretende «visualizar escenarios de convivencia» según ha dicho la consejera Mendia recurriendo a los clichés lingüísticos al uso. Por enternecedor que sea el bíblico empeño de acoger a los criminales en el seno familiar, los crímenes de sangre y la pertenencia a la cúpula de una organización criminal invalidan de por vida para actuar de ponente en un congreso de paz. Mientras por un lado se justifica la invitación a Gisasola en la voluntad de «escuchar todos los testimonios», por otro la misma portavoz del Gobierno vasco ha pedido «dejar las polémicas aparte». Una curiosa manera de entender un congreso, dando entrada en él a los dignos testimonios como el de la ex etarra pero alejándolo de las molestas polémicas, como las de las víctimas contrariadas por la presencia de la exetarra.
José María Romera, EL CORREO, 4/5/12