Miquel Escudero-El Correo

  • En la mal llamada pandemia ‘española’ nos endosaron el muerto y la mala fama

Desde hace unos años, en las finales de la Copa del Rey, algunos espectadores abuchean en grupo el himno nacional, no es lo propio de aficionados respetables. Suele ocurrir cuando los finalistas son el Barça o el Athletic Club. Creo que esos tipos actuarían igual si el himno fuese el de la República, el del militar liberal asturiano Rafael del Riego, muerto hace dos siglos. La letra de este himno es debida a otro militar asturiano, Evaristo Fernández de San Miguel; y la música fue obra del compositor liberal valenciano José Melchor Gomis. El Himno de Riego fue un canto patriótico que ya irrumpió durante la Guerra de la Independencia. Es perfectamente compatible con la Marcha de granaderos.

La historia del himno de España es singular: no tiene letra ni autor reconocido. Presidiendo el Consejo de Ministros, el general Prim convocó un concurso para escoger el himno nacional, quedó desierto y, a pesar de que no participaba, el jurado recomendó la Marcha de granaderos, que Carlos III había declarado marcha de honor. En 1908, Alfonso XIII encargó al músico Bartolomé Pérez Casas que la orquestara. La República la desechó y los franquistas (con la resistencia de los falangistas, que solo querían el ‘Cara al Sol’) la restablecieron medio año después de dar el golpe de Estado; tardaron, en cambio, cuarenta días en restablecer la bandera bicolor.

Pero la pela es la pela. En 1938 Pérez Casas registró la partitura de la pieza que había orquestado treinta años antes. En 1951 dirigió la primera grabación del himno y quedó como autor de la melodía y su armonización. Murió cinco años después y lo dejó en herencia a una sirvienta de él y a un amigo, los descendientes de este gestionaron luego la herencia, hasta 1997, fecha en que firmaron un acuerdo con el Estado español (la nación nunca firma), al que pasaron sus derechos legales a cambio de 130 millones de pesetas más un 5% de los derechos anuales, suculentos emolumentos que expirarán en 2036.

Del himno español pasemos a la mal llamada gripe ‘española’. El primer caso estalló en un campamento militar estadounidense de Kansas. Se produjo en marzo de 1918 (el año en que acabó la Primera Guerra Mundial). El paciente cero de aquella pandemia que ocasionó millones de muertos se llamaba Albert Gitchell, era un ayudante de cocina que murió a los pocos días de que se le manifestasen los primeros síntomas. Aquel virus de la influenza saltó de allí a Europa y mató a mansalva. Se ocultó su origen. España, neutral, fue el primer país que alertó de la pandemia gripal. Y nuestros ‘amigos’ nos endosaron el muerto y la mala fama.