JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 26/05/2013
· Al Parlamento catalán le toca ahora, según el bonito plan de CiU, aprobar una Ley de Consultas, con intenciones bien conocidas que no se molestan en disimular. Por dos razones. Primera, porque se trata justamente de lo contrario: simular. Segunda, porque gozan escarneciendo al PSC: no sólo seréis los tontos útiles del nacionalismo, vienen a decir, sino que además quedaréis en evidencia. Si Pere Navarro juega a ese juego es porque se ha instalado en el socialismo catalán la convicción de que coincidir en algo con el PP es lo peor que podría sucederles. Peor que desaparecer por el desagüe, por lo visto. Ejemplo: a quienes lo fueron todo en el Ayuntamiento de Barcelona les vaticina la demoscopia seis concejales de cuarenta y uno.
Habrá quien crea, pues de todo hay, que el PSC se ha olvidado ya de su reciente descubrimiento (que los independentistas catalanes eran independentistas catalanes) por pura ingenuidad, porque son buenísimos, y de resultas de ello ignoran que la Ley de Consultas que le han calzado es otro trámite del «proceso». Pero ésta es su lógica: contrarios al parto de un nuevo Estado (españolísimos ellos), desean los socialistas «cargarse de razón» preguntándonos cuanto antes a los catalanes si nos queremos marchar.
Lo raro, convendrán conmigo, es la premura. Habiendo tantas cosas por hacer en el plano económico y en el plano de la regeneración, los de Navarro consideran prioritario, al punto de estropear todo su discurso, el ejercicio del «derecho a decidir», para regocijo de la Esquerra y CiU, y con la consiguiente legitimación objetiva del delirante proyecto de levantar fronteras, montarse un Banco Central y, llegado el caso, poner la defensa de Cataluña en manos de Francia, como contempla el señor Oriol Junqueras. Aunque Artur Mas haya perdido el sentido común y el del ridículo, no le sucede lo mismo a una parte sustancial de la débil sociedad civil, que calla, sí, pero alarmada. Por mucho que lo intente desde el Palacio de la Generalitat, el independentismo sigue sin ocupar la famosa centralidad catalana. Además, su diario de referencia ha dejado de mostrar entusiasmo. Lo que en este momento desean quienes ocupan la verdadera centralidad de Cataluña es reconducir todo el lío hacia el que fue objetivo central de la legislatura anterior: el pacto fiscal.
Con la nueva ley podrán someterse a votación asuntos ajenos a la competencia de la Generalitat. Pero no pasa nada, arguyen, porque el resultado de las consultas (de la consulta, en realidad) carecerá de fuerza vinculante. Cuando tal afirman sugieren lo contrario. Yo casi los veo guiñando el ojo — por sí hubiera un socialista cerca y se traumatizara—, juntando las puntas del índice y el pulgar e imprimiendo rápidos giros a la muñeca, levantando las cejas y hasta moviendo las orejas. Espasmos que significan: la fuerza del resultado de la consulta será moral. Y total. Están convencidos de ganar su referéndum, demostrando que su conexión con la realidad es mejorable.
El cándido Navarro y sus angelicales adláteres se llevarían un disgusto si llegaran a entender que, con su apoyo parlamentario, dan alas a semejante operación trucada. Hablen bajito, no les despierten. Comprendo que es fácil perderse en el enredo de los soberanistas, por mucha hojarruta que faciliten los liantes. Laberíntica, retorcida, la excursión mental separatista tiene de Kafka el título de El proceso. También está La metamorfosis: la de un señor gris, tirando a apolítico, que despertó una mañana convertido en Simón Bolívar, pero sin épica ni uniforme. Sé que le gustan las analogías; propongo otra: un vendedor enloquecido, como Robert De Niro en «Fanático».
JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 26/05/2013