TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL / Eurodiputada, ABC – 26/02/15
· No solo asesinó a veinticinco personas, sino que desde la cárcel celebraba los crímenes: “Me encanta ver sus caras desencajadas en los funerales. Su llanto es mi risa y acabaré a carcajada limpia”. El funeral era el de mi hermano, y el llanto, el de mi madre…
Todos los terroristas se caracterizan por su crueldad, de lo contrario no podrían dedicarse a ese sanguinario oficio de matar a inocentes por la espalda o con bombas a distancia, como hacían los de la ETA. No importaba si mientras dejaban caer el coche cargado de explosivos escuchaban las voces de chiquillos que jugaban en el patio de la casa-cuartel o mientras apuntaban a la nuca oían las risas de una joven pareja que, ajena a su horrible suerte, se apresuraba hacia casa para ver a sus hijos despiertos. Poco les importaba el daño que provocaban, o, mejor dicho, sí les importaba, y mucho: su fin era irradiar el mayor dolor posible, como el calor pero al contrario, dejando a la sociedad española helada de sufrimiento. Esa fue la estrategia llamada «socialización del sufrimiento», es decir, dar un paso más, no solo guardias civiles, policías y cargos electos, sino cualquier ciudadano podría convertirse en su víctima. Ataúdes marrones o blancos, cuantos más mejor. Sembrar el terror, ese fue el fin de ETA y lo es de cualquier terrorismo, sin importar la causa en la que se escuden.
Dentro de esa maldad, incomprensible para una mente normal, existen algunos ejemplos de terroristas que consiguen con sus actos, con su mirada o sus palabras, recoger la ira no solo de sus víctimas, sino de tantos ciudadanos que los recuerdan como monstruos. Uno de ellos es De Juana Chaos, que no solo asesinó a veinticinco personas, sino que desde la cárcel se dedicó a celebrar los crímenes que llevaban a cabo sus compañeros etarras como mejor le parecía, ya fuera pidiendo champán y langostinos para brindar por el éxito de un atentado, o escribiendo cartas, como en aquella ocasión en la que se jactaba desde la cárcel de que ese era un gran día y felicitaba a los ejecutores del doble crimen de Sevilla, por la precisión de su acción. Decía en su misiva cosas tan descriptivas como esta: «Me encanta ver sus caras desencajadas en los funerales. Su llanto es mi risa y acabaré a carcajada limpia».
Tristemente, el funeral era el de mi hermano y su mujer, y supongo que el llanto era el de mi madre y el de todos los que los queríamos. Se pueden perdonar muchas cosas, pero que me expliquen cómo se puede perdonar a alguien así. Recuerdo que una vez leí que un compañero de filas etarras había dicho «jamás perdonaré a De Juana por la carta que escribió tras el asesinato del matrimonio sevillano». Que la crueldad no tiene limites es algo que los terroristas debían saber mejor que nadie, ya que la llevan dentro; pero se ve que de vez en cuando se desborda el vaso. En el vaso de De Juana no cabía más odio para poder escribir esa carta, de la que solo he citado dos frases por no parecer exagerada. Perdonen que sea tan gráfica cuando hablo de ETA, pero es que hay que serlo, que el tiempo pasa y solo los hechos verdaderos pueden desnudar la mentira de terroristas, cómplices y oportunistas políticos. No podemos permitirnos el lujo del olvido.
Hoy nos encontramos con un terrorista, De Juana Chaos, que ayer escribía entre rejas y hoy vende licores en un chambao, escondido en un país que no se distingue por defender los derechos humanos ni la democracia. Y lo que lo que de verdad nos importa de este individuo es que tiene cuentas pendientes con la Justicia. He de reconocer que no confío en quienes mandan en Venezuela y tienen en su mano devolvernos a ese «angelito» al que hemos de juzgar hoy por apología del terrorismo. Que le caiga lo que la ley disponga, pero ese… (mejor me callo) no tiene que tener ni medio día de libertad que no merezca. Ya le hemos regalado muchos meses para que pueda disfrutarlos al sol, cuando merecería haber cumplido esa recién aprobada condena permanente revisable, a la sombra. Pero cuando De Juana asesinaba no existía esa condena máxima, que se puede revisar para ver si el condenado merece la libertad.
Me habría gustado estar presente cuando se le hubiera revisado la condena a De Juana, se evaluaran las pruebas y aparecieran esas cartas en las que aplaudía el éxito de cada atentado y, desde la cárcel, animaba a cometer más, mientras brindaba. Cuando pienso en esta condena –que no es cadena perpetua, ya que se revisa y que existe en la mayoría de los países europeos– me vienen a la mente estos etarras que matan, que festejan sus crímenes, que no se arrepienten y que al final se comportan como víctimas. Me parece que tendrían pocas papeletas para salir de la cárcel. Bueno, de momento hemos de lograr que vuelva. Por la boca muere el pez, y esta vez, si Venezuela lo extradita como debe ser, por hablar demasiado y hacerlo en favor de ETA, volverá De Juana a la cárcel. Y ese día yo no me reiré a carcajadas, ni siquiera sonreiré. Nada. Porque yo no soy como él. Espero solo que se haga Justicia, eso siempre.
TERESA JIMÉNEZ-BECERRIL / Eurodiputada, ABC – 26/02/15