Miquel Giménez-Vozpópuli

Doña Leonor de Borbón juraba ayer en un acto menos solemne de lo que hubiera debido ser y con la ausencia de su augusto abuelo Don Juan Carlos – qué canallada, señores, qué canallada – la Constitución Española. La cadena que históricamente representa la Corona añadía un eslabón más como señal de fortaleza, futuro y esperanza. Fue, sin la menor duda, un juramento sincero hecho desde la grave responsabilidad de quien, a pesar de su juventud, es perfectamente consciente del peso que a partir de ahora recae sobre sus hombros. Decía Don Juan de Borbón, qepd, que cuando él decía cualquier cosa, fuera la más importante o la más trivial, no hablaba Juan, sino el Rey. Lo mismo sostenía y sostiene Don Juan Carlos. Ahí radica el profundo calado de lo que ayer juró la Princesa de Asturias. Ya no es dueña de sus palabras dichas en público, ni de sus actos, ni de sus amistades, ni de sus gustos. Porque ella estará destinada más pronto o más tarde a ser el fielato de España y de los españoles; neutral, que no indiferente; mediadora, que no carente de opinión; apaciguadora, que no cobarde. No gobernará, pero reinará, cosa mucho más difícil puesto que deberá defender lo legal frente a lo ilegal sin escaños, sin partidos, sin bandería alguna que no sea la de España. Estará el resto de su vida bajo el escrutinio de propios y extraños y deberá aprender a saber apartar a los aprendices de cortesanos, que son mucho y peligrosos, de aquellos que quienes servir a la Corona con lealtad y sin afán de medro alguno.

Ahí radica el profundo calado de lo que ayer juró la Princesa de Asturias. Ya no es dueña de sus palabras dichas en público, ni de sus actos, ni de sus amistades, ni de sus gustos

Doña Leonor ha jurado y ese momento en el que el padre y la hija han cruzado las miradas tiene un significado histórico relevante, y eso que venimos de una historia en la que Corona y situaciones difíciles han sido casi sinónimos. De entrada, la España actual está gobernada por aquellos que pretenden destruirla, destrozar la convivencia, la paz social, nuestra historia y, no menos importante, la Corona a la que se debe la Princesa de Asturias. Que toda esa grey de comunistas, separatistas y bilduetarras hayan pretendido hacerle el feo a la institución monárquica no asistiendo honra más a Don Felipe y a Doña Leonor que otra cosa. Porque lo de hoy iba de jurar, y hacerlo en vano o mintiendo a sabiendas es perjurio, deshonor, cobardía y odio. Es de canallas, de vil gallofa, de garduña podrida, de roba gallinas. Los perjuros, esos que se niegan a aceptar la Carta Magna prometiendo su cargo por cosas peregrinas como el ecologismo global globalizador y mundial, el feminismo apriorístico ambisexual, ambidiestro y Ambipur, la silvicultura silbada o la cría continental de la trucha asalmonada, cuando no por imperativo legal – como si todo en un estado de derecho no lo fuese – son perjuros porque ni creen en la ley ni aceptan cumplirla. Eso sí, bien que se meten en la saca sueldos, prebendas y demás gabelas. España, el honor y la Constitución les importan un higo, pero los beneficios que obtienen por ser diputados o senadores del reino de España bien que los aprovechan.

Que toda esa grey de comunistas, separatistas y bilduetarras hayan pretendido hacerle el feo a la institución monárquica no asistiendo honra más a Don Felipe y a Doña Leonor que otra cosa.

Entre quienes aceptan la importancia de un juramento que compromete de por vida y los que son capaces de cometer perjurio y vanagloriarse de ello estaremos siempre con los primeros. Por eso hay que defender a Doña Leonor, Princesa de Asturias y heredera al Trono pero, sobre todo, una joven de dieciocho años capaz de aceptar el inmenso reto que se ha depositado en sus jóvenes, que no frágiles, manos. Quede para el perjuro, que alguno de categoría estaba en la ceremonia, el menosprecio. Cuando sea el momento, caiga sobre el perjuro embustero capitán de la banda el severo peso de la ley y la historia, y caiga también sobre sus indignos compadres. Todos ellos puestos uno encima del otro no llegan al calcañal de la futura reina de España. Que Dios así lo quiera y, ya que estamos, que servidor pueda verlo. A vuestras órdenes, Alteza.