Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Entre otras cosas, sanchismo es ceguera voluntaria, es una omisión culpable. Y se traduce en mantener la indiferencia ante la acelerada destrucción material (no formal) de la democracia española

Sin entrar en tecnicismos, admitirá el más ciego sanchista esto: si el constituyente hubiera querido que el TC funcionara como tribunal supremo (por encima del que lleva este nombre), no lo habría colocado fuera del Poder Judicial ni le habría dedicado un título propio en la Constitución. Con el aval de la mejor doctrina jurídica europea, el sentido de un órgano semejante es garantizar la preeminencia de la Constitución, salvaguardarla, interpretarla para la posteridad, impedir los abusos del poder sobre derechos y libertades. Podríamos resumirlo así: asegurarse de la que Constitución sigue siendo cúspide del ordenamiento jurídico, y de que lo seguirá siendo por mucho que cualquier poder intente saltársela, ignorarla o tergiversarla.

Muy rápido he dicho que lo anterior, sabido por cualquier estudiante de Derecho, lo debería admitir el más ciego sanchista. Ese ser resultaría monstruoso sobre redundante. Entre otras cosas, sanchismo es ceguera voluntaria, es una omisión culpable. Y se traduce en mantener la indiferencia ante la acelerada destrucción material (no formal) de la democracia española. Ceguera voluntaria, luego insensata siesta, mientras avanza un plan totalista: el control efectivo de los tres poderes, de todos los órganos constitucionales, de todas las empresas públicas, de las más apetecibles empresas privadas, de la manguera que hidrata caprichosamente a los medios vía subvenciones, vía publicidad institucional, vía publicidad de las grandes compañías privadas ocupadas, o vía publicidad de las grandes compañías privadas serviles.

Más los fondos de ayuda al desarrollo que, al modo estadounidense, esconden el cultivo de una red clientelar a escala mundial. Con protagonismo, por supuesto, de las oenegés afines. No importa si el trabajo de tales chiringos es ridículo e inútil, que quizá sería el mejor de los casos. Porque la otra opción es (además de dar empleo a activistas sin oficio ni beneficio y a graduados en materias improbables con la coletilla «de género» o «climático» en el nombre) que la utilidad del trabajo sea la deliberada e ideologizada violación de la ley. Promover la inmigración ilegal masiva, pongamos por caso, y financiarlo con nuestros impuestos. O asesorar a okupas. O presentar a todos los varones como violadores potenciales mientras a los violadores de verdad se les libera de prisión o se les rebaja la pena.

Ser sanchista exige hacerse ciego voluntario ante la realidad, o bien ser enemigo de España. En tal caso se gozará viendo cómo la Nación es cada vez menos libre, menos próspera, menos cohesionada, menos democrática, más desigual, más insignificante en el mundo. Pero este plan sería irrealizable si el TC hiciera lo que le indican la Constitución y las leyes. Pues, en tal caso, lo virtuoso se impondría. Es decir, prevalecería la independencia del Poder Judicial, el sometimiento de los poderes públicos a las leyes y resoluciones judiciales, la interdicción de la arbitrariedad, la imposibilidad de que le coloquen al Supremo una instancia por encima, negando su condición, para deshacer el trabajo de los jueces y tribunales cuando no está alineado con el autócrata y su banda.