Ignacio Camacho-ABC
- Todos los apoyos que Casado ha recogido se esfumarán si los avatares políticos debilitan su condición de favorito
Las convenciones de los partidos son operaciones de relanzamiento ideológico o programático que a menudo sirven también para reforzar los apoyos externos e internos del candidato. La del PP, en formato nómada para estrechar lazos con las baronías territoriales, tenía sobre todo el propósito de asentar el liderazgo de Pablo Casado cuando las encuestas lo sitúan como beneficiario de un impulso electoral de cambio. Durante una semana se ha hecho arropar por expresidentes del Gobierno, ha recibido parabienes de dirigentes extranjeros, los jefes territoriales -Ayuso incluida- han escenificado o fingido el fin de sus desencuentros y ha hecho el paseíllo en una plaza de toros repleta de diez mil adeptos. Ha escuchado consejos, formulado algunas propuestas, esbozado un proyecto y obtenido amplio protagonismo en los medios. Como campaña de imagen puede considerarla un éxito: ha expandido el aura de presidenciable que le dibujan los sondeos.
Pero ahora, concluidos los abrazos, disipado el eco de los ditirambos y terminada la exhibición de músculo político, le quedan dos años para avanzar hacia su objetivo. Y los tiene que recorrer solo porque todos los apoyos recogidos se esfumarán si los avatares de la legislatura debilitan su actual condición de favorito. Lleva suficiente tiempo en el oficio para saber que en el fondo no depende más que de sí mismo. Que al primer tropiezo volverán las dudas, la desconfianza, las críticas de falta de convicciones profundas, quizá hasta los bisbiseos que preludian ambientes de conjura. A diferencia de sus compañeros que gobiernan en autonomías, carece de poder con el que repartir prebendas y cohesionar filas. La adhesión que pueda conseguir se basa en el mantenimiento de las expectativas y para eso necesita generar sensación de empuje, de seguridad, de energía. Sus posibilidades de convertirse en alternativa pasan por algo más que la eficacia para enderezar la economía. Muchos de sus potenciales votantes esperan de él una demostración comprometida de voluntad para revocar las construcciones sectarias de la ingeniería sanchista.
Ese hartazgo de la prepotencia ‘progresista’ va a ser determinante en la decisión de voto de una derecha que reclama mayor firmeza en la defensa de su modelo social y su cuerpo de ideas. Casado la incluyó ayer en las prioridades estratégicas de su largo discurso de Valencia. La tarea que le queda es la de lograr que los suyos lo crean sin añorar a Ayuso ni buscar en otra parte el refugio de su desencanto. Por el lado contrario cuenta ya con el electorado huérfano de Ciudadanos; el resto de la mayoría que busca está en el espacio que el marianismo sembró de desánimo. No tanto en eso que llaman guerra cultural, tantas veces confundida con simple populismo bizarro, como en el territorio de los principios claros que debe abanderar el liberalismo sin renunciar a su espíritu moderado.