De la corrupción y otros efectos

IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/09/16

Ignacio Camacho
Ignacio Camacho

· Hay una suerte de corrupción moral en la costumbre política de minimizar las conductas venales en el bando propio.

La clave es el lucro político. Cuando Susana Díaz defiende la «honradez» de Manuel Chaves y José Griñán sobre la base de que no se han llevado dinero de los EREs está justificando de forma indirecta el mecanismo del fraude. Ambos políticos están, en efecto, a salvo de cualquier sospecha de enriquecimiento personal.

Pero la dura acusación que pesa sobre ellos consiste en haber consentido o auspiciado el sistema irregular que permitió por un lado el provecho ilegítimo de numerosos altos cargos, comisionistas e intermediarios –los de los billetes para asar vacas–, y por el otro benefició al Gobierno socialista andaluz con la prima clientelar de un reparto arbitrario de caudales públicos. Eso ocurrió de forma continuada en el tiempo y patente en los procedimientos, y constituye un prolijo grupo de delitos de corrupción que como poco sucedió bajo el mando, y tal vez la aquiescencia, de los dos ex presidentes.

La corrupción no consiste sólo en enriquecerse de forma ilícita. Eso lo hacían los desaprensivos alcahuetes de la trama de los fondos de empleo, los desahogados amasafortunas de la Gürtel, los «yonkies del dinero» valencianos o el Granados de las cuentas suizas. No existe por ahora ningún indicio de que Rita Barberá se haya apropiado de un euro y sin embargo la izquierda la ha convertido en epítome de venalidad con enorme alharaca propagandística.

Y tendrá que dar cuentas de un posible blanqueo, manifiesto en el caso de los subordinados a quienes, como Chaves y Griñán, eligió y no quiso o no supo controlar. La corrupción tiene muchas más modalidades penales que el soborno o el cohecho, y los EREs demuestran que también existe un cierto cohecho político basado en el clientelismo y el tráfico de favores.

Incluso se puede considerar una suerte de corrupción moral la generalizada costumbre política de minimizar las conductas venales de los compañeros de partido. Esa tolerancia sectaria, acompañada de una sobreexigencia de responsabilidad al adversario, ha demolido el crédito de nuestro sistema representativo. El encubrimiento, la ausencia de autocrítica, la maldita idea de que sólo se corrompen los otros, la confianza en que la inmoralidad ajena equilibra el efecto electoral de la propia, sólo han logrado degradar la confianza y extender la sospecha en un clima paroxístico, irrespirable, de reproches mutuos. Todavía está por ver en España un partido que se adelante a denunciar a sus propios corruptos.

Lo que nuestra dirigencia no es capaz de comprender es que un escándalo no tapa otro escándalo: sólo suman dos escándalos. Que la regeneración exige un ajuste de cuentas trasparente, profundo y limpio, con arrepentimiento y disculpas, sin casuística ideológica ni cierres banderizos de filas. Y que los primeros perjudicados por la corrupción son quienes se empeñan en darle cobertura o excusa por un cerrado espíritu corporativo.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 17/09/16