De la ficción con personas reales

ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 24/01/16

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: El Derecho muestra una vacilación interesante respecto al llamado agente provocador, es decir, aquel cuyo concurso resulta imprescindible en la generación de un hecho. El arquetipo es el policía que simula ser consumidor de droga y construye una escena comercial para poder detener a sus interlocutores. El resultado más probable será la sanción penal de los traficantes, porque el simulacro ha tenido como objeto exhibir algo oculto, pero preexistente.

Distinto es cuando la acción funda el delito, por así decirlo: cuando se tiene constancia de que una determinada conducta solo surge del contacto entre provocado y provocador. Cuando un policía, por ejemplo, se hace pasar por padre de un alumno y ofrece dinero al director de un colegio de élite para que altere a favor de su hijo el resultado de las selectivas pruebas de admisión. Entre descubrir o construir una conducta hay una grieta moral donde el Derecho establece la existencia o no de delito.

La otra mañana un agente provocador llamó por teléfono al presidente del Gobierno. Se trataba de un más o menos humorista, a sueldo de una emisora catalana de radio, que había adoptado la personalidad del presidente de la Generalidad. El agente pasó el filtro, escasamente profesional, de la secretaría y mantuvo con Rajoy esta conversación que te transcribo, pero que deberías oír para poder apreciar sus imprescindibles matices (http://www.elmundo.es/espana/2016/01/21/56a0a36e22601dc4518b45b1.html):

Imitador: Hola presidente, buenos días.

Rajoy: President, buenos días, ¿cómo va la vida?

Imitador: Encantado de hablar con usted.

Rajoy: Igualmente. Nos conocimos allí inaugurando el AVE en Girona, ¿eh?, cuando era usted alcalde.

Imitador: Sí, sí… Ya tocaba un poco que habláramos usted y yo ¿verdad?

Rajoy: Pues, sí, sí, sí… muy bien.

Imitador: Bueno. Tendremos que buscar un día si usted le parece bien, para qué… bueno, ahora que hay un nuevo interlocutor en todo el asunto, ¿verdad?, pues para empezar con buen pie.

Rajoy: Muy bien, muy bien.

Imitador: Este tema… Bueno, pues para hablar con usted un poco. Ya sabemos qué nos vamos a decir, pero por hacerlo oficialmente.

Rajoy: No…, por hacerlo. Bien. Yo le propongo una cosa. Como ahora, como esta semana está el Rey con las consultas, según como quede este asunto, porque claro yo no sé cómo va a quedar este asunto, pero yo creo que el lunes le puedo llamar y el lunes 25 y según como estemos, si hay investidura, si no la hay…, pues ya fijamos una fecha. Yo tengo la agenda muy libre, con lo cual la podríamos fijar para 24 o 48 horas…

Al llegar a este momento de la conversación el imitador desveló el engaño.

La conversación ha tenido un notable eco en los periódicos. Dejando al margen las críticas a la ¡transparencia y accesibilidad! de la presidencia del Gobierno, se le reprocha a Rajoy que tratara con afabilidad política y personal al que creía que era el presidente Puigdemont. La prensa socialdemócrata, febril y sostenida partidaria del diálogo aun entre sordos, ironizó con la agenda presidencial, vacía de citas. Las críticas pueden tener más o menos sentido. Pero antes de analizarlo es interesante subrayar un hecho pasmoso: todas las críticas proceden como si Rajoy hubiera conversado de verdad con Puigdemont. Como si, en cierto modo, se hubiera producido la escucha telefónica de una conversación real entre los dos presidentes.

Lo que se produce, obviamente, es una conversación entre un Puigdemont inventado y un Rajoy real. Pero las respuestas de Rajoy, su disposición política, se analizan a partir del Puigdemont real y no del Puigdemont inventado. Entre estos dos últimos hay grandes diferencias. La primera, nuclear: el Puigdemont real no llama a Rajoy, porque lo desprecia y espera la investidura de un nuevo presidente. Entre el Puigdemont real y el Rajoy real hay un hosco vacío –ni siquiera han tenido una conversación protocolaria después de la toma de posesión– que el primero tiene intención de mantener. En este contexto se produce el engaño. El Puigdemont es inventado. ¿Pero quién es el Rajoy que le atiende? Alguien muy real. Alguien que aprecia en la existencia de la propia llamada un cierto deshielo. Y que se deshace, literalmente, pues, sí, sí, sí… muy bien, cuando le dicen ya tocaba que habláramos. Que casi se sube a la silla de gozo, muy bien, muy bien, cuando el otro le habla de buen pie y que apenas puede disimular una ligera decepción cuando le advierte que ya sabe «lo que nos vamos a decir». ¿Es este un Rajoy al que alguien pueda acusar de doble lenguaje? De ninguna manera. El hombre que responde al imitador es Rajoy en estado puro. Afable y, en cierto modo, complacido consigo mismo, porque durante unos segundos aprecia que su estrategia ha empezado a funcionar y que el presidente de la Generalidad le llama pidiendo diálogo.

Así pues, el agente provocador no ha descubierto ningún crimen. Es más, ni siquiera lo ha provocado. Lo que no quiere decir que su infecta broma no tenga consecuencias. Las ficciones con personas reales son el escalón más abyecto del subgénero, y este tiene una gran audiencia en Cataluña, donde en realidad, y desde hace años, no hay otro género en la política y en la vida. El engaño ridiculiza al presidente, solo por haberse producido. Y aún podría haberlo hecho más si el imitador hubiese proseguido con su broma. No es, contra lo que dijo con apreciable cara dura, que le sobrara código ético, sino que le faltó valor. Aún así, imitador y director no perdieron la oportunidad de hacerse los niergas, hablen, ustedes que pueden.

El imitador llamó dos veces a la presidencia del Gobierno. A la primera la secretaria le contestó: «Lo tengo en una reunión», con esa familiaridad con el objeto tan característica del lenguaje de oficina. Es probable que se tomara esos minutos para preguntarle al presidente si quería ponerse al teléfono.

No es difícil saber lo que habría hecho otro tipo de líder y de temperamento político con esa llamada. Pasarla al jefe de gabinete. Al conserje. O incluso al jardinero. Pero convertir a nuestro Rajoy en aquel Pierre Trudeau habría necesitado del agente provocador que usó el poeta Gimferrer para plantar cara a este tiempo de caragirats, «en que nadie osa ni quiere poder decirlo todo».

Y tú, sigue ciega tu camino.