- Sánchez ha conseguido sobrevivir todo este tiempo, no por la eficacia de su gobierno o su ejemplaridad pública, sino por su destreza a la hora de crear coaliciones negativas
Hoy se cumplen seis años de la llegada de Pedro Sánchez al poder y ya es casualidad que el aniversario haya venido a coincidir en el tiempo con la aprobación de la ley de la amnistía y con la peligrosa deriva que están tomando los escándalos que afectan al presidente. Será cosa de meigas o acaso que Leire Pajín ha traído de vuelta a la política española sus famosas conjunciones planetarias, pero todo lo que ocurre estos días nos permite entender lo que hace seis años no alcanzamos a ver; tal vez porque entonces aún no habíamos llegado a calibrar la auténtica catadura moral de quien hoy preside el gobierno.
Ahora todos podemos reconocer en aquella maniobra la primera piedra del muro de Sánchez y un aviso de su peligrosa habilidad a la hora de construir enemigos. Ha conseguido sobrevivir todo este tiempo, no por la eficacia de su gobierno o su ejemplaridad pública, sino por su destreza a la hora de crear coaliciones negativas: contra la corrupción del PP, contra la amenaza de la extrema derecha, contra los ricachones del Ibex 35, contra la fachosfera, contra Milei o contra el genocidio palestino. Cualquier excusa le vale para sortear sus responsabilidades y lograr que se olviden sus mentiras.
La primera gran patraña fue la supuesta lucha contra la corrupción. Era tan falsa aquella promesa de regeneración que el portavoz socialista en el debate de la censura –pásmense al recordarlo– fue José Luis Ábalos, protector de Koldo y chevalier servant de Delcy Rodríguez en la ajetreada noche de Barajas. Seis años después, la regeneración la encarna Begoña Gómez y lo milagroso de su progresión profesional desde que puso el pie en Moncloa.
Sin embargo, el principal riesgo que no llegamos a detectar hace seis años, no estaba en lo ficticio de las excusas para la moción sino en lo sólido de sus apoyos. La alianza que entonces se fraguó entre Sánchez y los golpistas catalanes fue cualquier cosa menos circunstancial. Es un acuerdo de fondo que se ha mantenido inquebrantable y fructífero durante todo este tiempo: primero cayó el gobierno que aplicó el 155, luego fueron purgados los funcionarios que lideraron las actuaciones de defensa del Estado, después vinieron los indultos, la reforma de código penal, esta semana la amnistía y en el futuro inmediato vendrá la autodeterminación, pero todo arrancó de aquella moción.
Durante estos años se han destacado multitud de anécdotas de aquellos días; algunas ciertas, la mayoría falsas y todas irrelevantes frente a la realidad de fondo que solo hoy podemos ver en toda su inquietante naturaleza: aquella fue la primera de las batallas ganadas por el golpismo al estado de derecho y al régimen del 78. En 2017 lo hicieron desde fuera y fracasaron, pero partir de 2018, y gracias a Sánchez, lo han hecho desde el corazón del sistema. Por eso no dejan de apuntarse victorias. Bien es verdad que ello solo ha sido posible por dos razones: por la defunción del PSOE como partido de estado y porque un sector de la derecha que siempre prefiere mirar al dedo e ignorar la luna.