KEPA AULESTIA-El Correo
La moción se muestra especialmente endeble cuando Sánchez no quiere negociar los apoyos
La sentencia de la Audiencia Nacional sobre una de las causas matrices de la ‘trama Gürtel’ afloró ayer la fragmentación partidaria que caracteriza la política española, que se muestra perdida en un laberinto del que es incapaz de salir porque no hay acuerdos suficientes entre los partidos, y porque todos ellos parecen disputarse mutuamente la interminable prórroga de un encuentro que les lleva a solicitar nuevas revanchas. En medio de ese marasmo compartido, y de la mezcla de exasperación e inanidad que la impasibilidad de Rajoy a cuenta de la corrupción suscita entre sus adversarios, la moción de censura presentada ayer por Pedro Sánchez surge como una iniciativa difícil de descifrar en cuanto a sus intenciones y de calibrar en cuanto a sus consecuencias.
Atendiendo a las palabras del propio Sánchez, cabría suponer que el secretario general socialista sintió la necesidad de hacer algo precisamente para liberarse de la sensación de impotencia que el estilo Rajoy induce en la oposición; incluso en el emergente Ciudadanos. En otras palabras, que Sánchez vio la necesidad de atender a los requerimientos de acción de las bases socialistas; de superar su propia impasibilidad de dirigente ausente para adquirir un tono más alternativo. La incógnita inmediata es hasta qué punto la expectativa de conversaciones para fraguar una mayoría parlamentaria en torno a su figura como presidente sustituto de Rajoy despertará el entusiasmo perdido entre los asiduos a votar PSOE; y en qué medida el embrollo que supondrá el procedimiento abierto hacia un desenlace tan inseguro –incluidas las contradicciones que entraña solicitar el voto del independentismo catalán cuando todavía no se conoce ni qué será del 155, ni qué de la gestión de Torra– puede provocar el efecto contrario al pretendido, alentando más el escepticismo que la ilusión socialista.
Todo parece indicar que Sánchez vio el jueves una ventana de oportunidad en la sentencia del ‘caso Gürtel’, y en pocas horas resolvió explotarla. Es de suponer que formaba parte de las posibilidades que barajaba para romper el ritmo de un partido que Rajoy tiende a adormecer incluso cuando peor le van las cosas. La hipótesis de una sentencia judicial demoledora como palanca para darle la vuelta a la situación del propio socialismo. Pero resulta discutible que los movimientos tácticos puedan hacer las veces de la estrategia, cuando ésta es exclusiva del poder; en este caso del poder que hoy sábado continúa manejando Rajoy desde su minoría, esperando que también esta vez los demás le hagan el favor de demostrar que ‘mejor malo conocido’.
Una moción de censura supone jugar con fuego cuando no existe una mayoría cohesionada capaz de hacerla verdaderamente constructiva. En este caso, ni siquiera existe una mayoría descohesionada. Por lo menos por ahora. Y solo un nuevo escándalo de corrupción podría volverla indefectible. De lo contrario, la moción tenderá a enfriarse por el lado socialista, y a adquirir otros tintes en boca de sus eventuales aliados en la votación. Hasta deslavazarse, cuando ya ha nacido desdibujada. A no ser que, en un momento dado, Sánchez se avenga a atender las condiciones de Ciudadanos, para situar la convocatoria electoral como objetivo prioritario de la moción de censura. Derivación ésta que podría acabar favoreciendo más al propio PP que al PSOE. Puesto que una vez anunciado el propósito de constituir un Gobierno de composición socialista para enderezar el país entero en unos cuantos meses –normalidad institucional, política social y regeneración– ganar la moción para disolver inmediatamente las Cámaras se convertiría en una renuncia más que desconcertante para las filas socialistas.
La vertiente de la moción de Sánchez que la presenta más endeble y hasta incomprensible es ese propósito inicial del secretario general socialista de recabar los votos de 350 diputadas y diputados –todo el Congreso– a su propio programa y sin negociación alguna sobre las condiciones de tal préstamo. Es difícil saber si se trata de un rasgo de ingenuidad o de temeridad entender que cuando, por ejemplo, el independentismo promete su voto sin nada a cambio, nada cambia para los socialistas.