José Antonio Zarzalejos- El Confidencial
Todo lo que construyó Tarradellas hace 40 años lo entierra malamente la carta de Puigdemon
El 16 de abril de 1981, ‘La Vanguardia’ publicaba la carta privada que Josep Tarradellas, ya sin ninguna responsabilidad política en la Generalitat, remitió a su entonces director, Horacio Sáenz Guerrero. El periódico desvelaba el texto porque había corrido antes fotocopiado por la ciudad de Barcelona, llegándose a poner en duda su autenticidad. La misiva se ha convertido en un relato canónico de la Cataluña estatutaria y, por sus pesimistas predicciones, puede considerarse profética.
Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio, había sido repuesto en el cargo por Adolfo Suárez, que dictó un decreto en septiembre de 1977 reinstaurando las instituciones históricas del Principado. El pacto Suárez-Tarradellas, con la intervención tutelar del Rey y la pericia de varias personalidades, fue un ejemplo de orfebrería política y una referencia del pactismo que presidió luego toda la transición. El 23 de octubre de ese mismo año —pronto hará cuatro décadas—, Tarradellas pudo gritar desde el balcón de la Generalitat: “¡Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí!”. No exclamó ‘catalanes’ sino ‘ciudadanos’, iniciando toda una época en el entendimiento del catalanismo político.
Sin embargo, en 1981, poco tiempo después del frustrado golpe de Tejero y tras los primeros compases del primer Gobierno de Jordi Pujol, Tarradellas confesaba en su carta al director de ‘La Vanguardia’ su “presentimiento” de que se iba a otra etapa “que nos conducirá a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían existido entre Cataluña y el Gobierno”. El que luego sería primer marqués de Tarradellas (1985) recordaba en la misiva a Sáenz Guerrero de qué forma se opuso a la asonada de Companys en 1934 constatando que “la exaltación de un nacionalismo exacerbado pudo más que la opinión de aquellos que preveíamos, como así ocurrió, un fracaso rotundo”.
El político más sensato que ha tenido España en estos últimos 50 años advertía de los riesgos que adivinaba en la política nacionalista de Pujol
Tarradellas, en síntesis, hacía una dura crítica a las primeras medidas del Gobierno de Pujol, denunciaba el victimismo, aconsejaba a las autoridades catalanas que no se condujeran “ni con orgullo ni con frivolidad” y terminaba con esta muy célebre reflexión: “Nuestro país es demasiado pequeño para que se desprecie a ninguno de sus hijos y lo bastante grande para que quepamos todos”. En conjunto, el político más sensato, patriota, constructivo y sabio que ha tenido Cataluña y, en general, toda España en estos últimos 50 años, advertía de los riesgos que adivinaba en la política cerradamente nacionalista de Pujol, al que atribuía intencionalidades que, con el tiempo, han quedado acreditadas.
Si la carta de abril de 1981 de Josep Tarradellas fue profética, adelantada, intuitiva de lo que podía ocurrir en Cataluña, la de ayer de Puigdemont al presidente del Gobierno fue enteramente patética. Porque, además de confirmar punto por punto los ‘presentimientos’ pesimistas de su antecesor, no contentó ni a los suyos (los independentistas), ni mucho menos a los demás, y, por supuesto, al Gobierno y a los tres partidos constitucionalistas. Todo lo que construyó Tarradellas hace 40 años lo entierra malamente la carta de Puigdemont.
Y lo hace con argumentos escapistas, planteamientos contradictorios, victimismo, confusión y con el mesianismo de este inédito autócrata de Cataluña que carece de cualquier noción de lo que sea una verdadera democracia representativa presidida por la legalidad constitucional. Puigdemont desconoce el principio de realidad, lo que es gravísimo, pero, aún peor, es incapaz de dar la cara por sus propios actos y, alternativamente, carece del valor preciso para rectificar. Simplemente, gana tiempo mientras se queda en tierra de nadie y sigue sumiendo a Cataluña en una crisis de identidad interna y a España en otra de Estado.
Puigdemont es incapaz de dar la cara por sus actos y carece del valor para rectificar. Simplemente, gana tiempo mientras se queda en tierra de nadie
Incurre Puigdemont en esa “actitud imperdonable” que rechazaba Tarradellas en su carta a su amigo Sáenz Guerrero, porque es el suyo un planteamiento destructivo por irreal, ante el que el Estado no podría en ningún caso transigir, de modo que la posible aplicación del artículo 155 de la Constitución se configura ahora como una forma de restaurar no solo la legalidad constitucional de 1978, sino también las instituciones del autogobierno de Cataluña que han sido destruidas, no por el Gobierno, no por el Estado, no por España, sino por los catalanes secesionistas sobre cuya ‘frivolidad’ advirtió Josep Tarradellas.
Acertó el viejo luchador republicano, gran admirador de Juan Carlos I, cuando, muy joven, se opuso a la balconada secesionista del 6 de octubre de 1934. Hubiese acertado Puigdemont si, escuchando a personas razonables, hubiera rectificado. Sin embargo, ha huido (patéticamente) hacia delante. Nostalgia de Josep Tarradellas; nostalgia de aquella su carta de 1981. Y lamento por la de ayer que retrotrae a Cataluña a escenarios desastrosos de su historia.