ABC 30/12/16
· Se cumplen hoy diez años del atentado que costó la vida a dos ecuatorianos y que dinamitó la «tregua» de Zapatero
El 30 de diciembre de 2006 ETA hizo saltar por los aires la terminal-4 del aeropuerto de Barajas y, con ella, la tregua trampa que mantenía con el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. La acción terrorista se cobró la vida de los ecuatorianos Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate. Pero por los 200 kilos de amonal utilizados la banda acabaría pagando un alto precio. Apenas cinco años después, se vio forzada a sellar su derrota total, pretendidamente encubierta con el anuncio de «cese definitivo de la actividad armada».
El atentado cogió por sorpresa al Ejecutivo, que, mientras despreciaba los informes que le suministraba el CNI, sobre valoraba los diagnósticos moderadamente optimistas de su representante en las negociaciones, Jesús Eguiguren. De hecho, 24 horas antes de la matanza, Zapatero aseguró que el «proceso de paz avanzaba en tiempo y forma razonables». Pero también dejó descolocada a Batasuna. El proceso se vio reducido a cenizas, aunque emisarios de Rodríguez Zapatero mantuvieron aún algunos encuentros con los terroristas en un desesperado intento de salvar lo insalvable. El 5 de junio de 2007 la banda anunció públicamente la ruptura de la tregua. Comenzó la cuenta atrás hacia su derrota definitiva.
Atentado esclarecido
Garikoitz Aspiazu, «Txeroki», y Javier López Peña, «Thierry», se hicieron con las riendas de ETA, una vez que Josu «Ternera» decidió apartarse, convencido de que el proceso fracasaría. Ambos son «cerebros» de la salvajada de la T-4, que habrían preparado desde seis meses antes de su ejecución. Sorprende el optimismo que Eguiguren transmitía a Zapatero, pese a que durante una comida celebrada en Oslo, el 11 de diciembre, pudo comprobar cómo se las gastaba «Thierry». Lo cuenta el exdirigente socialista en su libro «ETA, las claves de la paz»: «Le dije que si se rompían las negociaciones se iba a pasar la vida en la cárcel, y él me contestó que en ese caso me fuese comprando seis corbatas negras para asistir a funerales». «Lo que yo diga va a misa –espetó el etarra–. Podemos atentar donde queramos y como queramos. Si se rompe el proceso, esto va a ser Vietnam. Responderemos a las detenciones con un atentado en España», amenazó. Diecinueve días después, ETA hizo estallar el coche bomba.
Pero la salvajada les pasó factura. «Txeroki» y «Thierry» fueron detenidos. Con ellos, sus sucesivos sustitutos y lugar tanientes. Caídas en cadena que culminaron con la captura de David Pla e Iratxe Sorzábal en septiembre de 2015, y recientemente de Mikel Irastorza. También los autores de la atanza.
La progresiva debilidad operativa de ETA allanó el camino para que, al fin, Batasuna se sacudiera el miedo y pasara a ser la «vanguardia» de la «izquierda abertzale». El terrorismo se convirtió para Otegui y compañía en un estorbo, cuando años antes había sido su herramienta de presión contra el Gobierno. Fue en ese contexto cuando Batasuna dio a conocer la propuesta de Alsasua en la que, por primera vez, incluía los «Principios Mitchell». Entre ellos, el compromiso a renunciar al uso de la fuerza o la amenaza de su utilización para influir en los resultados de un proceso de paz. Los «políticos» de la «izquierda abertzale» no querían una reedición de la «T-4», porque su regreso a la legalización hubiera sido imposible. Al mismo tiempo, en el debate interno del «complejo ETA» se impuso la ponencia «Zutik», de Otegui, que apostaba por las vías exclusivamente políticas, sobre la «Mugarre» que proponía la alternancia «político-militar». La derrota de ETA estaba escrita.