Rubén Amón-El Confidencial
- El estado de ‘shock’ y la mansedumbre de la opinión pública han dado a Sánchez una vitalidad política durante el estado de alarma con el que puede terminar la crudeza de la realidad económica
No, no ha comprendido aún la ciudadanía el eslogan que el Gobierno se dedicó a sí mismo cuando empezaba a vislumbrarse la salida del estado de alarma: “Salimos más fuertes”. No se refería la propaganda de Sánchez a la resiliencia de los compatriotas ni a los tópicos de los manuales de autoayuda. Se refería a sí mismo, a sus ministros, a sus aliados. Y tiene razón. Han salido más fuertes ellos.
La dimensión atroz de la pandemia podría haber sepultado a Sánchez, no solo por la precariedad política y parlamentaria que originó la legislatura sino por la negligencia, cesarismo, improvisación y opacidad con que ha sido gestionada la desgracia.
Pueden citarse diferentes recetas de alquimia política para explicar la insólita fortaleza del líder socialista, aunque la más evidente, de las menos evidentes, acaso consista en el estado de ‘shock’ de la opinión pública, la mansedumbre general que ha sugestionado el estado de alarma y el ejercicio de prestidigitación con que han desaparecido los muertos. No solo de las estadísticas sino de los telediarios. La sociedad no se ha asomado a las morgues. Y el pudor informativo nos ha sustraído de la crudeza y del abismo iconográfico. Hubieran sido aniquiladores.
Y han salido más fuertes ellos. El estado de alarma ha decaído sin que puedan percibirse verdaderos arañazos en la armadura del Gobierno. La emergencia ha funcionado como mecanismo de coacción y hasta de solidaridad. La propia sociedad española ha demostrado una disciplina impresionante para ceder sus libertades y para colocarse la mascarilla. Incluso parece haberse aceptado que el fin del estado de alarma es el comienzo de las vacaciones.
Se trata de una imagen atractiva, pero completamente desenfocada. La apertura de fronteras y la salida del estado de claustrofobia sobrentienden una sensación de euforia bastante superficial y voluntarista. De otro modo, la encuesta del CIS, edulcorada con la erudición demoscópica de Tezanos, no reflejaría que el 74% de los españoles considera que la situación económica es mala o muy mala, del mismo modo que un 64% no dispone de medios para marcharse de vacaciones.
De la tragedia al veraneo. Esta insólita ficción política va a desmoronarse como una escultura de hielo en el damero de cualquier playa. La amenaza del rebrote funciona como un poderoso argumento de sugestión y de psicosis, aunque el verdadero ejercicio de realidad van a arrojarlo la profundidad y el dramatismo de la crisis económica. La imagen de Sánchez, esparciendo y repartiendo el dinero como si fuera un niño de San Ildefonso, refleja una fantasía paternalista que está a punto de desmoronarse por la caída descomunal del PIB, la fractura del desempleo y los sacrificios económicos más dolorosos en los ejercicios de beneficencia electoral —los jubilados y los funcionarios— que se derivan de las ayudas y de los requisitos bruselenses.
El regreso a las playas y el aroma de bronceador representan un placebo de la normalidad al que va a imponerse la ferocidad de la fractura económica
El final del estado de alarma puede representar para Sánchez el comienzo de ‘su’ estado de alarma. Han reaccionado con paciencia y prudencia los españoles. Y ha logrado Sánchez extraordinarios márgenes de indulgencia parlamentaria, pero la ‘nueva normalidad’, eufemismo obsceno que maquilla la crisis económica y social, pone fin al estado de excepción y de gracia que explica la corpulencia política del presidente del Gobierno.
Están a punto de consumirse los 100 días de la catástrofe sanitaria. Y están a punto de evaporarse las supersticiones a la vida de antaño. El regreso a las playas y el aroma de bronceador representan un placebo de la normalidad al que van a imponerse la ferocidad de la fractura económica y la amenaza latente del coronavirus. El propio Sánchez tiene que regresar a los prosaicos orígenes de la legislatura. Pactar los Presupuestos. Ceder al chantaje soberanista. Y reanudar la crispación que alienta la batalla del bien contra el mal.