- Meloni es una estrella política que, tras años de marginalidad, está despegando en Italia y en Europa. Su pasado fascista, del que no reniega, da pistas de quién es y qué quiere.
La nueva mujer fuerte de Italia ha generado una ola de fascinación que ha desbordado las fronteras nacionales, encontrando palestra y focos especialmente en España de la mano del partido de Santiago Abascal.
Sin embargo, aunque su historia política sea corta, como dijo el profesor Marco Tarchi, posee una genealogía larga. Meloni se politiza en la liturgia y valores neofascistas de la Italia de los 90, en plena vorágine de descrédito por una clase política que estuvo robando a manos llenas durante décadas, como demostró el macroproceso judicial de Mani Pulite.
Ella vio en los herederos del fascismo una fuerza que se mantuvo fiel y recta durante cuarenta años, y encontró en la figura de Giorgio Almirante (jefe de gabinete del ministro de Cultura de la República de Saló, el régimen de ocupación nazi-fascista) un referente a seguir.
Así lo demostró cuando tuvo que elegir su despacho. Entre Almirante y Fini (líder que llevó al neofascismo a tesis moderadas) Meloni escogió al primero. Electa diputada con tan solo 29 años en 2006, y ministra más joven del país con Berlusconi dos años más tarde, ante la crisis del sistema de partidos que se avecinaba con la irrupción del Movimiento 5 Estrellas decidió desvincularse de la derecha berlusconiana y volver a las raíces.
Junto a otros desencantados formó en 2013 Fratelli d’Italia y se ciñó a las tesis almirantianas. Ni restaurar ni renegar del pasado para ser alternativa política y moral al sistema. Fratelli decidió encarar los años populistas más críticos con la rectitud y pureza de quien sabe que tarde o temprano obtendrá su recompensa.
«Tras años de bandazos políticos por parte de todos los partidos, finalmente Meloni aparece como la nueva mujer fuerte»
En 2018, Italia alumbró la primera coalición nacional-popular entre la Liga de Matteo Salvini y el todavía OPNI (Objeto Político No Identificado) del Movimiento. La coalición prometía revolucionar el país, la política y la sociedad, cometido en el que Meloni decidió no participar. De nuevo, la espera y la recompensa.
El Gobierno sufrió varias mutaciones hasta llegar a la fase actual, donde un héroe nacional como Mario Draghi encabeza un gobierno de concentración compuesto por el 80% del arco parlamentario. El porcentaje restante lo componen pequeños grupos políticos y Fratelli d’Italia. Tras años de bandazos políticos por parte de todos los partidos, finalmente Meloni aparece como la nueva mujer fuerte.
La fuerza que ha conseguido Meloni es gracias a los deméritos de sus adversarios, pero solo es posible de comprender por virtudes propias. En un momento de contradicciones, política fugaz y cambio de ideales, la líder ultraderechista reivindica la política perseverante. «Somos un partido aburrido», dijo con orgullo uno de los principales dirigentes del partido. Una formación que se vende como una formación invendible. No cambian por votos, no cambian por cargos.
La genealogía larga de la líder y del partido presenta características comunes a cualquier formación de derecha radical. Tienen la creencia de que la nación debe estar compuesta sólo por los nacionales (nativismo), defienden la jerarquización social (autoritarismo) y utilizan un discurso dicotómico que separa la sociedad en dos partes homogéneas y antagónicas (populismo). Una fórmula exitosa en Europa y que de la que tampoco escapa Vox en España. Sin embargo, el diablo está en los detalles.
A diferencia de otras formaciones homólogas, Meloni intenta escapar de la marginación política que le impone su herencia, escapando de valoraciones. El fascismo no es una cuestión que le corresponda a ella, sino a los historiadores. Las ideologías del siglo XX no desempeñan un papel predominante en su discurso. El enemigo son las élites globalistas que han vendido a su pueblo. Los italianos viven presos no de una confabulación comunista, sino de unos partidos vendidos al multiculturalismo o a la Unión Europea.
En este sentido, la rima encaja mal con Vox, para quien la batalla sigue siendo ideológica y no civilizatoria. En España, la palabra globalismo no encuentra el mismo protagonismo que en Italia. La Unión Europea se ve aquí como el medio de modernización y en Italia, de pauperización.
De ahí lo desacompasado del discurso que Meloni pronunció en Marbella durante la campaña andaluza. La italiana, mucho más soberanista que los de Abascal, desplegó críticas a la deslocalización industrial, a las leyes ambientales de la UE, a la globalización…
Por otro lado, las mujeres, histórico muro electoral para las derechas radicales, también son tratadas de forma diferente por la dirigente italiana. Como Le Pen en Francia, Meloni utiliza las tesis del feminacionalismo (atacar a la inmigración como supuesta defensa de las mujeres), pero va más allá.
El mérito y el esfuerzo son centrales. La mujer debe realizarse profesionalmente, pero también debe tener a su alcance las herramientas para ser madre y formar una familia. Esta última, natural, puesto que «no es lo mismo crecer con dos progenitores del mismo sexo». Estando embarazada en 2016, Meloni utilizó una crítica machista de Berlusconi («una madre no puede ser alcaldesa de Roma») para empoderarse a sí misma y presentarse como una supernanny: madre y política a tiempo completo.
«De esta manera, Meloni consigue abrirse a un electorado que tiende a sentirse juzgado o espantado por las derechas radicales»
Fratelli recoloca la responsabilidad. El aborto, por ejemplo, no es culpa de la mujer, sino de la sociedad que no pudo poner a su disposición recursos para que fuera madre. La falta de natalidad o el resquebrajamiento de la familia tradicional tampoco. Ha sido la izquierda y su particular feminismo hipócrita y de parte quien ha contribuido a ello.
De esta manera, Meloni consigue abrirse a un electorado que tiende a sentirse juzgado o espantado por las derechas radicales. El giro sutil, pero de calado, es algo que no se aprecia en España, donde Vox sigue teniendo discursos muy masculinizados. «A mí me da pena no oír por la calle aquel ‘dime cómo te llamas y te pido para reyes» dijo la diputada Toscano hace semanas.
Clama la diferencia entre Vox y Meloni. Entre fidelizar al electorado masculino y avanzar posiciones en el femenino.
Por último, la economía también gira sobre ejes distintos. El soberanismo de Meloni encuentra su sitio en políticas proteccionistas. Su pasado en la Garbatella, trabajando desde muy joven y sin haber nacido en una familia acomodada, avala este giro economicista que otras derechas radicales tienen más dificultad de llevar a cabo.
A su lado, Vox es un partido que sigue anclado en tesis neoliberales con ligeros guiños discursivos a la clase trabajadora. De ahí la enorme contradicción que les genera querer apelar a los más humildes, pero no apoyar medidas como la subida del SMI, la reforma laboral o el IMV.
En definitiva, Meloni es una estrella política que, tras años de marginalidad, está despegando en Italia y en Europa. Su pasado, del que no reniega, nos da pistas importantes de quién es y qué quiere. Y su futuro, todavía una incógnita, comenzará a despejarse cuando en 2023 se den las opciones para que la primera descendiente directa del fascismo ocupe el cargo ejecutivo más importante del país.
Ante este hecho (dominio de la derecha y de la política nacional), otros actores políticos como Vox se encuentran cautivos y tentados a copiar y pegar sin entender muy bien qué, por qué y cómo funciona el fenómeno Meloni.
*** Daniel Vicente Guisado es escritor y autor del libro Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia.