Ignacio Camacho-ABC
- Los que denuncian un ficticio ‘procés’ madrileño son los que ofrecen diálogo y privilegios al ‘procés’ auténtico
Si Ayuso ha creado en Madrid un «procés invisible», como sostienen Ximo Puig y otros socialistas, no se entiende por qué no le otorgan las mismas prerrogativas que al ‘procés’ visible. O tal vez se entienda demasiado si se sustituyen los términos ‘visible’ e ‘invisible’ por ‘bueno’ y ‘malo’, siendo así que para la izquierda el malo sería el que guarda lealtad al Estado y el bueno el que pretende quebrarlo. Uno merece hostilidad, acoso fiscal y cordón sanitario, y el otro arrumacos, indulto y diálogo. Los que denuncian un ficticio nacionalismo madrileño son los que ofrecen al catalán una agenda de ‘rencuentro’ basada en franquicias, inversiones y privilegios cuando no en competencias y fueros que establecen una patente desigualdad de derechos. Doble rasero. Si nos atenemos a los hechos fehacientes, ese falso separatismo inquieta al Gobierno bastante más que el auténtico, pese a que el segundo ha cometido una sedición y amenaza con volver a hacerlo mientras el primero se limita a dar facilidades a la hostelería, la industria, el turismo y el comercio. El sanchismo continúa sin digerir el éxito de lo que Calvo y Tezanos llamaron con desprecio la política de las tabernas y los berberechos. Y no se le ocurre mejor receta que freírla a impuestos; cuando vuelva a perder seguirá sin entenderlo.
Todo ese constructo retórico, ese ejercicio de simulación dialéctica, no es más que un relato propagandístico para encubrir la alergia del sedicente progresismo a la ley de la competencia. Su concepto de la igualdad consiste en cortarle la cabeza a todo el que destaca por encima de una media previamente desarmada de cualquier aspiración de grandeza. En el caso de Madrid se trata además de zancadillear a la derecha a costa del desarrollo de la región entera. La intención de castigarla con una vuelta de tuerca tributaria -probablemente inconstitucional porque podría violar la autonomía fiscal imponiendo desde el poder central cargas territorializadas- refleja por parte gubernativa una evidente voluntad de revancha a la que se suma la envidia de un soberanismo escocido por la pérdida de la antigua pujanza catalana. Sostenella y no enmendalla: ninguno de los partidos ansiosos de represalia ha acariciado siquiera la idea de emular las rebajas que han convertido a la comunidad madrileña en la más próspera de España. Cuando el socialismo habla de armonización se da por supuesto que es al alza; el derroche clientelar o la mala administración hay que pagarlos y en su mentalidad exactiva el dinero de los demás nunca se acaba.
Estamos ante un ejemplo nítido, transparente, de fobia visceral al liberalismo. La derrota de mayo no ha suscitado ningún estímulo autocrítico. Al contrario, independentistas y sanchistas se han unido en un resentimiento instintivo que hasta se podría comprender sin el ridículo de esa solemne majadería del ‘procés’ capitalino.