Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 21/9/11
Estimado Arnaldo: Quiero imaginar que tú también fuiste niño. Un niño al que Ascensio y María Dolores, tus padres, contemplaban arrobados. Un niño como esos que estos días se arraciman en las papelerías alrededor de lapiceros, cuadernos y borradores. ¿Recuerdas, Arnaldo, la ilusión que nos hacía el estrenar cuaderno? Al empezarlo, nos esforzábamos en hacer nuestra mejor letra. Como si fuera a ser nuestro último y definitivo cuaderno. Luego, la sucesión de las estaciones y el pasar de las hojas, acababan por afectar a la caligrafía. Hasta que, aburridos del dichoso cuaderno, terminábamos por arrancarle algunas de sus todavía hojas en blanco para perderlo de vista cuanto antes y así renovar la ilusión de los principios en un nuevo cuaderno. El vivir es parecido. Comenzamos y acabamos etapas como antes cuadernos. Para poder vivir, siempre estamos volviendo a empezar. Con todo, hay una diferencia. En el vivir, todo lo escrito condiciona lo por escribir. Además, hay hojas que no podemos arrancar y cuadernos que no podemos cerrar. En particular, lo escrito con grafito escarlata. Esta por inventar el borrador para la sangre.
Tengo entendido que el otro día escribiste: «Que nadie abandone este camino porque vamos a ganar». Mas adelgacemos el plural. ¿Qué has ganado tú, Arnaldo? Desde el 77 hasta este presente: Francia, juicios, cárcel,… Supongo que para ti ese camino era y es el único camino. Como el inflexible trazo de hierro de la Línea 1 del Metro de Madrid: Sol, Gran Vía, Tribunal,… Sí, ya sé que a los 53 años es difícil reconocer que tomamos una línea equivocada; es más fácil seguir recorriendo estaciones dentro de la misma línea que caer en lo errado de la andadura. La humana «disonancia cognitiva». Pero Arnaldo, sabes de la posibilidad de los trasbordos y de que son 12 las líneas de metro en Madrid. No sé qué pensarán tus padres, tu mujer y, sobre todo, tus hijos. Supongo que al quererte transferirán la culpa y la responsabilidad a otros. Todos lo hacemos. Al juzgar a los demás siempre ponemos el acento en lo disposicional -son así, es su naturaleza- y al hacerlo con los propios y con nosotros mismos lo colocamos en lo situacional -las circunstancias, el contexto-: el denominado «error fundamental de atribución».
Un día, Arnaldo, te acabará pasando lo mismo que a Iñaki Abaitua, el personaje de Ramón Saizarbitoria en Hamaika pauso (Los pasos incontables): «De vez en cuando, corregía alguna errata o cambiaba las comas de sitio, una y otra vez, sin darse cuenta de que no salía de las mismas palabras de siempre y que hacía lo poco que hacía sin ninguna finalidad. Hasta que un día, en la playa, vio volar los cuartos de folio como elegantes gaviotas planeando en el aire, y descubrió que no le importaba». Ese día, Arnaldo, volverás a comenzar un cuaderno. Esta vez, es de esperar, con grafito negro. Este saludo. Julio.
Julio Gutiérrez, EL PAÍS, 21/9/11