José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Rufián en 2019: «Si a ti no te ha gustado que durante décadas te llamen polaco por ser catalán, ¿por qué llamas tú ñordo a alguien por ser español?»
Escribía Agustí Calvet, Gaziel, periodista intelectual e inquisitivo de la realidad sicológica, histórica, política y social de Cataluña que “el fuerte” de su país era “lo volcánico”, añadiendo que “nuestra obra maestra en política es el arte de la protesta explosiva” (página 165 de ‘Tot s’ha perdut’, RBA 2013).
Otros autores de la centuria anterior y actuales coinciden en señalar ese rasgo ciclotímico en la sociedad catalana: largos periodos de sosiego y calma y episodios de rabia y agitación. Los primeros harían buena esa idiosincrasia que se contiene en la sensatez del ‘seny’ y los segundos explicarían los de la ‘rauxa’. La historia es en Cataluña, uno de los lugares de España en los que no es maestra, sino un mero precedente del que no se extrae lección diferente a un impulso irracional a repetir los fracasos en vez de eludirlos. En eso sigue una parte de los catalanes y sectores muy amplios del independentismo que acaban de añadir al fiasco del proceso soberanista la indignidad de la canallada de presionar sin piedad a la familia del niño de Canet que ha reclamado para él un 25% del tiempo de docencia en castellano.
La expresión —canallada— la tomo del editorial de ‘La Vanguardia’ del pasado sábado: “Porque es algo inadmisible —decía el periódico catalán— que alguien, por irrelevante que sea, anime en público a acosar a un niño de cinco años y hacerle la vida imposible. Eso es una canallada. Además de un grave error político”. Cito a ese medio y señalo ese texto porque permite albergar la probabilidad de que la sociedad catalana no haya perdido en su conjunto, impulsado por el independentismo más agreste, el sentido de la dignidad colectiva.
Sin embargo, hay que apuntar a lo tardío de pretender reconducir unos usos supremacistas intolerables después de haber dado rienda suelta a la falsa épica del separatismo más políticamente incompetente y fracasado de la historia de Cataluña. Sobrecoge la furia de la frustración que se expresa en esa prepotencia sin compasión en Canet de Mar. Y que hoy se agudiza con una “cumbre” en defensa del idioma catalán.
El domingo pasado, con la perspicacia de la que hace gala en sus análisis, Javier Cercas —premio de El Confidencial 2021 a una trayectoria— escribía en EPS (‘El lenguaje de la mentira‘) que “es el abecé de la política: para conquistar la realidad primero hay que conquistar el lenguaje. Por eso la política democrática consiste antes que nada en una batalla lingüística entre los distintos partidos o sectores contrapuestos; si uno de ellos arrasa, malo. Es lo que ha ocurrido en Cataluña: que además de colonizar el espacio público —desde las instituciones a la calle—, el secesionismo ha colonizado el lenguaje […]”.
Aunque el autor de ‘ Soldados de Salamina ‘ se refiera al lenguaje de la “mentira”, hay otro intimidante, que acorrala, que estigmatiza a quienes se les aplica como una lapidación civil. La familia del niño de Canet lo es de “ñordos” (palabra cuya etimología se refiere a excrementos sólidos), una expresión coloquial hiriente que se usa en determinados ámbitos del separatismo más montaraz para referirse a los ciudadanos que se tienen por españoles y que no renuncian a su pertenencia y se oponen a los propósitos secesionistas.
La ‘ñ’ es letra que no existe en el abecedario del idioma catalán y, al incorporarla a la expresión, se produce una significación inequívoca. La palabreja ha vuelto a reverdecer para retratar a la familia de fruteros del niño cuyos padres quieren —porque tienen derecho— que su hijo reciba parte de sus enseñanzas en su idioma materno, que es el castellano, al igual que lo es del más de 52% de los catalanes.
A Gabriel Rufián —era agosto de 2019— no parecía agradarle tal descalificación: «Si a ti no te ha gustado que durante décadas te llamen polaco por ser catalán, ¿por qué llamas tú ñordo a alguien por ser español?». Una pena que no haya repetido ahora esa declaración y que nadie de entre los partidos en el Gobierno de la Generalitat, entre ellos el suyo, haya elevado la voz ante la forma en la que reptan en el totalitarismo determinados sectores del independentismo. Por el contrario, han dejado hacer —en público— y han animado a que siga el linchamiento —en privado— porque el separatismo quiere el monolingüismo, un desiderátum que desafía, no al castellano, sino a la globalización tecnológica, la movilidad de las gentes y la supresión de fronteras.
Los catalanohablantes que armonizan ambos idiomas y las varias pertenencias son, recuérdenlo, ‘botiflers’, expresión que se adjudicó en origen a los que eran allí partidarios del Borbón Felipe V en la Guerra de Sucesión (1701-1713, con la caída de Barcelona en 1714) y que hoy ha localizado una resignificación: ‘traidor’. Ese lenguaje es totalitario y habitual en los regímenes que lo son. Aquí tuvimos algunos de infausto recuerdo como aquella expresión compuesta y antisemita de ‘judeo-masónico’ que remitía a conspiraciones contra la dictadura franquista.
Ocurre, sin embargo, que el problema es más agudo —y no solo por la referencia al niño de Canet— dada la actitud del Gobierno de Sánchez: la contemporización estéril con el independentismo. Debieran leer en la Moncloa —si es que aún no lo ha hecho— el libro ‘Azaña y Cataluña. Historia de un desencuentro‘ de Josep Contreras (Edhasa 2008). En esta impagable obra, el prologuista, Enric Ucelay-Da Cal, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, escribe cómo el presidente de la II República pasó de mantener una especial complicidad con el catalanismo a ser visto “hoy —igual que Negrín— como un anti catalán casi tan malo como el general Franco” (página 36).
El PSOE de Sánchez está aturdido y éticamente errado. Para muestra, valga esta: leo en ‘El Correo’ del domingo pasado que Patxi López afirma textualmente: “Hemos pactado con Bildu porque la oposición del PP es indecente”. Nadie en el Gobierno ni en el PSOE ha utilizado esa palabra para describir el lamentable episodio de Canet. De nuevo, el lenguaje: López —único lendakari socialista durante tres años (2009-2012) gracias los votos (¿indecentes?) del PP— le da la razón a Javier Cercas.