Pedro García Cuartango-ABC
- La personalidad del tirano y las circunstancias del momento han pesado más en la invasión que la racionalidad de la iniciativa
Aseguraba Thomas Carlyle que «la historia del mundo no es más que la historia de los grandes hombres». El filósofo escocés, que murió en 1881, escribió biografías de Cromwell y Federico II de Prusia, que eran para él dos gobernantes cuyo carácter había forjado un nuevo Estado.
Karl Marx, que falleció en 1883, fue contemporáneo de Carlyle. Pero sus tesis eran radicalmente contrarias porque sostenía que son las condiciones económicas, las relaciones de producción por decirlo en sus términos, las que impulsan la historia y explican las ideas de los hombres.
Los dos tenían razón porque es cierto que no se puede analizar una época sin conocer su base económica, pero también es verdad que hay acontecimientos que se producen por las decisiones individuales e incluso, en algunas ocasiones, por puro azar.
Esta reflexión viene a cuento de lo que está pasando en Ucrania. Es una vieja herida para los rusos que viene de la descomposición del imperio soviético, pero sólo es posible entender la invasión por la personalidad de Putin, un autócrata sin escrúpulos morales, ensoberbecido por el poder y rodeado de una corte de halagadores.
Es evidente a estas alturas que Putin se equivocó al atacar a sus vecinos porque no calibró ni la capacidad de resistencia de los ucranianos ni las duras sanciones. Acabo de leer un interesante informe de ‘The Economist’, que pone en evidencia los errores garrafales del Ejército ruso, su deficiente equipamiento y los fallos de logística.
El problema de los gobernantes autoritarios es que se aíslan y sólo escuchan aquello que quieren que se les diga. Y que, por la propia naturaleza de su mando, tienden a desconocer la realidad cuando no obedece a sus deseos. La personalidad del tirano y las circunstancias del momento han pesado más en la invasión que los intereses materiales o la racionalidad de la iniciativa, tan innecesaria como injustificable.
Durante los 22 años en los que ha gobernado Rusia, Putin siempre ha tenido claro que el fin justifica los medios. Cuando un disidente le ha molestado, le ha asesinado. Recomiendo ‘El hombre sin rostro’, la biografía de Masha Gessen, en la que documenta los métodos con lo que ha ejercido el poder. Sostiene, con datos en la mano, que fueron los servicios secretos de Putin quienes urdieron los atentados de Moscú y otras ciudades en 2004.
Según Gessen, quería crear el terror entre la población para justificar la represión contra sus adversarios y la consolidación de un poder fuerte. Salvando las distancias, ahora está utilizando los mismos métodos. Ha recurrido a la propaganda para evitar las críticas y ha declarado traidores a quienes cuestionen la invasión. Putin es la confirmación de la tesis de Carlyle pero, en lugar de ser un gran hombre, es un malvado que sólo genera destrucción y odio.