Alicia Huerta-Vozpópuli

Hace años que perdimos la cuenta de los casos en los que nos han chuleado, nos han tomado por idiotas. Se han reído en nuestra cara

Con casilla de salida en los ERE fraudulentos y una llegada difícil de entender, llevamos días con la música ambiental de un “pelillos a la mar” en toda regla, disfrazado de sentencias varias dictadas por un tribunal que antes entendía de lo suyo, derechos constitucionales, y ahora entiende de todo, lo abarca todo y, de paso, enmienda la plana a otro tribunal, aquel antaño considerado “supremo”.

Vivimos en tiempos de tamaña realidad alternativa, que ya nos estamos acostumbrando a cualquier cosa, sin querer o poder detener la deriva justo antes del precipicio. Un agujero negro de insondables tragaderas que, para colmo, en verano se vuelve aún más elástico. Estamos a lo que estamos y ahora toca vacaciones. Sin embargo, para aguafiestas como yo, lo que toca es a rebato, porque a fuerza de pasar de todo sin que pase nada, acaba por pasar lo que todos esperamos que nunca pase.

Por ejemplo, ahora lo único que molesta es el fango, falso por supuesto, y aquí ya hemos patentado hasta la correspondiente máquina. Para prohibirla, en breve. Atémonos los machos aquellos que creíamos que la opinión era ejemplo de libertad de expresión y no algo por lo que empezar a dejar de escribir, pensar, preguntar, dudar y, sí, asustarse. Por otra parte, la memoria, que no hace tanto servía para no cometer errores del pasado o advertir de demagogias y desmanes del ejecutivo de turno, hoy es un pecado para incordiar a quien gobierna. Las células grises de las que presumía Hércules Poirot se han convertido en pegajoso lodo, con el único propósito de “atacar” a quien ha decidido que haga lo que haga, diga lo que diga, está bien. ¡Ay de aquel que ose ponerlo en entredicho!

Eppur, señores del Gobierno y aledaños, si muove

Y resulta que a muchos aún nos incordia la memoria, sentimos la necesidad de escribir lo que recordamos. Una faena, lo sé. En 2011, por ejemplo, decía Manuel Chaves que su gobierno tenía como gran objetivo: crear empleo, empleo y más empleo. Lo repitió hasta agotarnos justo el día en el que conocíamos la sangría de afiliados a las listas del paro de ese año. Dijo también el entonces señor vicepresidente tercero del Gobierno que no creía que una comisión de investigación sirviera para algo en el caso de las prejubilaciones fraudulentas en algunas empresas andaluzas sometidas a expedientes de regulación de empleo. Y que quien tenía que investigar y castigar a los culpables, en el caso de que los hubiera, era la justicia… El clima por aquellos días era de pestilente tangentopoli, en modo cueva de Alí Babá.

Cada vez que se tiraba de un hilo, aparecían nuevas corruptelas, sin poder ni siquiera imaginar entonces hasta dónde y hasta cuándo. Sin olvidarnos, por supuesto, del hasta cuánto

De hecho, se empezó investigando la presunta manipulación de un concurso para la cesión de suelos en la empresa Mercasevilla y nos topamos con una Madeja que acabó por llevarnos a una Enredadera. Aunque el nombre de Madeja con el que se bautizó la segunda operación hiciera alusión al símbolo de la capital hispalense y el de Enredadera, a las corruptelas en lo relacionado al mantenimiento de parques y jardines, lo cierto es que ambos términos bien podían haber hecho alusión a lo enredado de una madeja que se tardó años en desenmarañar. Cada vez que se tiraba de un hilo, aparecían nuevas corruptelas, sin poder ni siquiera imaginar entonces hasta dónde y hasta cuándo. Sin olvidarnos, por supuesto, del hasta cuánto. Fue precisamente un “cuánto”, lo que hizo que la instrucción se fijara, aún más, en Domingo Enrique Castaño, el perejil de todas las salsas.

Castaño, amigo del alcalde de Sevilla, figuraba como asesor de Urbanismo en el Ayuntamiento y era, a la vez, consejero en Mercasevilla precisamente en el periodo en el que se elaboró el pliego de condiciones del citado concurso público en el que la empresa Sando resultó vencedora, pese a haber presentado la peor oferta. Llamaba la atención el enriquecimiento “sospechoso” de Castaño durante sus años como cargo público – al menos 800.000 euros obtenidos entre 2005 y 2008 – y ante la falta de justificación del mismo, de empezó a investigar de dónde procedía. El camino conducía directo a otra investigación, ésta por el supuesto cobro de comisiones ilegales a cambio de adjudicaciones de obras.

Más detenciones, imputados, declaraciones, registros. Y mucha más documentación que analizar en detalle. Por ejemplo, la de la empresa Fitonovo. A los papeles, se sumó la declaración de su dueño, el empresario Rafael González Palomo, que admitió haber entregado a Domingo Enrique Castaño – sí, otra vez él – un sobre con 30.000 euros. Eso solo para empezar. Ya que, según él mismo reconoció, era práctica habitual la entrega de regalos a políticos y funcionarios de diversos ayuntamientos, diputaciones provinciales y empresas estatales en Andalucía a cambio de contratos de obra. El testimonio lo corroboró su hijo, José Antonio González Bero, así como uno de sus empleados: tanto Fitonovo como su filial Fitoverde entregaban dinero en metálico, viajes y regalos a cambio de quedarse con las adjudicaciones de turno. Entre ellas, las de mantenimiento de parques y jardines.

Para hacer frente a las mordidas, en dinero o en especie, Fitonovo contaba con una contabilidad paralela que se nutría de facturación falsa. Vamos, que de su bolsillo no ponían ni para los sobornos

Y así fue cómo llegamos a la Enredadera. ¡Qué pena tener que olvidarlo ahora todo! Porque, aparte de las citadas declaraciones, de la documentación incautada en aquella ulterior investigación se descubrió que las prácticas de Fitonovo no eran esporádicas. Un sobrecito aquí, otro allá. Existía toda una infraestructura destinada a obtener contratos públicos irregulares. O lo que es igual, se habían hecho con una red de funcionarios corruptos que les facilitaban dichas contrataciones. Para hacer frente a las mordidas, en dinero o en especie, Fitonovo contaba con una contabilidad paralela que se nutría de facturación falsa. Vamos, que de su bolsillo no ponían ni para los sobornos. El administrador de la empresa, en concurso de acreedores, confesó que, de 2003 a 2012, llegó a repartir aproximadamente 700.000 euros entre políticos y funcionarios de distintas administraciones públicas. Resultado: de 2005 a 2012, la empresa pasó de facturar cien mil euros a 36 millones. El informe de la Guardia Civil calificó esta red como de “corrupción poco sofisticada”, pero quizás sea también por el perfil de los sobornos.

En el archivo de Excel controlado por Manuel Macedo Gajete, apoderado de la compañía, no faltaba detalle de la identidad de los corruptos –por eso cayeron como moscas – y de sus gustos a la hora de percibir las mordidas. Equipos electrónicos, jamones, botellas de vino, reproducciones en plata de un olivo, sobres mensuales con billetitos, cajas de zapatos con billetazos, viajes, fiestas con barra libre de Viagra. Un despropósito, que, si en lugar de la vida misma fuera una película de Almodóvar o Santiago Segura, nos habría hecho hasta gracia. Pero no la tuvo. Ninguna.

En lugar de financiar los cursos a desempleados, servían para pagar putas, alcohol y cocaína a una panda de egoístas descerebrados; y eso solo de aperitivo, claro, porque el plato principal consistía en comprar inmuebles

Creímos, no obstante, que aquel despilfarro fraudulento quizás erradicaría para siempre, o un buen rato, cualquier mínimo síntoma de tibieza frente a esa “picaresca” que nos ha caracterizado durante siglos. Igual que en Madrid tenemos la manía de decir que hace fresco cuando, en realidad, lo que hace es un frío del demonio, en toda España seguíamos marcados con la idea de que uno es un listo cuando, por ejemplo, “saca” a la compañía de seguros unas perras, declarando un falso siniestro. A quien no lo hace, no porque no pueda, si no porque sus principios no le dejan, aún se le consideraba por muchos un “pringao”. En todo caso, “pecadillos menores”, decimos si nos pillan infraganti. Pero constituyen, en cambio, el caldo de cultivo para que quien tiene la oportunidad, se aproveche de ella en beneficio exclusivamente propio y todavía algunos, en vez de escandalizarse hasta la nausea como sería de esperar, se lamentan en secreto de no ostentar un cargo público para “resolverse la vida” sin tener que molestarse siquiera en enviar el cuponcito del bote de Nescafé para optar al premio del sueldo vitalicio. Y qué mejor forma para ello que prejubilándose durante un ERE en una empresa en la que jamás se había puesto el pie, pero sí la pezuña.

Hace años que perdimos la cuenta de los casos en los que nos han chuleado, nos han tomado por idiotas. Se han reído en nuestra cara. A los españoles, lo recordemos ahora o no, nos tocó asistir a ERES que indemnizaban a personas que jamás habían trabajado en las empresas que solicitaban los expedientes de regulación, sólo porque eran amigos o familiares de aquellos que mandaban en el “cortijo”. A subvenciones públicas que, en lugar de financiar los cursos a desempleados, servían para pagar putas, alcohol y cocaína a una panda de egoístas descerebrados; y eso solo de aperitivo, claro, porque el plato principal consistía en comprar inmuebles. Sin solución de continuidad, nos pusimos colorados ante Europa – la vergüenza ajena es a veces más auténtica que la propia – escuchando declaraciones de sastres, de vendedores de joyas o de agentes de viajes en sede judicial. Extractos inmorales, esperpénticos, capaces de hacer regurgitar al esófago más resistente. Equipos electrónicos, salas de masaje, restaurantes, burdeles, tiendas de lencería, cajas de champán y vino, vuelos, más hoteles. También, reintegros en efectivo Para reformar la casa, replantar el jardín, cambiar de buga, pincharse botox o renovar el vestuario.

Ya ven, por desgracia, algunos seguimos teniendo memoria y hoy, además, una triste indignación al comprobar que la sociedad se conforma, nos conformamos, con todo.