Jesús Cacho-Vozpópuli

Emmanuel Macron ha vuelto a escribir una carta a los franceses, un sistema de comunicación que el capo francés utiliza con cierta frecuencia y del que parece haber aprendido el presidente español. Pero a Macron le pasa con el francés lo que a Sánchez con el español, que no se manejan bien con los mensajes y que su torpeza con la sintaxis pone en evidencia sus limitaciones intelectuales, amén de las morales, obstáculos que en el caso de Emmanuel son clamorosos: en efecto, el Napoleoncito galo parece no haber entendido nada de lo ocurrido en las recientes Legislativas debidas a su capricho, no sabe (o no quiere saber) que ha perdido la apuesta, no se ha enterado de que su órdago al disolver la Asamblea ha fracasado, no ha caído en la cuenta de que fue por lana y salió trasquilado. El resultado es que ahora se encuentra en un callejón sin salida, en contra de lo que algunos de nuestros primeros espadas escribidores han publicado en el páramo español. El famoso “yo o el caos” pronunciado en su día por De Gaulle se ha convertido con Macron en “yo y mi caos”.

Conviene insistir en algunas cuestiones clave, hablar de números, contar votos, esas cosas tan simples pero tan difíciles de encontrar en la perezosa prensa española. Contar votos y comparar, para después sacar conclusiones. Según datos oficiales del ministerio del Interior francés, el bloque de “la derecha unida” compuesto por el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen y los republicanos de Éric Ciotti, minoritarios, obtuvo el pasado domingo exactamente 10.097.367 votos, debiendo, sin embargo, conformarse con unos raquíticos 143 escaños. Mientras que el Nuevo Frente Popular (NFP) que agrupa a todo el zurderío (desde la extrema izquierda de La Francia Insumisa (LFI) del Jean-Luc Mélenchon hasta el renacido Partido Socialista de Raphaël Glucksmann) más Los Verdes, contabilizó 6.796.917 votos, aunque resultó premiado con el “gordo” de 184 escaños. Es decir, que la derecha radical de Le Pen le sacó a la izquierda que capitanea Mélenchon la friolera de 3.300.450 votos. Otro apunte más: toda la izquierda, reunida en el NFP, ha conseguido apenas 240.933 votos más de los que tuvo en las legislativas de 2022, frente a los 6.508.098 votos que ha ganado RN en esos dos años. Estamos, por tanto, ante una “derrota” lepenista la mar de curiosa. No ha ganado la izquierda. Ha sido el sistema electoral francés, reñido con cualquier proporcionalidad, el que ha impuesto su ley, ello tras el pacto contra natura suscrito entre Macron y Mélenchon por el que ambos se comprometieron a retirar en cerca de 230 circunscripciones a los candidatos de sus partidos que hubieran quedado en tercer lugar en primera vuelta, de modo que en la segunda los centristas votaron a la extrema izquierda y viceversa.

Toda la izquierda, reunida en el NFP, ha conseguido apenas 240.933 votos más de los que tuvo en las legislativas de 2022, frente a los 6.508.098 votos que ha ganado RN en esos dos años

La “barrera republicana”, como se ha denominado a ese pacto, condujo a una situación paradójica, según la cual una Francia mayoritariamente de derechas (47% de los votos) sirvió en bandeja la victoria a una alianza de izquierdas (27%). Un resultado que se corresponde, muy grosso modo, con la composición sociológica de la sociedad gala, según la cual las distintas derechas, radicalizadas o no, representan entre el 46% y el 49% del electorado; la izquierda, más o menos extrema, del 28% al 31%, y el centro macroniano y sus aliados, entre el 19% y el 22%. Se entiende la decepción que el domingo por la noche se apoderó de la base social de RN con un resultado que no reflejaba sus expectativas, decepción con cierto inconfundible regusto a “robo”. Marine Le Pen puso sordina al desencanto con una sentencia inapelable: “Nuestra victoria simplemente se ha aplazado, pero es inevitable a corto plazo”, algo que pareció una clara alusión a las presidenciales de 2027. Una encuesta del instituto Harris Interactive-Toluna publicada esta semana otorgaba, en efecto, a Le Pen entre el 31% y el 32% de los votos en la primera vuelta de esa cita electoral, muy por delante del bloque centrista encabezado bien por el ex primer ministro Édouard Philippe (entre el 22% y el 24%) o por el actual inquilino de Matignon, Gabriel Attal (entre el 20% y el 23%). La puntuación de Le Pen supondría una clara mejora respecto al 23% logrado en las presidenciales de 2022.

Es cierto que queda mucha tela por cortar hasta llegar a ese 2027 en una Francia fracturada, como también lo es que para llegar a gobernar Le Pen deberá seguir profundizando en el proceso de “melonización” emprendido hace unos años, y sobre todo, mejorar la calidad de unos cuadros intermedios (“la normalización de RN ha permeado a sus elites, pero no a sus bases”, podía leerse estos días en Le Monde) cuyo nivel de preparación sigue dejando mucho que desear, asunto capital para un partido que, dada la imposibilidad de formar coaliciones, necesitará ganar por mayoría absoluta para poder gobernar. Con todo, su llegada al poder parece, a día de hoy, inevitable. Ninguno de los otros dos grandes bloques -políticos o sociológicos- parecen capaces de abordar en serio la solución de los problemas que han puesto a Francia contra las cuerdas, entre ellos la pérdida de nivel de vida de grandes capas de población, abrasadas a impuestos y frustradas por un estatismo casi absoluto, y sobre todo el rompecabezas de la inmigración, la islamización acelerada de Francia  -el nudo gordiano del drama galo- y su correlato de la inseguridad ciudadana.

La situación no puede ser más endemoniada una semana después de la “jugada maestra” de Macron disolviendo la Asamblea. Un pan como unas tortas

La situación no puede ser más endemoniada una semana después de la “jugada maestra” de Macron disolviendo la Asamblea. Un pan como unas tortas. El NFP sigue reclamando los beneficios de su “victoria” electoral al exigir un primer ministro de izquierdas, a pesar de que, a cuenta de la rivalidad entre Mélenchon y Glucksmann, son incapaces de ponerse de acuerdo a la hora de elegir un candidato al palacio de Matignon. Pero ni los franceses lo quieren (según la última encuesta Odoxa-Backbone para Le Figaro, el 73% de la ciudadanía es contraria a un Gobierno de izquierdas), ni Macron podría consentir una solución que no solo le enterraría políticamente sino que probablemente llevaría a Francia a la quiebra en menos de un mes (Bruno Le Maire, ministro de Economía en funciones, ha pronosticado “un naufragio económico y financiero” si el futuro gobierno no corta el gasto público y reduce drásticamente la deuda externa). Pero no es menor el desconcierto en el bloque de la “macronía”. Lo decía este viernes en términos casi dramáticos el titular de Interior, Gérald Darmanin, candidato a presidir el grupo parlamentario centrista en la Asamblea: “No hemos resuelto ninguno de los dos grandes problemas a los que se enfrenta el partido: nuestra línea política, nuestro proyecto para los franceses y el examen crítico de nuestros resultados en las pasadas elecciones”.

La espada de Damocles de la moción de censura pende sobre cualquiera de los Gobiernos en minoría que puedan formarse. ¿Cuántos caerán en los próximos doce meses, antes de que sea posible ir a nuevas Legislativas? Salvo un improbable acuerdo entre “fuerzas republicanas” (“Juntos por la República”, la nueva denominación de la “macronía”, más Los Republicanos, más el PS en todo o en parte), ninguna coalición parece capaz de lograr una mayoría absoluta, lo que abona la tesis de un baile de primeros ministros desfilando por Matignon sin poder legislar y siendo derrocados de inmediato. Lo advirtió Raymond Aron: cuando un régimen político se muestra incapaz de alcanzar compromisos, empieza su corrupción. De modo que Marine Le Pen tal vez no tenga más que sentarse a la puerta de su casa para ver desfilar el cadáver de la V República antes de que una mayoría de franceses la lleven en volandas al Eliseo. Quienes la votan quieren que se encuentre solución a sus problemas y piensan que RN, de lejos el primer partido francés, es el mejor situado para lograrlo. El único capaz de frenar la islamización acelerada del país. La última oportunidad tal vez, en absoluto exenta de riesgos, de rescatar a Francia de la imparable decadencia por la que transita desde hace cuatro décadas, culpa de unas elites que a su ignorancia de lo que ocurre ante sus narices unen una soberbia y un diletantismo absolutos.

La última oportunidad tal vez, en absoluto exenta de riesgos, de rescatar a Francia de la imparable decadencia por la que transita desde hace cuatro décadas

El viernes 5, dos días antes de que los franceses acudieran a las urnas en la segunda vuelta de sus Legislativas, en Paredes de Nava, Palencia, tenía lugar un acto de enorme significación en la depauperada Castilla y León, ahora también amenazada de desgarro por la ambición de una elite cutre, una pequeña elite provinciana que sueña con crear rancho aparte en León para ellos y los suyos, tras muchos años de profunda queja porque no rasca bola en Valladolid, no ha podido meter la mano en la caja vallisoletana. En Paredes, noble villa palentina, patria chica del poeta Jorge Manrique y del genial Pedro Berruguete, el mejor representante de la pintura hispano-flamenca, se ponía la primera piedra de la futura planta de aceite Iberóleo, una iniciativa empresarial que comporta una inversión de 80 millones y que generará un total de cien puestos de trabajos directos, además de los indirectos, cuando esté funcionando a pleno rendimiento.

Se trata de una iniciativa del grupo IberEcológica, cuyo presidente, Gregorio Álvarez, ya desarrolla otras actividades industriales en la región. La planta paredeña, que producirá 200 millones de litros de aceite refinado al año, se presenta como el primer proyecto de economía circular del país para el refinado y envasado de aceite de oliva, así como de aceites de semillas, principalmente girasol y canola, producidos en la zona, y contará además con una planta de biomasa y una instalación fotovoltaica para generar la energía necesaria para el proceso. Ni que decir tiene que a Paredes y los pueblos de alrededor (Becerril, Villoldo, Cisneros, Frechilla) les ha tocado la lotería. La villa, que en la década de los cincuenta del siglo pasado contaba con más de 5.000 habitantes, apenas rebasa hoy los 1.800. Una tierra tan cargada de historia como ayuna de presente, que otea el futuro con el peso a la espalda de tiempos mejores, acunada en el dolce fare niente de una población envejecida, de la que huyen los jóvenes en busca de mejores oportunidades de vida.

Una tierra tan cargada de historia como ayuna de presente, que otea el futuro con el peso a la espalda de tiempos mejores, acunada en el dolce fare niente de una población envejecida

Situada en el corazón de Tierra de Campos, el famoso “granero de España” que abarca buena parte de las provincias de Palencia, Valladolid, Zamora y parte de León, Paredes ejemplifica el caso de esa “Castilla en escombros” de la que a principios del pasado siglo hablaba ya Julio Senador, notario que fue de Frómista, y del de cientos y cientos de pueblos castellano leoneses, la mayoría por debajo de los mil habitantes, para quienes el rutilante Estado de las Autonomías ha resuelto el problema de la cercanía administración-administrado, pero está muy lejos de haber abordado siquiera la solución al gran problema de la región, la ausencia de futuro, la necesidad de proyectos que generen riqueza y empleo, que procuren un nivel de vida aceptable, la creación de un entorno de progreso que haga innecesario emigrar. Que acabe de una vez con “los derechos del hombre y los del hambre”, de los que hablaba Senador.

Cuenta mi amigo Aniano Gago, ilustre vallisoletano: “Esto de la Autonomía de León hay que entenderlo en clave del desastre que es hoy el PSOE. El alcalde de León, socialista y principal impulsor, simplemente se sube al tren del desbarajuste general esperando sacar tajada, aunque hay que reconocer que hay mucho PP que también respira “leonesismo”. Desde la puesta en marcha autonómica, León ha perdido unos 40.000 habitantes, los mismos que ha ganado Valladolid, aunque lo que ha ganado Pucela han sido funcionarios de la Junta, porque la Junta es la gran empresa creadora de empleo de la región, como ocurre con la mayoría de las Autonomías, empleo público, es decir, gasto público a mogollón, claro está. León, que sufrió el cierre de la minería, recibió dinero a espuertas, fondos europeos, para crear industrias alternativas, pero nada se hizo. Millones de euros tirados a la basura, gastados en rotondas y pabellones deportivos vacíos. Tenemos una estupenda valoración PISA de nuestra primera enseñanza y buenas universidades, pero a los jóvenes no se les enseña a emprender, no hay aquí cultura del emprendimiento, algo que seguramente hunde sus raíces en nuestra historia. De modo que formamos buenos profesionales que luego se van a trabajar a otras regiones o a otros países. Producimos ingenieros a la carta para Alemania. Dicho lo cual, los que nos hemos quedado a vivir aquí vivimos muy bien (buenas pensiones) y los que tienen un buen trabajo, como mi hijo Álvaro, viven fenomenal. ¿El futuro? Dios dirá. Pero mientras a Cataluña se le perdonan 15.000 millones, aquí no hay gente ni para manifestarse. Esta región produce dos cosas: ahorro y cereales, agroalimentación. Pues bien, no queda ni una Caja de Ahorros y no tenemos ni una cadena de supermercados propia. Fíjate si nuestros políticos son malos…”

Por eso es importante lo ocurrido en Paredes de Nava el pasado día 5. Por eso es infinitamente más loable la labor de emprendedores como Gregorio Álvarez, que la de  charlatanes como el alcalde de León, José Antonio Diez. Malos políticos, políticos oportunistas cortos de luces que sueñan con apuntarse al “Cartagena is not Murcia”, dispuestos a sacar tajada del clima de corrupción generalizada que hace ya mucho tiempo se enseñoreó de este país. Políticos que no hablan idiomas, no han viajado nunca, no tienen ni idea de lo que habría que hacer para atraer inversión y favorecer la generación de riqueza. Pequeñas elites extractivas, el viejo caciquismo redivivo que sueña con subirse al carro en el que Sánchez & Family se enriquecen sin el menor rubor. A cualquier alcalde de pueblo grande se le hace la boca agua imaginándose presidente de su propia Comunidad Autónoma, con sus bien pagados parlamentarios, mejor retribuidos consejeros y docenas de asesores puestos a dedo. Sin contar con la inevitable televisión autonómica dispuesta a cantar las loas del gobierno de turno, siempre presto a enchufar a hermanos, primos, sobrinos y demás parentela con buenos sueldos, mientras fuera del paraguas de la Junta la lluvia fría del tiempo cae inmisericorde. ¿Quién no querría su propia Autonomía? Autonomía para León, claro que sí, y que la pague El Bierzo. Autonomía para Villarmentero y que la pague Villovieco. Todo se arreglaría si, llegado el momento de depositar la papeleta en la urna, los leoneses aprendieran a dar una patada en el culo a este tipo de demagogos de medio pelo, a estas pequeñas elites golfas que sueñan con vivir a costa del bolsillo y el bienestar ajeno.