Si la identidad vasca es la que dicen Askasibar, Egibar, Basabe y Bezares, todos aquellos que en Euskadi se sientan en alguna medida también españoles han sido expulsados de esa identidad vasca. Nadie tiene derecho en esa Euskadi nacionalista a sentir y tener la lengua española como propia, además del euskera y aunque trabaje en euskera.
Ahora que la crisis ya no es tan importada y que por fin alguien se ha decidido a empezar a tomar medidas -medidas que no son más que la aspirina para no sucumbir a la fiebre, pero que no curan los males de fondo- han hecho su aparición las fórmulas milagrosas que reparan todos los entuertos: que paguen los que más tienen, los que más ganan deben ser solidarios con los que más sufren la crisis, los ricos son los que tienen la obligación de aportar más para solucionar la crisis.
Antaño la culpa de todo la tenían los pequeños burgueses: eran el enemigo de la revolución mundial, el mayor peligro para la salvación de la Humanidad. Como hemos llegado al posmodernismo -que cada vez se parece más a la crisis económica y financiera-, el proletariado ha desaparecido, como también han desaparecido los pequeños burgueses. Ahora sólo quedan los que más tienen, los ricos. Aunque, como siempre, terminarán pagando la factura los de siempre: los pequeños burgueses, porque existir, todavía existen, aunque no conformen una categoría sociológica en la sociología posmoderna.
Son los que han pagado y pagan dos veces el sistema escolar. Son los que han pagado y siguen pagando dos veces el sistema sanitario. Son los que nunca pueden acceder a ningún piso de protección oficial, a ninguna subvención de las administraciones públicas. Son los que han dotado de ordenadores a sus hijos antes de que el Estado decida regalarlos, u ofrecerlos con enormes descuentos, o ponerlos en la escuela como antaño las batas. Son los que no pueden escaparse del IRPF, ni por medio de sociedades unipersonales, ni anónimas, ni limitadas, para cobrar sólo vía beneficios. Tampoco poseen SICAV alguna. Son los fácilmente ordeñables por todas las haciendas, sin que existan diferencias entre ellas.
Son el verdadero sostén del Estado, el del bienestar, el de los servicios públicos. Son los innovadores, los emprendedores, los creativos de la sociedad. Son los que arriesgan, los que se mueven, los que se forman, los que luchan. Ese grupo social que según uno de los dos últimos Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, Alain Touraine, está desapareciendo en Europa, si no ha desaparecido del todo, porque Europa ha dejado de ser una sociedad combatiente -por la libertad, por la revolución, por la innovación- para pasar a ser una sociedad de jubilados, no en edad, que también, sino mentalmente: hoy los europeos nacen ya jubilados.
Y si el pequeño burgués de turno es bilbaíno y además tiene la mala suerte de ser heterosexual, volverá a caer fuera del interés de la Administración, porque el municipio ha decidido hacer de Bilbao una ciudad interesante para los homosexuales de todo el mundo. Nunca habrá sido más verdad el insulto de la revolución del 68: ni rico, ni proletario, ni dependiente de las administraciones públicas, ni funcionario, ni en su mayoría homosexual, simplemente un -perdón- puto pequeño burgués heterosexual.
Pero le puede ocurrir todavía algo peor: ser, haber llegado a ser, sentirse mestizo. Ser impuro, no tener miedo a la contaminación por la palabra, y por la realidad, España. En unos momentos en que, entre los que de boca dicen reconocer el pluralismo de la sociedad vasca, como lo afirman todos los partidos políticos nacionalistas, y, si me apuran, hasta la misma ETA y Batasuna, se va extendiendo la doctrina oficial de la contaminación por el vecino, ese trauma religioso ancestral del miedo a la impureza por contagio con la sombra del mal impuro.
Según los nacionalistas de todo color, el Gobierno vasco no hace otra cosa que diluir la identidad vasca, como si ésta fuera un azucarillo que se disuelve en el agua. Habría que recurrir al otro premio Príncipe de Asturias -aunque reconozco que este recurso a premiados con ese premio que lleva el nombre que lleva suponga ya que quien esto escribe es reo de lesa identidad-, al polaco Zygmunt Baumann y a su idea de modernidad líquida para pensar que la/s identidad/es no son algo que se pueda diluir, no son sólidos identificables, no son rocas impertérritas ante el tiempo y los fenómenos atmosféricos.
Según un representante de Esait, acompañado por PNV, EA, Aralar y alguno más, la introducción de la palabra España en el autobús del equipo ciclista Euskaltel significa que ‘Desde el poder que les da la falsa mayoría han decidido acabar con todo lo que representa la identidad vasca’. Si a todos los presentes en esa rueda de prensa en la que se produjeron esas afirmaciones se les preguntara si reconocen que la sociedad vasca es plural, responderían con un sí rotundo. Pero plural sin ninguna referencia a España, sin aceptar que una gran mayoría de vascos se sienten vascos y ¡qué horror¡ españoles en distintos grados y mezclas. Si la identidad vasca es la que dicen Egoitz Askasibar (Esait), Joseba Egibar, Mikel Basabe (Aralar) y Aitor Bezares (juntero del grupo mixto, precisamente, en Álava), todos aquellos que en Euskadi se sientan de una u otra forma, en alguna medida, también españoles han sido inmediatamente expulsados de esa identidad vasca. Nadie tiene derecho en esa Euskadi nacionalista a sentir y tener la lengua española como propia, además del euskera y aunque trabaje en euskera.
Y para arreglarlo todo llega un sector de la Iglesia de Bizkaia reclamando que no se imponga al futuro obispo de Bilbao sin que los interesados vizcaínos opinen y determinen. Que no se imponga el esposo a la esposa. Espero que no piensen que la fe cristiana es una decisión del creyente y no un regalo desde fuera, desde Dios. Quizá vendría bien recordar los versos de Michel Labegerie: Txoriak amodiotan/berriz hasten nauk bertsotan./Lehioa dut irekiko/amodioa da sartuko: gaituzte ezkontarazi, elgarrekin behar bizi/ezkontarazi gaituzte, behar dugu elgar maite. (Los pájaros se cortejan, de nuevo comienzo a cantar en verso. Abriré la ventana y entrará el amor: nos han obligado a casarnos, tenemos que vivir juntos, a casarnos nos han obligado, tenemos que amarnos).
Joseba Arregi, EL CORREO, 13/6/2010