IÑAKI EZKERR-ABC

  • «En ese trasiego de líquidos ideológicos, Bildu ha heredado todas las banderas blandas y populistas con las que la izquierda trató de renovar su discurso tras la caída de la URSS. Y a su vez los populistas antisistema han abrazado esa aureola dura de la violencia terrorista que adorna a la coalición bildutarra»

El vídeo aún circula por internet. En él se ve y se oye a Pablo Iglesias dando, en una ‘herriko taberna’ de Pamplona, una charleta en la que muestra sus afinidades y complicidades con el discurso de esa ETA que había anunciado el definitivo cese de los atentados dos años antes. El encuentro es del 6 de junio de 2013, siete meses antes de la fundación de Podemos. Lo saco a colación porque es una prueba palpable de que, cuando aún ese partido era un proyecto, el que sería su líder tenía ya el ojo puesto en el mundo de Bildu. Había entendido muy bien que el electorado juvenil al que él podría arrastrar y el que seguía a la coalición aberzale, aunque tuvieran distintas procedencias en el plano de la ideología, respondían a una misma franja sociológica.

La sociología ha jugado un papel determinante en el mapa político vasco y es un aspecto al que hasta el presente sólo han prestado atención de manera unánime las fuerzas nacionalistas y en solitario las de la izquierda antisistema. El PNV ha tenido tradicionalmente sus ‘batzokis’ y, cuando en el partido de Arzalluz se produjo el cisma de Garaikoetxea, éste se dio prisa para que la nueva formación que capitaneaba tuviera sus bares homólogos a los del PNV, los ‘alkartetxes’, del mismo modo que el movimiento independentista montó sus ‘herriko tabernas’. Sin embargo, el PP vasco no ha sido capaz de crear nada similar y el propio PSE-EE ha ido cerrando los locales que abrió en su día en San Sebastián o en Vitoria y que nunca tuvieron un carácter popular. En Bilbao jamás llegaron a abrir una ‘casa del pueblo’ ni los socialistas ni los comunistas.

Toda esta ausencia de unas señas políticas alternativas a las nacionalistas en la vida cotidiana ha acabado conformando una sociedad en la que quien no participa de la ideología imperante o bien esconde la suya o bien se ha convencido de que en la vida hay otras cosas más importantes que la filiación a un ideario o a un partido políticos. Si la cohesión social ha sido siempre una asignatura pendiente de la derecha conservadora y liberal, en el resto de España (quien vota al PP en Madrid o en Sevilla no lo hace por identificación sociológica como sí lo hace el que vota al PSOE), en el País Vasco ese hecho se agudiza de una forma más dramática. Y es que ni en los núcleos más urbanos de Vizcaya, Guipúzcoa o Álava la izquierda tiene a día de hoy la cohesión social que sí ha sabido generar en la mayor parte del territorio nacional.

Consciente de esa carencia de la izquierda en el País Vasco, pero también del parentesco sociológico de sus propias filas populistas con la militancia de Bildu, lo que hace el Pablo Iglesias de 2013 es acercarse en persona a la ‘herriko taberna’ del famoso vídeo, o sea, al territorio extraño para hacerlo suyo. La jugada le salió tan bien que, en las elecciones generales de 2015, Podemos se convirtió en la primera fuerza electoral de la Comunidad Autónoma Vasca superando al PNV en 15.000 votos mientras la ‘izquierda aberzale’ perdía 100.000. Dicho ‘sorpasso’ se revalidaría en las generales de 2016 en las que Podemos no solo mantuvo sus votos sino que los superó en 17.000. La lectura que se hizo de este fenómeno fue tan errónea como la que se hace ahora en vísperas de los comicios vascos del próximo 21-A. Si entonces se diagnosticó la deserción del voto nacionalista, lo que hoy se vaticina es un regreso glorioso de éste. Ciertamente, así lo dirán las siglas que ocupen los escaños del Parlamento de Vitoria, pero esa será una realidad virtual: Bildu, que ya en sus propias filas tiene de origen a la alternativa escindida en su día de Izquierda Unida, recogerá el testigo del populismo antisistema que habrán perdido un Podemos y un Sumar reducidos a la nada, mientras el PNV seguirá recogiendo una buena parte de los votos del constitucionalismo, que un día fueron del PP, en virtud de un equivocado pragmatismo que ve en el partido de Arana un muro de contención al desafío independentista y populista.

Volvamos al aterrizaje de Pablo Iglesias en la ‘herriko taberna’ del vídeo y a los vasos comunicantes entre Podemos y Bildu que puso entonces en funcionamiento y que continúan vigentes en la actualidad. Tan vigentes que lo único que ha sucedido es que de una primera fase, en la que el voto aberzale de las huestes juveniles de Otegi se deslizó hacia la izquierda antisistema de Iglesias, hemos pasado a una segunda fase en la que ese deslizamiento ha cobrado un signo inverso: de una izquierda antisistema a la baja y ‘despablada’ se ha trasladado a las siglas de un aberzalismo igualmente ‘desotegizado’. Los dos actores de esa operación de simbiosis se encuentran ya fuera del escenario, entre bastidores, pero el mecanismo sigue activo, o sea, que funciona solo. De la fase de ‘Podegi’ hemos pasado simplemente a la de ‘Bilduemos’.

No se trata de un mero juego de palabras. En ese trasiego de líquidos ideológicos, Bildu, la coalición heredera de ETA, de la demanda secesionista y del totalitarismo comunista, ha heredado todas las banderas blandas y populistas con las que la izquierda trató de renovar su discurso tras el fracaso del socialismo real que supuso la caída de la URSS a inicios de los años 90: el ecologismo, el animalismo, el veganismo, el feminismo radical, la doctrina de género… Y a su vez los populistas antisistema han abrazado esa aureola dura de la violencia terrorista que adorna a la coalición bildutarra. No es verdad que el mundo de Bildu trate de ocultar el pasado terrorista del que procede. Lo exhibe siempre que puede. Más aún, se puede detectar en él una perversa satisfacción en la manera en que concilia la defensa de causas evanescentes y beatíficas con la reivindicación de su historia de sangre. Como se puede observar una exhibicionista falta de escrúpulos en los populistas que, para dotar de una aureola verosímilmente revolucionaria a su amor franciscano a los animales y a las plantas, se hacen la foto junto a los asesinos.

La cohesión social, sí. Esa es la carta que jugó Pablo Iglesias en 2013 y que ha dado cuerpo a ese bodrio ideológico que hoy se halla en alza. Pero a esa carta es también a la que ha sabido jugar un PNV que renuncia aparentemente al etnicismo con un candidato a lendakari que, por primera vez en su historia, no llevará un apellido vasco y que puede arrasar pasado mañana contra todo pronóstico. Aquí el único que ha dado por perdida la batalla de la cohesión social es el PP. Mientras los ‘burukides’ del PNV jugaban a ‘racistas sin fronteras’ y a ‘jacobinos monárquicos’ haciendo suya la Copa del Rey de un Athletic eusko-afro, y mientras el candidato Pradales remaba en una trainera detrás de la gabarra rojiblanca, Javier de Andrés, el cabeza de lista popular, se quedaba en Vitoria mirando a ‘los de Bilbao’ por encima del hombro. Decía Lilia Brik, la amante de Mayakovski, que «si un hombre no se pega un tiro, es porque supera en fuerza las contradicciones que le atenazan o porque no tiene ni idea de lo que es una contradicción». En efecto, no tener ni idea de lo que es una contradicción sirve para vivir. Y también para ganar campañas electorales.