MARÍA ELVIRA ROCA BAREA-El Mundo

La autora subraya la necesidad de que el Estado haga frente a la intolerancia balcanizante de los nacionalismos y defiende la divulgación de pasajes y personajes de la historia de España hasta ahora silenciados.

ACABA de nacer en Cataluña una plataforma de apoyo mutuo y autodefensa formada por profesores, funcionarios y mozos de escuadra a la que han dado el creativo y evocador nombre de Las Termópilas. A las víctimas de la Logse hay que recordarles que cuando los persas amenazaban con invadir Grecia, 300 espartanos (dice la leyenda) se apostaron en el desfiladero de las Termópilas decididos a detener el avance del ejército invasor con sacrificio de sus vidas, para dar tiempo a las poleis a organizar sus ejércitos. Esto hizo posible la mítica victoria de Salamina. Los griegos, como los historiadores españoles del siglo XV no se cansaban de repetir, tuvieron héroes pero sobretodo tuvieron el talento de alimentar estupendos historiadores que los hicieron inmortales. En los Claros varones de Castilla, Hernando del Pulgar ya se quejaba de esta carencia y justificaba su obra por la necesidad de remediarla.

Si la historia de los griegos la hubieran escrito los persas, solo sabríamos de ellos que abandonaban a los niños recién nacidos en el bosque (Edipo); que tenían esclavos para aburrir; que eran profundamente racistas (inventaron la palabra bárbaro); que las mujeres eran menos que un esclavo; que se vendían como mercenarios al mejor postor; que cada cierto tiempo sufrían oleadas de populismo e intolerancia religiosa que los llevaba a condenar a sus ciudadanos más ilustres a muerte (Sócrates, Aristóteles…) o al exilio (Tucídides, Temístocles…). En fin, a la historia de España le ha pasado un poco esto: que la han escrito los persas. Quizás por eso no conocemos mucho a nuestros Leónidas, Filípides, Milcíades, Temístocles… Hemos necesitado más de 200 años para sacar del baúl de los recuerdos perdidos a Blas de Lezo y casi nadie sabe quién fue Martín de Padilla o el almirante Luis de Córdova. Elcano no tiene todavía una gran biografía completa y actualizada. Por el contrario llevamos siglos estudiando en la escuela con verdadero entusiasmo la Gran Armada de Felipe II contra Inglaterra, y lo hacemos porque es un pilar de la autoestima inglesa y un mito para su gloria nacional. Quienes conocen lo sucedido (muy maquillado y adecuadamente decorado para mayor engrandecimiento inglés) con la Invencible suelen desconocer cómo terminó aquella guerra, porque de aquel asunto hemos sabido solo lo que los ingleses quisieron que se supiera. No porque fueran malos, entiéndase, sino porque estaban sanos y nunca se resignaron ni a la subordinación ni a la insignificancia, y por eso construyeron una versión de la historia que les era favorable y nutritiva. Y por eso también borraron del recuerdo la Contraarmada de Drake y Norris (1589) y la Batalla de Cartagena de Indias (1741). Hay que preguntarse por los motivos que justifican dentro de España estos silencios y a qué se debe que llevemos siglos contando a nuestros hijos lo peor de nuestra historia. Es una anomalía que necesita explicación y estudio, como la necesita también que un Estado no haga nada o haga muy poco para defender a sus ciudadanos de la intolerancia balcanizante. O sea, para defenderse a sí mismo. El Estado es una herramienta muy cara y nos cuesta tanto que deberíamos exigirle un mínimo de eficacia.

Decía Ernst Jünger que «la cultura se basa en el tratamiento que se da a los muertos; la cultura se desvanece con la decadencia de las tumbas». En demasiadas ocasiones, nosotros no tenemos ni tumbas. En el caso de Blas de Lezo es literal porque no sabemos dónde está enterrado, que es como si los ingleses hubieran olvidado dónde pusieron el cuerpo de Horacio Nelson. Inimaginable. Un libro publicado en 2018 (La última batalla de Blas de Lezo, de Mariela Beltrán y Carolina Aguado) aporta documentos que llevan a pensar que su sepultura puede estar en el convento de Santo Domingo en Cartagena de Indias. Pero esto no quita sino que señala muy dolorosamente hasta qué punto ha estado olvidada la gesta extraordinaria de este vasco que hubiera hecho bien en dejarnos un poco del valor que a él le sobró toda su vida. Algo, sin embargo, quedó.

En Cataluña la resistencia al totalitarismo secesionista hace tiempo que sabe que lucha sola, sin el apoyo del Estado o con un apoyo meramente simbólico. De este desamparo han nacido Las Termópilas. A uno de estos catalanes, Francisco Oya, lo conozco hace tiempo. En realidad, a estas alturas conozco a muchos y admiro profundamente la lucha silenciosa y silenciada que libran cada día. Oya lleva años resistiendo en la más difícil de las trincheras, la enseñanza media, con otros heroicos docentes que integran Profesores por el Bilingüismo. Hay que saber lo que es levantarse cada día para ir a trabajar a un instituto donde todo empuja hacia una educación nacionalista que busca amputar todo aquello que les estorba en Cataluña para que ésta sea más débil, menos libre, más manejable. En una palabra: mía. Su situación en el instituto Juan Boscán llegó a extremos difícilmente imaginables en una democracia. Desde 1981 son 14.000 los profesores que han pedido traslado fuera de Cataluña. Los que no comulgan con el separatismo son sometidos a acoso laboral y corren el riesgo de que se les abra expediente disciplinario sin razón alguna. El objetivo es expulsar de la función pública (en enseñanza pero también en otras áreas) a todos aquellos que no comulgan con el régimen pujolista con el fin de hacerse dueños de facto de todos los sectores de la administración. La dejación que el Estado ha hecho de sus funciones es clamorosa, tanto los Gobiernos de un signo como de otro. Resulta inverosímil que miles de personas hayan tenido que exiliarse sin que esto parezca sorprender a nadie. ¿Cuántos vascos debieron huir de su tierra? Según el informe de Julio Alcaide titulado Evolución de la población española en el siglo XX, abandonaron las provincias vascas de resultas de la persecución etarra y su corte política entre 150.000 y 200.000 personas. Su memoria histórica también merece una ley. Este es un exilio al que no se dedican congresos y no parece empañar la imagen de nuestra democracia consolidada, que no está consolidada en absoluto ni lo estará hasta que no seamos capaces de garantizar el derecho a la discrepancia sin peligro y la igualdad entre todos los españoles.

NUESTROS 300 catalanes no se sabe si tendrán alguna vez alguien que escriba su historia. Desde luego lo merecen. Más que los espartanos, porque cargar con el escudo y la lanza al amanecer para ir a una batalla que a la caída de la noche ya habrá concluido no es más difícil que soportar día a día sin desfallecer la presión del régimen pujolista, la miseria moral, el adoctrinamiento, las pequeñas humillaciones, el exilio interior…

Los 300 aguantaron en las Termópilas en la esperanza de que las poleis se organizaran y plantaran cara a los persas hasta derrotarlos. Miles de españoles están ahora mismo organizándose para defender la unidad constitucional frente a la proliferación del fragmentarismo identitario. Este es el gran secreto que permite a las Españas resistir en caso de necesidad: su capacidad extraordinaria de autoorganización. Las Termópilas catalanas son un ejemplo. Ya sabemos que esto no lo resolverá un cambio de Gobierno. El ph de la política española se ha vuelto tan balcánico que difícilmente se sobrevive en él sin la necesaria dosis de pujolismo. Así, PP y Cs gobiernan en Andalucía y han nombrado a Enric Millo para dirigir la Acción Exterior de la Junta. ¿Alguno de estos dos partidos tiene noción de lo que es la política exterior de un Estado y lo que significa dividirla?

Esta inoperancia de nuestras clases rectoras, ya instaladas sin cuestionamiento en el cantonalismo, le va a costar a los españoles no solo dinero sino un despliegue extraordinario de energía porque tendrán que hacer aquello que sus políticos no están haciendo, esto es, defender el ordenamiento constitucional. ¿O es que la Constitución autoriza a las autonomías a tener su propia política exterior? No sé cuánto tiempo tardarán nuestras poleis en organizarse para hacer frente con éxito al pujolismo feudal y reaccionario que avanza por todas las regiones con distintos nombres, pero lo haremos, aunque solo sea por esos 300 que resisten en Cataluña. Ahora y siempre.

María Elvira Roca Barea es autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016).