Tonia Etxarri-El Correo
Se retan en el campo de batalla. El dialéctico –que no didáctico–, que no es otro que la sede de la soberanía nacional: el Congreso de los Diputados. Con un presidente de Gobierno que empieza a admitir que su lema de consolación en la noche electoral en la que no ganó en las urnas («somos más») se ha difuminado, dos años después, en el espectro de unos socios que se van cansando del incumplimiento de sus promesas. Ni amnistía para Puigdemont, que depende de los jueces y del Constitucional (tribunal de garantías). Ni oficialidad del catalán en Europa (por eso se entretienen ahora con la promesa de que las empresas de más de 250 empleados o más de 50 millones de facturación deban atender al público que se lo solicite, obligatoriamente en catalán, ya estén ubicadas en Amurrio o Badajoz). ¿El catalán es lengua oficial en toda España? Ni competencias integrales en Cataluña sobre inmigración porque Podemos se niega. Por eso ayer Sánchez sustituyó su exhibición de la «mayoría parlamentaria», que no tiene, por la «estabilidad». Una ‘consistencia’ que le obliga a la cesión al chantaje permanente de los secesionistas y la ultraizquierda. Y se colgó el medallero.
Dime de qué presumes y te diré de qué careces, reza el refranero popular. Y a eso se dedicó ayer el presidente. A alardear de una forma de gobernar sin sobresaltos. En su imaginación, claro. Porque sus socios de Junts, esos de la derecha reaccionaria que acaba de descubrir la vicepresidenta Yolanda Diaz, han vuelto a coincidir esta semana con PP y Vox para negarse a crear una Oficina Anticorrupción propuesta por Sumar. Mientras el Gobierno vasco va llenando sus competencias (la última, el traspaso de prestaciones de desempleo), Puigdemont sigue apretando a Pedro Sánchez. Bastó una pregunta displicente de Míriam Nogueras sobre su capacidad de aguantar lo que le queda de legislatura para ver a un Sánchez complaciente rindiendo cuentas sobre su disposición a seguir cediendo. Fue la secuencia más reveladora de la jornada parlamentaria que transcurrió en un clima de pulso lamentable entre el PSOE, Sumar y Podemos por capitalizar el drama de Gaza.
La sentencia de Feijóo quedará para la historia en el diario de sesiones. No contenía ningún insulto, solo premoniciones, por eso la presidenta del Congreso no pudo encontrar una excusa para censurarla. «Por seguir en el poder (Sánchez), pactaría hasta con Netanyahu». Fin de la cita. Y ahí, contra el estigma de Israel, seguirá el presidente de un Gobierno que transita entre las alfombras de los despachos, las vallas del asfalto y Eurovisión. Su próxima reunión con Friedrich Mertz no será fácil. El canciller germano no oculta el sentimiento de culpa que aqueja a buena parte de la sociedad alemana por los horrores cometidos durante el nazismo. Rompió a llorar, en la reinauguración de una sinagoga, al citar el libro de una periodista en donde evocaba cómo de niña se preguntaba «por qué nadie había apoyado a los judíos». Mertz sigue horrorizado por la atrocidad cometida por Hamás contra los ciudadanos israelíes el 7 de octubre del 2023. Y habla de ello. El presidente español sufre amnesia parcial.