uis Herrero-Libertad Digital
Hace ya muchos meses que los análisis políticos exigen puntos de vista distintos de los habituales. Antes, ganar y gobernar eran la misma cosa. Ahora gana quien gobierna, aunque gobierne quien pierda. Que se lo pregunten, si no, a Ximo Puig o a Moreno Bonilla, que se convirtieron en presidentes de sus Comunidades Autónomas después de haber firmado los peores resultados electorales de la historia de sus respectivas siglas. La identidad del partido más votado ha dejado de ser el dato más relevante de unos comicios. Ahora lo que importa es el tamaño de los bloques que pueden pactar mayorías de gobierno. Y, desde esa perspectiva, los resultados del 28-A no son, ni mucho menos, lo que parecen a simple vista.
La izquierda obtuvo anoche menos porcentaje de voto que en las elecciones generales de 2016. Casi un punto menos (43,0 frente a 43,8). La derecha, en cambio, ha tenido un poco más que hace tres años (42,9 frente a 43,1). Es verdad que España sale de las urnas de anoche partida en dos bloques ideológicos de tamaño casi idéntico, cuando hasta hace pocos días parecía que el de la derecha iba a sacarle 3 o 4 puntos de diferencia al de la izquierda. Pero eso sólo demuestra que no se han cumplido las expectativas, no que la realidad haya empeorado. Ahora ya sabemos que la alta participación —mucho más elevada de lo que pronosticaban las encuestas— se ha debido a la movilización de la izquierda y de los partidos independentistas. Bien, ¿y qué? Con la izquierda más movilizada que nunca, la derecha ha sacado una décima más de porcentaje que la izquierda. ¿Acaso es eso una pésima noticia?
El PSOE ha subido 6 puntos respecto a las elecciones de 2016. Podemos ha bajado 7. Sánchez ni siquiera ha sido capaz de capitalizar en beneficio propio todo el desgaste de Iglesias. ¿De verdad ese hecho justifica la alegría impostada que ayer exhibieron los dirigentes socialistas desde el balcón de Ferraz?
Sánchez tenía un objetivo prioritario: no necesitar el concurso de los independentistas para obtener la investidura como presidente electo —ahora sí— del Gobierno de España. Pero ese objetivo no lo ha conseguido. Ni siquiera con el apoyo de Compromís, PNV, PRC y CC (en el improbable supuesto de que Ana Oramas quisiera prestarse al juego de apoyar al dúo Sánchez-Iglesias) alcanza la cifra mágica de los 176 escaños. Así que una de dos: o negocia el voto favorable de ERC-Bildu o/y Junts para ser investido en primera vuelta, o negocia su abstención para ser investido en la segunda En todo caso, la visita a Lledoners o/y a Waterloo resultará obligatoria.
Y por si ese disgusto no fuera suficientemente amargo, en 27 días hay elecciones municipales y autonómicas. ¿Alguien ha hecho números de lo que puede pasar el 26 de mayo en aquellas plazas donde la izquierda atesora su poder poder territorial más preciado? Veamos:
En Aragón (con el 98,9% escrutado), la suma de votos de socialistas y podemitas asciende a 341.701. El de las tres derechas, a 389.780. ¿Tiene algún motivo Lambán para dar botes de alegría?
En Castilla-La Mancha (con el 98,9% escrutado), la izquierda suma 503.758 votos. El centro-derecha, 656.966. ¿Se imaginan ustedes a Emiliano García-Page haciendo soplar los matasuegras?
En Extremadura (con el 98,9% escrutado), el bloque de la izquierda obtiene 311.777 votos. El de la derecha, 328.580. No creo que Guillermo Fernández Vara sea el hombre más dichoso de su Comunidad Autónoma.
En Madrid capital (con el 98,9% escrutado), PSOE y Podemos se quedan a más de 600.000 votos de los que han conseguido Ciudadanos, PP y Vox. ¿Dormirá Carmena estos días a pierna suelta?
Ya sabemos que la política que nos ha traído hasta aquí, la que Sánchez esgrime como modelo a seguir, ha derivado en una noche electoral donde las caras más felices —y éstas sin ápice de impostura— han sido las de Oriol Junqueras y Arnaldo Otegui. ¿También presumirá de eso el PSOE a la hora de hacer el análisis de los resultados electorales o de diseñar la campaña de las elecciones municipales y autonómicas?
Es altamente probable que Sánchez sea presidente del Gobierno durante la próxima legislatura. ¿Qué precio estará dispuesto a pagar para que —ahora sí— los separatistas le apoyen los presupuestos generales del Estado? ¿O es que piensa prorrogarlos otra vez? Parece bastante claro que la legislatura se anuncia corta y problemática, salvo en el supuesto de que Sánchez se decida de una vez por todas a romper la legalidad constitucional a cambio de permanecer en la cabecera del banco azul. Y si es así tal vez sea menos corta, pero resultará mucho más problemática.
Que no haya sido una buena noche para la izquierda —honradamente creo que no lo ha sido—, no significa que lo haya sido para la derecha. Lo del PP solo admite un adjetivo: demoledor. Vox se ha quedado muy por debajo de las expectativas. Ciudadanos, por último, ha resistido bien, pero más por demérito de sus vecinos que por méritos propios. Su 15,9 % solo mejora en 1,3 puntos el pronóstico que le adjudicaba el promedio de las encuestas. Esverdad que se queda a menos de un punto del PP, que resiste con suficiencia el mano a mano con Podemos por la tercera posición y, desde luego, que desbarata cualquier conjetura de empate técnico con Vox, pero nada de eso justifica que Rivera mostrara anoche tanto empeño por exhibirse como el nuevo macho alfa del centro derecha español. Él solo no vende un peine.
De que PP, Ciudadanos y Vox sepan jugar bien las cartas que les han repartido las urnas dependerá que tengamos una España sensata o desquiciada. Si a partir de ahora sus líderes se enzarzan en el noble deporte de ver quién de ellos mea más lejos, apaga y vámonos.